Por la sumatoria de la edad hay muchos años acumulados, y por las historias clínicas, más de vidas desgarradas. Eso lo supimos después, porque al llegar Adelante digital, justo cuando empezó la descarga, la alegría vestía ropones azul violáceo.

Diosdado, uno de los cantantes, comenzó dedicando el tema a Cheo, el José González Domínguez sin familia. Sería el “retrasado” de la comunidad de México, pero allí hacía gala de sus ventajas mentales, primero con las maracas, a ratos con tarareo... estuvo bailando de principio a fin; como si el homenaje a él implicara el repertorio entero.

Luego siguió el repentista Gabriel Llanes: “Me gusta conversar con los ancianos…” y declamó tres sonetos, para pintar aquella media mañana con gracia campesina de verdad. A intervalos con los instructores de arte de la brigada José Martí haría el cuento picaresco de Generosa y su olímpico relato del boxeador, para desternillarse de la risa, a puro verso.

Trova tradicional, corridos mexicanos, cumbia… en diez canciones aquella comitiva de la casa de cultura Wilfredo Lam movió el cuerpo y el alma de los anfitriones, viejitos de rostro curtido y memoria lejana, a los que ha intentado discapacitar la miseria humana de la sangre pérfida.

“Mira, canta bien”, susurró Miguel López Misa, desde su silla de ruedas, a la enfermera Maritza, con un gesto a Lazarita. Poco antes ella y Daylis habían interpretado Guitarra mía, con un sentido profundo de ofrenda a Polo Montañez.

En un aparte, la doctora Maydelis, directora del hogar, no pudo contenerse el orgullo de su tasa de vitalidad, porque no ha reportado fallecido alguno desde la apertura del centro, el primero de noviembre del 2015. Con admisiones de Camagüey, Cuatro Caminos, Guáimaro y Sibanicú acogen a 10 seminternos y disponen de 30 camas, de las que solo una está vacía.

Otra bailarina incansable fue Carmen Reinoso Álvarez. Carmita lució versátil en la escala de emociones del programa. De Veinte años a El cuarto de Tula, pasando por Mi cafetal (la de tengo mi vida bien asegura) hasta Castellano que bueno baila usted, el cierre animado, digno de Benny Moré.

Allí los hay de carácter variopinto, como en un jardín. A primera vista se diferenciaban los de tono moderado de los extrovertidos. La convivencia constituye una variable compleja, por un lado, por “achaques” y “resabios”; por otro, por no disponer de un psicólogo ni de un trabajador social a tiempo completo.

Esos abuelos han estado en el límite de los límites; tal vez hasta creían desterrada toda esperanza, la más mínima oportunidad por cargar a cuestas discapacidades motoras y trastornos psiquiátricos, aunque el peor de los cuadros era el estigma de gente sin familia o sometida a malos tratos en la casa. Pero en esta vivienda donde antes funcionaba un hogar materno no hay jerarquías de exclusión. En efecto, cuando Leonides, como el más auténtico charro, entonó El Rey, no cantó solo. El coro afinó como inequívoco mariachi.

El promedio de edad en el hogar es de 87 años, nos confirmó Ana Miriam, jefa de enfermería. También nos contó de los grandes avances debido a la atención integral que merecen. No tenía que decirlo, porque el semblante, la energía desbordada evidenciaba el primoroso cuidado del colectivo, incluyendo hábitos sanitarios.

Entonces llegó el momento de la despedida, una despedida que implica retorno, porque la casa de cultura vuelve cada quince días. También llegan los niños de las escuelas, el museo y la biblioteca de la localidad.

Ramón Pérez González, el solícito de San Bernardo, puso el punto final: “Yo como jefe de Cultura de los abuelos exijo que sigan viniendo. Hemos pasado un rato sabroso”.

Este es uno de los buenos momentos en el hogar de ancianos Florencia Nithinghale, que se ha vuelto un epicentro del barrio, porque no hubo vecino ni caminante que siguiera de largo sin detenerse a disfrutar del entusiasmo vestido de ropones azul violáceo, un color del renacimiento y de la serenidad.

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