CAMAGÜEY.- Son las ocho de la mañana. El Parque Ignacio Agramonte y Loynaz ya está lleno. La Banda suena y hay quien viste como se solía hace más de un siglo. Alguna gente ultima detalles para la ceremonia, otros observan, graban, hacen fotos.

Llegan las nueve. Si el parque pudiera, contaría a Adelante digital su deja vu. La escena se parece mucho a la de hace 105 años. Un hombre con acento español explica que será develado un monumento a Agramonte, el icónico camagüeyano. Hace de Alfredo Zayas Alfonso, quien en nombre de la presidencia de la República entregara la estatua al pueblo de Puerto Príncipe.

Hay otros personajes, representan a su Amalia y su hija Herminia; a los generales Javier de la Vega Basulto y Lope Recio Loynaz, antiguos jefes del tercer cuerpo de ejército del Camagüey; a Salvador Cisneros, del Senado cubano, a José Francisco Martí, el “Ismaelillo”, del Apóstol…

La música, el ambiente, la solemnidad, las campanadas de la Iglesia, todo anima al recuerdo del acto de justicia de aquella otra mañana.

Y el gigante sigue allá arriba —en el dibujo de Salvador Buemi— tan vivo como el 23 de diciembre de 1841, cuando llegó al mundo; como el 11 de mayo de 1873 en que cayó, y como el 24 de febrero de 1912, cuando su amada develó esa suerte de monumento que hoy cumple aniversario.  

Con el homenaje a los pies del héroe, la Oficina del Historiador de esta ciudad también ha celebrado sus veinte.

El parque no puede hablar. En su nombre los fotógrafos inmortalizan el momento, los periodistas contamos de su deja vu; y el pueblo camagüeyano usa, hoy y todos los días, ese “gentilicio” sagrado: el de agramontino.