Es que hoy, 6 de octubre, es un día triste. Esa fecha de 1976 no hay quien la olvide, fue cuando estalló en pleno vuelo la aeronave CU-455 de Cubana de Aviación y murieron 73 personas, inocentes todas. Había salido de Barbados, y por eso el monstruoso hecho es conocido así: Crimen de Barbados.

El avión se dirigía desde esa isla a la de Jamaica con destino a La Habana. La historia exacta del suceso es bastante conocida, como también se sabe que ese crimen, producto del terrorismo más brutal ha quedado impune. Uno de los cabecillas, ya fallecido por muerte natural, era Orlando Bosch, un médico pediatra de origen cubano, quién lo diría, un galeno especializado para curar y proteger a los niños ideando algo así, algo impensable en nuestros profesionales de la Salud, quienes han llevado vida a tantos y tantos rincones de este mundo. Él lo organizó junto a Posadas Carriles, ese que transita como si tal cosa por las calles de Miami. La justicia, esa que sale de los tribunales, olvidó, al parecer, este caso.

Allí en esa aeronave venía una jovencita de regreso a su patria. Se llamaba Inés Luaces Sánchez, una camagüeyana llena de gloria como el resto del equipo de esgrima, pues portaban todas las medallas de oro de un certamen Centroamericano y del Caribe, efectuado en Caracas, Venezuela. A ella no la conocí, pero a su madre sí.

Inés Sánchez Salazar, ya fallecida, era la mamá de Inés. Esa señora nos vendía la merienda en el Instituto de Segunda Enseñanza aquí (conocido como el Pre del Casino). La recuerdo muy amable, sencilla hasta el tuétano y con mucho amor para ofrecer.

Trataba a los estudiantes con una dulzura que luego comparé con el sufrimiento que debió sentir al recibir la horrenda noticia. Ella murió a los 80 años de edad sin ver que se hiciera justicia contra los asesinos de su amada Inés y las otras 72 víctimas.

La mayoría de los fallecidos tenían la nacionalidad cubana; sin embargo, también fueron víctimas del brutal acto de terrorismo, guyaneses y coreanos.

Ni recordar aquellos días es bueno. Duele igual y siempre viene a mi mente la cara de Inés (madre), es algo inevitable, como inevitable es imaginar el sufrimiento de Inés (hija) y del resto de los viajeros.

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