Posteriormente, el 14 de agosto de ese año, el doctor Carlos J. Finlay Barrés presentaba en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana su trabajo titulado: El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla, con lo que además de crear un ambiente de incredulidad, levantó la burla irónica y que lo calificaran como el médico de los mosquitos.

"... mi opinión personal es que tres condiciones son, en efecto, necesarias para que la fiebre amarilla se propague: 1) La existencia previa de un caso de fiebre amarilla en un período determinado de la enfermedad; 2) La presencia de un sujeto acto para contraer la enfermedad; 3) La presencia de un agente cuya existencia sea completamente independiente de la enfermedad y del enfermo, pero necesaria para transmitir la enfermedad del individuo enfermo al hombre sano..."

Esta tesis aportaba una nueva doctrina general a la Medicina, en aquel momento demasiado audaz, para una época en la que prevalecían las ideas metafísicas en este campo.

Finlay es ignorado por más de 20 años.

El científico no se detuvo, prosiguió sus investigaciones animado por el reducido número de sus auxiliares, y en particular el médico español Claudio Delgado, hasta llegar a identificar el mosquito hembra Aedes aegypti como el agente transmisor de la fiebre amarilla, a la vez que determinó las medidas profilácticas que debían adoptarse para la existencia del vector.

El 29 de febrero de 1884 Finlay establece conclusiones más precisas en su informe Fiebre amarilla experimental comparada con la natural de sus formas benignas, en la que además, reafirma que un microorganismo patógeno era transmitido de una persona a otra por un vector biológico.

Durante la primera intervención yanqui en Cuba (1899-1902) una comisión sanitaria norteamericana, dirigida por el doctor Walter Reed, se interesa por la enfermedad, especialmente en llegar a la conclusión de un "virus filtrable", y no en el modo de evitar su propagación, por lo que fracasan y tienen que acudir a Finlay, quien con noble espíritu humanitario puso a su disposición el resultado de sus investigaciones.

La teoría de Finlay quedó sólidamente confirmada en su aplicación práctica mediante la inoculación con mosquitos contaminados y la destrucción de sus larvas en los depósitos de agua estancada.

Después de su muerte, el 20 de agosto de 1915, es que comienza a dársele crédito a su descubrimiento, no obstante los pretendidos intentos de arrebatarle el mérito personal a su aporte científico, incluyo, atribuyéndolo a otros.

"...sólo a Carlos Finlay, de Cuba, y sólo a él, corresponde el descubrimiento del agente transmisor de la fiebre amarilla y a la aplicación de su doctrina el saneamiento del trópico..." así lo ratificaron los congresos internacionales de Historia de la Medicina de 1954 (XIV Roma, Palermo) y en 1956 (XV Madrid, Alcalá de Henares)

Carlos J. Finlay, como transcendió en la historia pues realmente fue bautizado como Juan Carlos, nació en Puerto Príncipe el 3 de diciembre de 1833, y se hizo acreedor de la gratitud universal, no sólo por su trabajo en relación con la fiebre amarilla, sino porque también descubrió y solucionó el terrible problema del tétanos infantil.

Su nombre está inscripto entre los seis microbiólogos más destacados del mundo; en 1977 la UNESCO aprobó instituir el Premio Finlay para el mejor trabajo científico sobre microbiología y sus anexos.

En honor a este gran médico, la fecha de su natalicio quedó instituida como el Día de la Medicina Latinoamericana, su ejemplo constituye estímulo para quienes como él, consagran su vida a la conciencia, a las investigaciones, a combatir las enfermedades, y a hacer de la atención médica un derecho cotidiano de la humanidad.

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