Foto: Orlando Durán Hernández /Adelante/ArchivoFoto: Orlando Durán Hernández /Adelante/ArchivoCAMAGÜEY.- Migdalia Mirta Benitez León no nació en el batey Santa Rita, en Camagüey, pero allá creció y vivió hasta hace muy poco, tal vez de allí viene ese apego por la tierra, por las cosechas, y ese respeto y admiración confesa por los hombres y mujeres que sudan el día a día junto al surco.

“Estudié técnico de nivel medio en Agronomía y después me hice médico veterinaria. De los 46 años que tengo llevo 28 en la agricultura. También asumí varias responsabilidades como administradora y presidenta del órgano de base de las Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC) El Aguacate y Henrry Reeve”

—¿Qué opinas del trabajo de la mujer en la agricultura?

—Es muy entregado. ¡Quien lo dude que le pregunte a las mujeres!. Temprano nos amanece ya en el surco para aprovechar el fresco de la mañana y allí nos coge la tarde. Muchas llevan a sus hijos también porque no tienen quien se los cuide.

“Yo misma le dedico no menos de 10 horas diarias, salgo de casa antes de la 7 y regreso muchas veces a las 7, pero de la noche. Después llegamos al hogar y está la doble jornada. Para unas más aligerada que para otras, pero de todas formas hay que atender a los hijos y enfrentar los quehaceres domésticos. En mi caso he podido dedicarme más al trabajo porque mi esposo me apoya y cuento además con la colaboración de mi mamá y mi suegra. Sin ellos no me lo imagino.

“Fácil no es, de allí que en el campo sigan los hombres en mayoría, tanto en labores de dirección como en el trabajo directo a la producción. Cuando se asumen responsabilidades es más complicado. Las reuniones casi siempre se programan en horarios de tarde-noche; un tiempo atareadísimo en casa para la atención de los niños y de las personas mayores, que en la mayoría de los casos están bajo nuestros cuidados.

“Por eso los jefes casi todos son hombres, lo que no quiere decir que no haya mujeres, con muy buenos resultados además, pero somos minoría. Hay que reconocer que nosotras tenemos que seguir abriéndonos caminos y derribar las puertas que intenten mantenernos encerradas”.

—¿Obstáculos por tu condición de mujer has encontrado?

—Déjame decirte que sí existen, sobre todo prejuicios. Lo que pasa es que yo soy una de esas de las que cuando dice que voy… voy. Cuando administré por primera vez una cooperativa me encontré con trabas, subjetivas todas. Siempre con mucha decencia expongo mis argumentos y hay que escucharme. Nunca me he dejado silenciar.

—¿Cómo es la vida en un batey?

—Viví en el batey Santa Rita desde los 10  hasta los 44 años. La vida en el monte es difícil porque desgraciadamente no hay donde adquirir los productos básicos para la casa. Hablo de cosas tan elementales como es el aceite, el detergente, el champú, entre otros. Tenemos que venir hasta Camagüey para buscarlo todo. Sería tan bueno que a los lugares más intrincados se llevaran ferias con diferentes productos, eso mejoraría las condiciones de vida. Salir hasta la ciudad es engorroso, los caminos muy malos, largas distancias y el transporte escaso. Los hijos por la lejanía pasan muchas dificultades para estudiar. Después de que culminan la enseñanza primaria en la escuelita rural se tienen que ir becados. Mi hija estuvo 11 años interna.

“Estas son algunas de las cuestiones que influyen en que tantas personas migren del campo para la ciudad, sobre todo los jóvenes, lo que compromete la fuerza  laboral en la agricultura”.

Migdalia insiste en la necesidad de que mejoren las condiciones de vida en los bateyes, no basta con los servicios médicos y la educación que la Revolución llevó a los lugares intrincados, hay otras necesidades que urgen ser cubiertas, para que la vida en el campo se suavice y la gente se quede allí.