CAMAGÜEY.- En mi escuela primaria, Renato Guitart Rosell, los niños alimentábamos la imaginación con cualquier detalle. Subíamos por escaleras “interminables”, como las de un castillo feudal, que conducían a las aulas. Se andaba por los pasillos penumbrosos con el alma en vilo, por los dudosos relatos fantasmagóricos. En los amplios patios se jugaba cada partido de pelota como la final de un campeonato. Pero la entrada principal del centro siempre era un punto de atención seguro: representaba una pintura mural del asalto al Cuartel Moncada, una de las acciones más heroicas de nuestra historia.

Las circunstancias de la Cuba neocolonial de la década del ‘50 eran deprimentes. Tenía un rostro más siniestro que esas tres palabras tan frecuentadas para describirla: hambre, miseria y juegos ilícitos. Por los años en que el dictador Fulgencio Batista gobernaba la Isla, se agravaban el desempleo, la pobreza en las ciudades y el campo. El servilismo a los Estados Unidos y la violencia caracterizaban la política de este hombre, presentado en la propaganda de la época como un empedernido atleta, un puro “musculitos” de quien se conoce no era muy amante de la lectura.

Para transformar aquel circo de asnos disfrazados de mandatarios y gobiernos entreguistas surgió un grupo de jóvenes decididos, encabezados por Fidel Castro Ruz, que pensaron en la lucha armada como el único camino para devolverle la dignidad a la Patria de Martí ¿Y, qué mejor momento para sellar su destino que en la marcha de las antorchas por el aniversario cien del natalicio de nuestro Héroe Nacional? ¿Cuál mejor nombre para enarbolar sus ideales que el de la Generación del Centenario? En Santiago de Cuba hallarían una prueba de fuego.

Mientras la “ciudad caliente” vivía el jolgorio de los carnavales, 131 muchachos divididos en tres grupos asaltaban el Cuartel Moncada, el Palacio de Justica y el hospital Saturnino Lora. Secundarían las acciones en tierras santiagueras los revolucionarios que enfrentaban a los militares de la fortaleza Carlos Manuel de Céspedes, situada en Bayamo. Comenzaban ya las primeras páginas del hecho que marcó al 26 de julio de 1953 en la eternidad.

Tras más de dos horas de continuos tiroteos la toma de ambos bastiones de la tiranía fracasó. Durante las acciones en el Moncada, el factor sorpresa se desvaneció entre las filas atacantes y a pesar de causarle estragos al enemigo —11 muertos y 17 heridos—, las milicias batistianas contaban con unos 1 000 soldados en su interior.

Después del fracaso, la ira de Batista fue incontenible. El dictador ordenó asesinar a diez combatientes por cada uno de sus soldados muerto. Abel Santamaría, Boris Luis Santa Coloma y José Luis Tasende figuraron en la triste lista de los jóvenes apresados, torturados y ultimados a sangre fría para que sirviera de escarmiento al pueblo oprimido. Luego de la cruel represión, seguramente Batista sintió las aguas amainar a su alrededor y esbozó la sonrisa cínica típica del infame vencedor. No presentía el alcance y el empuje que se avecinaba contra sus dominios por la “culpa” de ese motor pequeño.

Entre los jóvenes sobrevivientes al asalto se encontraba Fidel. Permanecía bajo arresto y separado del resto de los compañeros, pero su energía no menguaba. Con la frente en alto, extrajo las fuerzas suficientes para decir a los jueces, en su alegato, que la historia lo absolvería. Tuvo el coraje de proseguir la conspiración desde la prisión fecunda, en Isla de Pinos. Tuvo la certera visión, tres años después, para liderar el desembarco del Granma con la consigna de ser libre o mártir junto al resto de los expedicionarios. El empuje del Movimiento 26 de Julio ya ponía al borde del abismo a la república neocolonial.

Consumado el triunfo de la Revolución Cubana emergió el legado que el autor intelectual del ataque al Moncada, José Martí, quiso para Cuba. La solución a los seis problemas esenciales expuestos por el Comandante en Jefe en su autodefensa como moncadista, vinculados a la tierra, la salud, la industrialización, la vivienda, el desempleo y la educación resultaron una bitácora fundamental para concretar esa herencia espiritual.

Han pasado 59 años de la gesta del 1ro. de enero de 1959 marcados por incesantes conquistas, tropiezos y perseverantes agresiones del gobierno norteamericano para convertir nuevamente a nuestro país en un aposento para funcionarios corruptos y una tierra sin libertad. Transcurre el tiempo y el mural a la entrada de la escuela Renato Guitart Rosell sigue en pie, permanece fresco, atemporal, como una señal de que continuará esa imagen de victoria definitiva en la pupila de más niños y en la memoria del pueblo.