Y es entonces que salta al ruedo la pregunta: ¿Una pizarra eléctrica en el "Cándido", para qué? Amén de los gastos que tal inversión implicaría, quedarían siempre las dudas acerca de los beneficios reales que pudiera reportar. Sobre todo, ante los dolores de cabeza provocados por las otras que sí han sido ubicadas en diversos parques de la Isla.
Con muchos menos datos a disposición de los espectadores y equipos (que nadie espere alineaciones o algo por el estilo), casi invisibles durante el día, y tan "débiles" que prácticamente cualquier percance técnico puede sacarlas de circulación, las pizarras eléctricas se han ganado su bien merecida mala fama.
Mientras, la nuestra sigue imperturbable y segura luego de unas cuantas décadas, durante las cuales no ha demandado mayores cuidados que alguna que otra capa de pintura o los cambios de sus viejas ventanas de madera.
Hubiera sido una locura destruir ese símbolo de nuestra principal instalación deportiva. Por suerte, las autoridades de la provincia pusieron coto a la pretendida "mejora" y en el futuro los aficionados podrán seguir contando con él.
Sin embargo, el debate en torno al tema dejó abiertas otras interrogantes que también tienen como protagonista al Coloso de la Avenida 26 de Julio. Con poco más de un año para que arribe al medio siglo de existencia, que cumplirá el 26 de diciembre de 2015, el "Cándido" está lejos de vivir sus mejores épocas.
Cincuenta años son mucho tiempo, incluso para una edificación como la que nos ocupa, levantada con los mejores materiales y por una mano de obra dedicada y capaz. Han sido cinco décadas de reparaciones parciales, pero nunca capitales, que se sumaron a su falta de crecimiento para convertirlo en el estadio con menor capacidad en proporción con el número de habitantes de la ciudad en que se ubica.
La falta de espacio, que bien conocen los aficionados de por estos lares, será un tema a solucionar en un contexto económico más favorable, pero por ahora sí pudieran emprenderse mejoras en sus locales, especialmente los vinculados a los equipos. Tampoco estaría de más el rescate de su historia, que es también la del deporte camagüeyano, y de símbolos como aquellas palmitas que bordeaban la cerca del jardín izquierdo y que desde la serie de 1997-1998 entraron en nuestro imaginario beisbolero de la mano del inigualado Luis Ulacia.
Incluso hoy, los camagüeyanos podemos sentirnos orgullosos del estadio que tenemos, pero nadie se ciega ante las sombras que lo empañan. Entre el "Cándido" de hoy y el que quisiéramos, hay distancias que acortar. Y es posible hacerlo.
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