CAMAGÜEY.- El 13 de agosto de 1926 prometía ser un día igual a los demás, pero un acontecimiento cambió el curso de la historia, se sintió un armónico ruido de un gigantesco carruaje, el llanto fuerte de un niño, se abre una puerta para anunciar el nacimiento del segundo de los hijos varones de la familia.

De repente, entra un rayo de luz que ilumina toda la habitación, el pequeño aún estaba en los brazos de su madre a la que se acercó una bella hada y dijo traigo para tu hijo siete dones, los que comenzó a enumerar y cada vez que le concedía un don, con su varita, daba un delicado toque sobre el inquieto niño:

Te concedo el don de la inteligencia, que ya tienen otros, pero tu gracia será saberla usar para ayudar a todos.

Te concedo el don de la fortaleza sin medida, la que compartirás con todos los débiles.

Te concedo el don de la justeza, al que no faltarás ni un solo instante de tu vida.

Te concedo el don de la valentía, el que te hará grande.

Te concedo el don de la dignidad, la que no abandonarás jamás.

Te concedo el don de la honestidad y el de la verdad, con los que guiarás a todo un pueblo.

Luego el hada sentenció, si cumple con sus dones, sin faltar a uno solo de ellos durante ochenta años alcanzará el don con que muchos hombres sueñan pero pocos pueden lograr y no seré yo su hada protectora la que lo concederá, sino el pueblo que comandará.

Justamente a 90 años de tu nacimiento, Fidel, el pueblo que comandas te concede el octavo de tus dones, el de la inmortalidad.