Fotos: Otilio Rivero Delgado/AdelanteFotos: Otilio Rivero Delgado/AdelanteCAMAGÜEY.- “Papá Fidel está en el cielo, pero yo lo tengo vivo en el pensamiento”, vuelta un sollozo la maestra de preescolar reproduce las palabras de su alumno. Le cuenta al padre del niño en el trance que la puso frente al aula, en esta hora de plomo y de llanto fácil. Fidel ha muerto, le ha tenido que explicar Alexei Hernández Medina, chofer de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Jesús Suárez Gayol, de esta provincia, a su pequeño Arislandy. “Siempre le dije que tenía dos padres, Fidel y yo”, afirma Alexei, exponiendo la lógica de las palabras de su vástago.

Su CCS es una de las escogidas para tener un libro donde la gente rubrica el compromiso de seguir pintando a Cuba de verde olivo. Quieren ver al país con la barba bien puesta, como la tuvo siempre el Comandante, y no en remojo, como algunos quieren ver la Isla.

“Ayer firmaron 164 personas. Hoy deben venir más porque, para poder venir, muchos de ellos tuvieron que dejar trabajadores y familiares en las fincas”, confirma Mayelín Roque Olazábal, especialista en estadística. Ella tiene las cuentas claras. “Esta comunidad y la cooperativa se la debemos a él, no es exageración; hubo muchos jefes en la Revolución, pero Fidel fue el líder que tuvo la idea de dignificar la vida rural. Ha sido un padre. Nos impulsó al estudio, y así tenemos que hacer con nuestros hijos”.

Y los hijos de Mayelín, le confirman su discipulado con Fidel. La mayor, de 21 años, es asistente educativa en una escuela primaria, y el varón, con 11 primaveras dedica al estudio la mayor parte de sus días.

“No he podido seguir bien los detalles por la televisión, porque me ha dolido como si hubiera fallecido un familiar mío”, confirma con voz apocopada.

Igual que esta mujer, con la garganta casi clausurada por la emoción que le traen las memorias, Dámaso Abreu Jiménez, guajiro de cuna y hoy vicepresidente de la “Suárez Gayol” conoció a Fidel cara a cara.

“Impresionante. Así te lo puedo describir. Yo fui policía y escolta del vicealmirante Aldo Santamaría Cuadrado, y él estuvo varias veces en la jefatura de la Marina de Guerra. Siempre cariñoso. Recuerdo que a los guardias nos saludaba afable, y lo mismo te ponía la mano en el hombro que en la cabeza, que tiraba un número (un chiste)”, revela Dámaso, y se le escapa una cubanísima frase: “Con él no había escache”.

No es extraño que a la 1:00 a.m., cuando la hermana lo llamó por teléfono para contarle la noticia terrible, él no se lo creyera. Y ya frente a la tele, ya creyéndolo todo, siguiera incrédulo y despierto hasta al amanecer.

Es comprensible que en Cuba lloren a Fidel como a familia gente que nunca lo vio de cerca. La proximidad al pecho de las multitudes este hombre extraordinario se la ganó a corazón y empeño. Los campesinos camagüeyanos recuerdan y agradecen.

En el monte cubano es, quizá, donde más clara dejó el Comandante en Jefe la metamorfosis exacta para pasearse siempre por la Isla y su pueblo: ni tronco, ni rama, ni fruto, ni semilla siquiera... Fidel se convirtió en una raíz perpetua. En el campo es harto sentido.