Ningún camino es totalmente recto y mucho menos si es largo. Una revolución implica una convulsión social de incalculables proporciones y muchas veces su comportamiento está en dependencia de la resistencia del régimen que se trata de sustituir, que siempre será vigorosamente fuerte.

Nuestros errores están allí, en el plano económico, digamos, de una manera un poco ilusa, quisimos repartir igualitariamente lo que no teníamos, sin atender a la fórmula de a cada quien según su trabajo, según su aporte, que hubiera sido lo correcto.

Los “bandazos” en la aplicación de algunas políticas sociales y culturales, también están allí, y nadie oculta que nos hicieron mucho daño, a nosotros como proceso y a otros en el orden personal, sea por la miopía de los que las decidieron, por exceso de celo, o por la tramitación burocrática que le imprimieron sus ejecutores.

Pero claro que no todas las decisiones que nos atribuyen fueron erradas. Entre col y col también hubo lechuga, y no me vengan a decir ahora, por ejemplo, que alguien debe romper lanzas por Heberto Padilla, aquel simulador de poeta que en público andaba en silla de ruedas y en la celda hacía gimnasia de pie para mantenerse en forma.

La creación artística y literaria puede encerrar muchas virtudes estéticas, humanas, aleccionadoras, pero también sutilezas intencionadas con las que se trate de pasar gato por liebre, en dependencia de lo que se pretenda expresar y no siempre se está en la obligación de digerirla y aplaudirla, a no ser por los que concuerden con ella.

De la política de prohibiciones, que nos vimos obligados a aplicar, en medio del cerco hostil y destructivo, vamos saliendo hacia un espacio más reflexivo, de diálogo y razonamiento, pudiéramos decir, menos radical, donde todo no está solo en blanco y negro, sino que existen matices, claroscuros, con las cuales debemos aprender a convivir.

A qué venir ahora con panfletos truculentos para recordarnos y exigirnos explicaciones acerca de tal película que no se exhibió, a pesar de ser una ”obra maestra”, el libro que no se publicó, la obra de teatro no puesta en escena o la pintura que no se llevó a las galerías.

Las tendencias a retrotraer a la escena los errores del proceso cubano, no parece tener un fin edificante, yo diría más bien que de lo que se trata es de debilitarlo, de hacer ver que si nos equivocamos antes, nos equivocaremos ahora también y minar la confianza en la actualización del modelo que estamos empujando en los ordenes social y económico en el país.

Que aprendamos a vivir con nuestras diferencias, tanto interna como externamente, no quiere decir que nos desarmemos. La naturaleza de los contrarios no ha cambiado y nosotros, mucho menos, y en constante aprendizaje para mantenernos en el primer escalón en la lidia.    

{flike} {plusone} {ttweet}