CAMAGÜEY.- Camilo Cienfuegos es un poeta. La afirmación no surgió por el descubrimiento de alguna publicación inédita del héroe, ni por una declaración hasta el momento desconocida. No. Llegó a mi mente con claridad. Sacudió un rato mis neuronas y, luego, tomé el impulso para escribir sobre la poesía que este hombre creó y legó a su pueblo, solo con su ejemplo.

Desde joven, Camilo demostró cuánto de verso había en su alma. Aprendió cuánto de cierto hay en aquello de reducir la mentira a cenizas con la verdad. Lo épico de resarcir, con esa virtud, el daño de un cristal quebrado por un batazo. El trabajo precoz para ayudar a la economía familiar. Las musas le inspiraban pequeñas acciones, traducidas como futuras alarmas para los tiranos que sometían a su gente.

Cuando llegó el momento, esas diosas mitológicas también lo convidaron, desde México, a abordar una pequeña embarcación, un yate. Escribió, junto a sus compañeros de viaje, un capítulo homérico, una Odisea rumbo a la tierra que necesitaba del servicio de sus mejores hijos. Ya ni el mal clima, ni lo sobrenatural, ni la mala suerte, podrían detener esa empresa. La tarea principal sería componer un porvenir de esperanzas para su pueblo.

El desembarco en la Cuba neocolonial puso al soldado de la sonrisa amable en el contexto de las luchas revolucionarias. Debía moldear su carácter como guerrillero, describirse como un poeta de vanguardia, como un hombre de vanguardia, un señor de la vanguardia en El Uvero, en Bueycito, en Pino del Agua. Siempre en una mano la paloma, y en la otra, el león.

El espíritu poético del combatiente del sombrero alón dejó huellas de altruismo entre las penurias de la guerra ¿Qué cubano no ha oído sobre su anecdotario, de su profundo sentido humanista? Cautivó a la Sierra Maestra con elegías a la solidaridad, al desinterés que lo llevó a compartir sus escasas provisiones, a la fidelidad hacia su Patria. Su percepción de estratega y capacidad de liderazgo se materializaron en Yaguajay. Aquella fue una rima perfecta. Forjó la moral de su tropa. Selló su destino de héroe.

Camilo es un poeta. Lo supo el país cuando la Caravana de la Libertad atravesó a Cuba. Lo gritaron los hijos de Camagüey el día que acabó con la sedición de Huber Matos; al escuchar de su propia voz: “Hermanos camagüeyanos ¡Van muy bien!” Lo reconoció nuevamente la nación al confirmarse la noticia de su desaparición. Desaparición física.

Cada 28 de octubre los cubanos lanzamos flores al mar. Recordamos su pérdida. El 6 de febrero, renace. Ponemos flores bajo su mirada. Sentimos que esa sonrisa de hombre sencillo, de pueblo, agradece. Y es que él es así, como las flores, de todos; como la poesía, universal.

Omnipresente, declama hoy la estrofa final de “Mi bandera” en un acto, mañana puede recitar los versos de Mirta Aguirre en cualquier escuela, habla de pelota en la esquina más concurrida, se manifiesta en la alegría de un niño, participa junto a los que quieren construir...

Si me preguntaran diría que es, mayoritariamente, un poeta del pueblo. Él, transgresor del tiempo y del espacio, de la vida y de la muerte, estoy seguro de que me corregiría sin perder la jovialidad de su rostro: “No. Un pueblo en un poeta”.