CAMAGÜEY.-  Cuentan que el general Máximo Gómez anhelaba encontrarse un día con la valerosa mambisa Rosa María Castellanos Castellanos. No fue hasta 1873, cuando se produjo el esperado momento.

“He venido a conocerte, de nombre ya no hay quien no sepa de ti por tus nobles acciones y los grandes servicios a la patria”, le dijo el Generalísimo.

Ella contestó: “Yo cumplo con mi deber y de ahí no me saca nadie (...) aquí el que se cura se va de nuevo a la batalla (…)”. La llamaban, por sus orígenes, La Bayamesa,. La respetan por la gloria que dejó en las luchas por nuestra soberanía.

Nació en Bayamo en 1834, hija de los esclavos africanos Matías Castellanos y Francisca Antonia Castellanos. Durante su niñez observó los disímiles maltratos a los que eran sometidos sus compañeros de barracón. El cepo, los latigazos y los castigos injustos se transformaron en caldo de cultivo para que alumbraran poco a poco sus ideales independentistas.

Cuando inició la Guerra Grande, los aires de libertad recorrieron a Cuba entera. Las mujeres no fueron la excepción. Rosa, tampoco. Llevó su espíritu rebelde a la prefectura de la Sierra Maestra para brindarse en lo que fuera necesario. En aquellos parajes inhóspitos, comenzó a forjarse como una enfermera imprescindible. Los medicamentos eran las plantas silvestres, yerbas, raíces… la madre naturaleza se ofrecía ante sus manos de sanadora.

Además de salvar vidas, tuvo también que sortear los peligros mientras hizo de mensajera, buscó alimentos para los heridos y zurció los uniformes raídos que luego regresaron al campo de operaciones.

Nuestro Héroe Nacional, José Martí, al caracterizar a las cubanas expresó que son “flor para amar, estrella para mirar, coraza para resistir”. La Bayamesa demostró, desde 1871, su amor desmedido por una noble causa al empuñar el machete y blandirlo en combates como el de El Naranjo y Palo Seco. La cercanía de la muerte no la amedrentó nunca y ayudó a poner, a buen resguardo, a los insurrectos alcanzados por balas enemigas.

Por esas fechas creó en la tierra de El Mayor diversos hospitales de sangre. Muy conocidos resultaron los de las lomas de Najasa y el situado en San Diego del Chorrillo, próximo a Santa Cruz del Sur. Allí fue donde deslumbró a Gómez con sus decididas palabras y el porte de valerosa Mariana. Él supo luego, en el transcurso de la contienda de 1895, que podría confiarle la dirección del hospital Santa Rosa, que poseía cerca de 90 camas. Este enclave nunca cayó en manos de los colonizadores por la estrecha vigilancia que organizó en sus alrededores.

Imagen:  Tomada de Crisol.cult.cuImagen: Tomada de Crisol.cult.cuEl ímpetu y las hazañas de Rosa la Bayamesa posibilitó que, a propuesta de Salvador Cisneros Betancourt y Gómez, le otorgaran el grado de Capitana de Sanidad del Ejército Libertador, en el Providencial de Najasa, en mayo de 1896. En el documento del ascenso rezaba:

“Esta mujer abnegada prestó servicios excelentes en la Guerra de los Diez Años, y en la revolución actual, desde sus comienzos ha permanecido al frente de un hospital, en el cual cumple sus deberes de cubana con ejemplar patriotismo”.

Los deseos de ver a su tierra sin cadenas, se desmoronaron con la intervención de los norteamericanos en la guerra contra España y el posterior nacimiento de la República neocolonial, en 1902. Como a otros bravos mambises, fue licenciada según su grado militar. Ya próxima a las siete décadas, se dedicó al oficio de comadrona, a curar empachos, erisipelas… a lo que mejor sabía hacer: curar con sus manos.

Un día como hoy, pero de 1907, muere Rosa la Bayamesa en esta provincia, a consecuencia de una afección cardíaca. Fue enterrada con altos tributos y el pueblo acudió, en masa, a su tumba para depositar una flor en agradecimiento. El periódico El Camagüeyano recogió en la primera plana la triste noticia, sin embargo, su imagen de mujer intransigente vive en una calle nombrada en su honor, en la Necrópolis de la ciudad y en el ejemplo que dejó al pueblo de Cuba.