En esa condición se incluye el hecho que motiva estas líneas; no solo por lo que representa la pelota para la mayoría de los cubanos, sino porque su protagonista encarna como pocos el ideal de deportista revolucionario.

Pero Alfonso Urquiola se cansó. No estará más al frente del equipo Pinar del Río. Con su partida se cierra un ciclo en la historia de los pativerdes, que bajo su guía y la del recordado Jorge Fuentes devinieron en la segunda franquicia más ganadora de la pelota cubana en las últimas dos décadas (cuatro títulos, igual cantidad de subtítulos y tres terceras posiciones; solo por detrás de Industriales, que atesora un cetro más pero cuenta con muchos menos metales de los restantes colores).

La postura del “Caballero del Diamante” obliga a reflexionar.

No se trata de un Don Nadie; todo lo contrario, ese hombre que se retira –por motivos no muy claros, que los propios implicados se han negado a aclarar completamente– es uno de los más grandes peloteros que registra nuestra historia. El mismo que primero brilló como jugador y más tarde como timonel, el que devolvió a Cuba la corona de la Serie del Caribe y ha estado al frente de la selección nacional en varios de sus principales compromisos del presente siglo.

Preocupa que una personalidad así se marche por la puerta trasera, casi de incógnito y dejando más preguntas que respuestas. Y mucho más cuando entre los directivos del deporte en la Isla esa partida no parece haber despertado mayores inquietudes, cual si se tratara de un director cualquiera aduciendo motivos baladíes.

Aquí me detengo. Quizás para algún lector no esté muy claro en qué medida a un periódico camagüeyano le corresponde abordar un suceso que acontece a cientos de kilómetros de distancia.

La respuesta es muy simple: porque afecta a nuestra pelota en general. No se trata de que Urquiola no tenga el derecho a tomar las decisiones que considere más convenientes y a opinar sobre lo que en cierta medida ha sido el leitmotiv de su existencia; tampoco que la Federación Cubana de Béisbol (FCB) esté obligada a ventilar todos los asuntos bajo el escrutinio del público. Ambos actores son libres para defender sus respectivas posiciones, pero también lo es la afición para asumir su papel, más necesario mientras más cuestionador y militante.

Tal vez así se hubieran evitado acontecimientos tan lamentables como el descenso en el nivel del arbitraje (más visible desde los “retiros” del villaclareño Luis César Valdés y el granmense Melchor Fonseca), las irregularidades en los contratos de jugadores en ligas foráneas o los interminables cambios en la estructura de la Serie Nacional (que en definitiva no han conseguido satisfacer a nadie o casi nadie, a pesar de haberse adoptado luego de un simbólico proceso de consultas).

Si hace una semana este rotativo alertaba sobre la necesidad de prudencia a la hora de negociar con franquicias extranjeras, hoy el reclamo tiene un tinte más cercano pero no menos urgente: Cuba no puede darse el lujo de seguir perdiendo a sus “hombres-béisbol”, le son tan necesarios como el talento más prometedor que ahora surge.

Dígase lo que quiera, pero no son tiempos para esperar a que nos canten el tercer strike.

*Tomado de Adelante, versión impresa

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