Foto: De la autoraFoto: De la autoraCAMAGÜEY.- “Ella es de las primeras en entrar y de las últimas en irse, cumple con todo, tiene buenos resultados, y su trabajo es complejo, te lo digo yo que llevo 17 años aquí”, nos interrumpe Yudislaida Ortiz Torres, orgullosa de su joven compañera, Daniuska Reyes Robert, egresada de la Universidad hace solo cinco meses.

Es de esas mujeres que tiene mucho por hacer: integra el departamento de Atención al Ciudadano en la Fiscalía Municipal de Camagüey, donde los casos que más la motivan y sensibilizan son los relacionados con las víctimas menores de edad y ancianos.

“Me gusta porque puedo velar por la legalidad del país, porque se cumplan los derechos del ciudadano, porque puedo ayudar a niños y personas discapacitadas como yo”.

Sí, porque a los pocos días de nacida la fiebre le produjo un paro respiratorio que desencadenó en una parálisis flácida y la niña quedó dependiente de una silla de ruedas. “Al principio era duro, la gente me miraba, me sentía triste y por eso no quise nunca ir a la escuela”.

Pero… “Tuve un profesor que se llamaba Ulises, que me apegué mucho a él cuando me daba clases en la casa, que me habló sobre la posibilidad de estudiar en La Habana, en la escuela Solidaridad con Panamá. Le decía que no, que me daba miedo, era muy chiquita. Pero al fin fui a ver a la psicóloga que hacía las pruebas para entrar en la escuela y me captaron. El primer día allá lloré mucho, imagínate, era chiquita, empecé con ocho añitos y estuve hasta noveno grado que vine a hacer el pre aquí, solo venía a mi casa en junio y diciembre.

“Allí aprendí a ser independiente; a moderar mi carácter, porque la gente me miraba y decía ¡ay! ¿por qué me miran tanto?, y me sentía impotente; comencé a llevarme bien con todos mis compañeros; a hacer deportes (fui campeona nacional de carrera en silla de ruedas). Me enseñaron que cuando terminara noveno grado mi vida sería diferente porque no iba a estar solamente con muchachos discapacitados igual que yo, sino que iba a ser yo prácticamente la única discapacitada, y me pasó así. Cuando inicié el preuniversitario en Florida había solo dos discapacitados y la única en silla de ruedas era yo; pero me fue bien”.

—¿Cómo te resultó ese tránsito a la educación general?

—Fue un choque, no quería entrar, mi papá fue el que me obligó a ir . Ese día me dio fiebre, vómitos…  Al otro día me llevó y me entró hasta el matutino. Cuando me vi rodeada de gente y yo era la única en silla de ruedas… me chocó mucho. No quería hablar con nadie, ni con mis compañeros ni con mi profesora, pero al paso de una semana ellos mismos me habían ayudado a salir del bache y ya pude relacionarme con todos.

¿Te sentiste alguna vez rechazada o discriminada?

—No, nunca me pasó eso en el pre. Después vino la Universidad, más grande, hay más personas, me pasó lo mismo, tenía miedo. Pero me acogieron muy bien, el rector, Santiago Lajes fue conmigo una persona maravillosa. Me quedaba becada la semana, tenía un cuarto para mí sola donde acomodaron el baño según mis necesidades; el aula la ubicaron en el primer piso para que no tuviera que subir escaleras, los profesores y mis compañeros maravillosos conmigo. Hice muchas amistades, todavía tenemos comunicación.

“Me pasó una vez ya trabajando, con una señora que estuve atendiendo, que le vi un gesto en la cara como diciendo ‘ño, una persona discapacitada’, pero después me dijo que no lo entendiera por mí, aunque sé que sintió un poco que no era igual que las personas que caminan”.

¿Qué piensas de los imposibles?

—Para mí no hay nada imposible, hasta ahora lo que me he propuesto lo he conseguido. Para mí no hay un escalón delante aunque sé que hay personas que cuando ven a un discapacitado siempre ponen ese escalón, me ha pasado en mi vida personal, pero para mí ese escalón que me ponen las personas no existe. Sé hasta dónde puedo llegar, y soy un poco resabiosa porque digo “bueno, hasta ahí no puedo llegar”, pero si me lo propongo, llego.

—Coméntanos sobre tus proyectos.

—Quiero seguir superándome, estoy haciendo ahora un diplomado y quiero cursar la maestría, y en un futuro un poco más lejano tener mi bebé. Tengo una familia maravillosa y un papá que siempre me ha dicho que tengo que seguir estudiando, y mi tío de La Habana, que me impulsa a continuar. Hay personas que por tu discapacidad no te lo dicen, pero solamente de mirarles el rostro sabes que te están discriminando. Por eso para mí esos otros que te impulsan son admirables, de los demás ni me interesa lo que me dicen.

Hay familias que no aceptan la discapacidad de uno de sus miembros y se niegan a la necesidad de la educación especial. ¿Qué les dices a esos padres?

Para mí la escuela Solidaridad con Panamá significó todo, ahí no te ponen freno. En las escuelas especiales te enseñan y preparan no solo para tu estancia allí, sino para tu vida y la inserción en la sociedad. Los profesores son muy cariñosos pero no te miran con lástima. A los padres les digo que no les pongan freno a sus hijos, que los apoyen, y que cuando es necesario estas escuelas son la mejor opción.