CARLOS MANUEL DE CÉSPEDES, CAMAGÜEY.- A lo lejos, la finca Palmira simula un oasis. Es un punto copioso de verdes palmas reales en medio de extensos y desolados potreros. Dicen que está próxima al batey San Rafael, a ocho kilómetros de la comunidad Magarabomba y a 11 de Florida, mas no se vislumbra nada más por todos los alrededores, por lo que se puede inferir que ese “cerca” es la versión guajira de “al cantío del gallo”, que nunca llega.

Allí vive sola Maritza Lezcano González, una mujer de baja estatura, piel blanquísima y ojos verde-amarillentos, como el color del pasto cuando la sequía comienza a hacer estragos.

 

Ella es “nacía y criá” literalmente en aquellos parajes, pues su madre ordeñaba una vaca cuando sintió los dolores de parto. De aquel momento hace 48 años ya. A la vuelta de casi cinco décadas, Maritza se las ingenia para hacer producir las 15.97 hectáreas de tierra que heredó de su progenitora.

La ganadería es el mayor de sus empeños. Tiene en su rebaño 125 animales bovinos y unos 150 ovino-caprinos, además de caballos, puercos y gallinas. Siembra todo lo que puede, para el autoabastecimiento, para aportar a la cooperativa de créditos y servicios José Martí, a la cual está asociada, y para asegurar el alimento de los animales. Ahora mismo sus principales cultivos son piña, plátano, caña y king grass.

Ser campesina para ella resulta lo máximo. Lo lleva en la sangre, asegura. Tal vez ahí está el secreto (genético) para que pueda hacer tanto en cada jornada.

¿La faena es larga?

—Me levanto a las 4:30 a.m. —cuando no hay muchas vacas en ordeño—, me preparo el traguito de café, que no puede faltar; voy para el corral a ordeñar (bajo la luz de la luna) y las mando luego para su potrero; vengo y les doy leche a los carneros que crío con tetera; ordeño la chiva y alimento a los puercos; aquí cada uno tiene su turno.

“Después del almuerzo monto a caballo y arreo el ganado a un kilómetro más o menos de aquí, hasta el pozo, para que tomen agua. Dos horas y pico me paso dando bomba para que beban todos (275 aproximadamente), pues la laguna está seca. Retorno a los animales y voy a buscarles caña a los puercos, la corto y la traigo a pico de montura porque no tengo carretón, no me gusta. Después, a guardar las vacas y las bestias, y a contar y trancar los chivos y carneros. Lo último son los perros, ahora solo seis, pero he tenido 19. Termino a eso de las 11:00 p.m., como, me baño... y hasta la madrugada siguiente. Cuando la cosa está muy, muy ‘enredá’ le pago a alguien para que me ayude”.

¿No siente que le exige demasiado físicamente a su cuerpo?

—Estoy adaptada. No me canso y me siento un momento si lo necesito. Lo que sí le puedo asegurar es que no sé lo que es el aburrimiento. Si hay que chapear un potrero lo hago, pico postes de marabú, tiro y arreglo cercas, y ordeño; eso me encanta, ordeñar es la mismísima vida.

¿Se ha sentido sola?

—Nunca, no sé lo que es la soledad. Vivo así sola desde el 2000. Tengo dos hijos, pero cada uno atiende su finca. Yo estoy bien así, no he pensado en buscar compañía. Siento que sería un obstáculo porque no pudiera atender la finca como se debe. No tengo miedo a ninguna hora, hasta me gusta montar a caballo en la madrugada y recorrer el potrero.

“Disfruto despertarme antes del amanecer y sentir los gallos cantando. Estar en el corral y ver el alba es lo más rico que hay”, dice en un tono de plenitud incuestionable.