El ejemplo y las batallas libradas por Raúl Roa García, el cubano Canciller de la Dignidad, cobran singular vigencia por estos días en que la OEA vuelve a enseñar los dientes, y no con una sonrisa, por cierto, al hermano pueblo de Venezuela y a la justa causa que su gobierno defiende.
 

A 110 años del nacimiento del legendario diplomático, que vio la luz primera en La Habana el 18 de abril de 1907, y falleció en esa propia ciudad el seis de julio de 1982, más que un deber es un gozo suscribir unas líneas sobre su vida, tal vez porque su entusiasmo siga contagiando a todos y trascendiendo hasta hoy, sin barreras de tiempo.

Porque el combatiente de primera línea que en 1959 fue designado para representar a Cuba dentro de la Organización de Estados Americanos (OEA) entró a sus foros sin ocultar su desconfianza ante el prontuario de esa institución,  que no tardó en calificar más adelante como Ministerio de Colonias. Cuánta razón había y hay todavía, quién lo duda.

Entonces, como ahora, la razón de ser de la OEA era servir a los intereses de la dominación imperial, nunca a la justicia social y soberanía de los pueblos. Cuanta política hostil y agresiva se gestó y se cumplió contra Cuba y su naciente Revolución, encontró instrumento percutor idóneo en ese foro que la Mayor de Las Antillas abandonó, en tiempos de Roa, para no regresar jamás.
 

Volver por estos días a Roa es homenaje,   historia y presente. El hombre que muchos conocieron en su madurez como escritor, profesor, político, diplomático e invencible polemista, fue   además un adolescente y joven revolucionario, de sobresaliente trayectoria en la lucha contra el tirano Gerardo Machado, en los años de 1930.

De esa época sucintamente se puede decir que como miembro fundador del Directorio Estudiantil Universitario (DEU) tuvo una connotada participación en movilizaciones, pero  abandonó esa organización  más tarde por divergencias  ideológicas, para fundar con Gabriel Barceló, Pablo de la Torriente Brau y otros el Ala Izquierda Estudiantil (AIE).

En 1935 se titula de doctor en Derecho. En ese año publicó Bufa subversiva, compilación de su obra más relevante hasta ese momento. Ya en 1940 obtuvo una cátedra en la Universidad de La Habana.

El propio ambiente de la casa de estudios estaba asolado por la práctica deleznable del llamado “bonche” y el pandillerismo, algo contrario a la ética del joven y brillante profesor, quien se dedicó a combatirlos con su verbo agudo y siempre valiente.

De 1949 data el primer tomo de su Historia de las Doctrinas Sociales, al que sucedieron otras dos recopilaciones de sus trabajos en 1950 y 1953.

Durante la dictadura batistiana, en los años 50, se afilia a la Resistencia Cívica, afín al Movimiento 26 de Julio. Su incesante actividad intelectual y política dio a la luz nuevas obras:  En pie (1959). Más tarde Retorno a la alborada (1964), La Revolución del 30 se fue a bolina (1968) y El fuego de la semilla en el surco (1981), entre otras muestras de su creación fecunda.

 Después de su primer nombramiento como embajador ante la OEA, en diciembre de 1959 fue designado Ministro de Relaciones Exteriores, cargo en el que brilló más allá de las fronteras cubanas y del área geográfica continental. Luego, siendo representante de Cuba ante la ONU, escribió igualmente otra página de honor en su vida de persona fuera de serie.

Como Canciller se estrenó ofreciendo una contundente respuesta a una nota prepotente e irrespetuosa del embajador estadounidense.

Cuentan que el apelativo de Canciller de la Dignidad comenzó a dárselo en los movimientos progresistas de América Latina, del llamado Tercer Mundo en general y más allá, a partir de una reunión de la OEA realizada en Costa Rica, en 1960. Cuando se convenció de que los justos reclamos de Cuba nunca iban a ser atendidos, se levantó y dijo que se iba con su pueblo, y junto a ellos también se marchaban los pueblos del continente.

Durante los días de Girón literalmente le cantó las cuarenta al jefe de la delegación norteamericana, Adlai Stevenson, quien quedó poco menos que atónito. Roa sencillamente desmontó con hechos verídicos su arsenal de mentiras informando al mundo que la invasión mercenaria había sido organizada y entrenada por la CIA.


Con eterno sentido del humor,  carisma y la personalidad extrovertida y lenguaraz (según sus propias palabras), que en el orbe distingue a los cubanos considerados reyoyos, también lo caracterizaron una inmensa cultura, su enorme sensibilidad humana y su capacidad de soñar siempre y luchar hasta el final por una sociedad más justa y humana para todos.