A 120 años de su muerte, el 23 de abril de 1898, la figura del bravo coronel mambí Juan Delgado González emerge en la historia con la fuerza de su desempeño sostenido en el combate y el protagonismo en la hazaña, a solo dos años de su incorporación a la gesta independentista.

Una suerte de escaramuza en un enfrentamiento desigual con fuerzas españolas terminó con la vida del bravo guerrero, junto a la de sus hermanos Donato y Ramón y su ayudante Eulogio Pedroso, en la zona occidental del Wajay, cerca de su terruño natal, región en la que casi siempre prestó sus valiosos servicios de soldado.

Eran momentos en que España había firmado una tregua casi impuesta ante los estragos causados por el avance de la Guerra Necesaria, iniciada por los patriotas cubanos en 1895 y el aciago suceso de la voladura intencional del acorazado Maine en la bahía habanera.

Al darse a la cara con el corajudo coronel, a punto de ser declarado general de brigada por el Ejército Libertador, los soldados peninsulares no respetaron tregua alguna y olvidaron la cacareada hidalguía hispana, como otras veces. Y se quitaron la espina en la garganta que representaba para ellos el afamado jefe mambí que tan en jaque los había tenido. Su muerte fue más bien un asesinato.

Dos días después y siguiendo su plan, Estados Unidos declaró la guerra a la colonia y realizó luego de una victoria relativamente fácil, basada en su poderío militar, la ominosa intervención que lastró la independencia cubana.

Sucesos que no pudo ver el joven coronel Juan Delgado, incorporado a la guerra dos años antes, a los 28 años, con una fulgurante trayectoria en los combates, como jefe y estratega.

Se le conocía y admiraba entre la mambisada por ser el héroe principal del rescate de los cadáveres del Lugarteniente General Antonio Maceo y su ayudante Panchito Gómez Toro, caídos en Punta Brava el siete de diciembre de 1896.

Al saber sobre la muerte del prócer mambí, quien ya había realizado la invasión de Oriente a Occidente y estaba de jefe de la región occidental y central, instado por el honor y su valentía impetuosa, Juan Delgado conminó a hombres de su tropa a no permitir bajo ningún concepto que el cuerpo del héroe cayera en manos enemigas, para ser vejado y desaparecido.

Lo acompañaron 18 hombres en afanosa búsqueda entre la maleza y obstáculos del terreno, con alto riesgo de sucumbir bajo el fuego enemigo. Allí finalmente encontraron los cuerpos de Maceo y Panchito, hijo del Generalísimo Máximo Gómez, un bisoño mambí no solo patriota, también acompañado de otras virtudes encomiadas por José Martí.

Con urgencia y bajo estricto compromiso de secreto por parte de los participantes, llevaron los sagrados restos a la casa de un tío político del coronel, llamado Pedro Pérez. Campesino sencillo y de palabra honorable, se comprometió con el sobrino a dar sepultura en lugar adecuado a los dos héroes en la misma madrugada en que llegó Juan, antes de clarear.

El coronel confió ciegamente en su familiar, pues debía partir con sus acompañantes con rapidez. Pedro Pérez y su familia –sobre todo los dos hijos que lo ayudaron en el entierro- cumplieron su patriótica promesa y no le fallaron.

En septiembre de 1899, ya terminada la guerra, y tras infaustos sucesos, sufridos por su familia y el pueblo cubano, pudo notificar esa verdad de consuelo a Máximo Gómez y se realizaron la exhumación y las primeras honras correspondientes en su hogar.

El enterramiento había ocurrido bajo el llamado Pacto de Silencio de la familia Pérez en una finca vecina a la suya, en la zona conocida por Cacahual, donde hoy un Mausoleo homenajea a Maceo, Panchito y a los internacionalistas cubanos.

La hazaña de esta bella historia define la elevada riqueza moral y valentía del coronel Juan Delgado. Había nacido el 27 de diciembre de 1868 en la finca El Bosque, de la barriada de Beltrán, en Bejucal, municipio de la antigua provincia La Habana, la actual  Mayabeque.

Por propia iniciativa se alistó en el Ejército Libertador el 13 de enero de 1896, como parte del contingente invasor en la zona de Bejucal. Cuentan que en la siguiente jornadaGómez lo nombró capitán reclutador y le encargó organizar una unidad de combate.

Poco después brilló en el combate en el ingenio Mi Rosa, en el cual mostró el poder demoledor y certero de los tajos que propinaba su machete al enemigo. En menos de un año encabezaba el regimiento de caballería de Santiago de las Vegas, integrado por cuatro escuadrones con más de 500 efectivos.

Se conoce su despliegue combativo en campos de San Antonio de los Baños, Santiago de las Vegas, El Rincón, Bejucal, La Salud, Quivicán, San Felipe, Managua, Boyeros, Calabazar, Arroyo Naranjo y El Calvario. Sobresalió en las batallas de Gavilán, Santa Bárbara, la Eulalia, El volcán, Cervantes y Galera.

Juan Delgado, hijo de campesinos, fue un cubano de sabia popular y recia estirpe, honor y valores que por aquellos tiempos forjaba la Patria, como hoy, por hornadas.

Su recuerdo y su ejemplo no sólo enorgullecen a los hijos de su terruño, sino a los de toda Cuba.