La sangre joven de los mártires de las conocidas en Cuba como “Pascuas Sangrientas” no fue derramada en vano en aquellos días navideños de diciembre de 1956, pues el terror no detuvo la firme convicción de lucha del pueblo cubano, ni el avance del futuro Ejército Rebelde que logró más tarde, con el apoyo popular, el derrocamiento de la tiranía batistiana.