Foto: Cortesía de la  entrevistadaFoto: Cortesía de la entrevistadaCAMAGÜEY.- María Morales Viamontes, a quien muchas amistades conocen por Bisul, viajó a México bajo la fachada de turista. Después de pasar el primer susto de permanecer detenida unas horas en una comisaría en la nación azteca, cumplió el pedido hecho por el movimiento 26 de Julio, de colocar una ofrenda floral en el busto a José Martí en el parque Chapultepec.

La fecha escogida tenía una justificación política: el 26 de julio de 1957, una etapa candente en que la dictadura de arreciaba la persecución de los revolucionarios en Cuba.

A ella le pareció mejor actuar sola, siempre bajo la orientación del movimiento. El viaje a la nación azteca buscó obtener información, de primera mano, de la lucha en el exterior. El punto de contacto fue el teatro de Los Eléctricos, en el que se hallaban muchas personas, entre ellas Juanita y Enma Castro Ruz, hermanas de Fidel, con quienes habló en ese coliseo.

Al abandonar el teatro, la Policía de Emigración mexicana, sin conocerse el por qué, la detuvo y la condujo a la comisaría. María se la ingeniaba para salir ilesa de los tropiezos. Insistió en su condición de turista y llamó a la casa de la hija de un tío-abuelo, donde se alojaba, explicó de su detención y automáticamente aquella mujer llamó al presidente del Banco Nacional de México, a quien le unían lazos de amistad y de gran influencia en las fuerzas militares y por su gestión logró la liberaran.

Un día después, y luego de honrar a Martí, como no podía estar tranquila sabiendo que los nueve hombres detenidos en la misma ocasión permanecían encerrados, fue de nuevo a la comisaría, pidió la absolución y lo logró. A pesar de la insistencia de los agradecidos nunca reveló su identidad.

REBELDE POR NATURALEZA

Imposible revelar el epíteto que compañeros de lucha utilizaban para identificar a María, acompañándolo de una palabrota que prefiere no mencionar públicamente y permanezca en el anonimato. La historia de sus trajines revolucionarios afloran hoy ante la opinión pública, cuando está a siete meses de cumplir 88 años, porque siempre por modestia rehusó hablar de sus andanzas revolucionarias. La insistencia nuestra la hizo comprender de su importancia para el conocimiento y dominio de las nuevas generaciones.

Más de una hora de conversación permitió sumergirnos en un mar de anécdotas de aquella niña, nacida por obra y gracia de una comadrona en la calle La Horca ante la inexistencia del hospital materno que años después se fundó en Camagüey; la pequeña, que se autituló bellaca por las travesuras que hacía, como pasar corriendo charqueros enfangados de agua, vestida con batas blancas.

Por razones personales y del fallecimiento de su padre, propietario de una pequeña quinta en las inmediaciones del Callejón de Santa Bárbara, no muy lejos de la actual maternidad Ana Betancourt, la familia, constituida por seis hermanos, tres hembras y tres varones, cambió de domicilio hacia la Carretera Central Oeste, en cuyo predios, muy cerca del Cuartel Agramonte, cursó estudios en diferentes escuelas de la enseñanza primaria y la secundaria hasta el octavo grado.

De allí tomó otro destino: trabajar como dependienta para el sostén de la familia en el comercio, con solo 17 años, en la tienda El Dragón, en la calle Maceo, dedicada a la venta de telas de retazos, es decir, recortes que quedaban después de comercializar una pieza mayor. Ese establecimiento, hoy Todo por un precio, se ubicaba frente a El Globo y el salario devengado eran 30 pesos mensuales.

“Siempre fui rebelde, ingresé en el Sindicato de Comercio y combatíamos a la gente de Mujal, un dirigente obrero corrupto y vendido a los patrones; defendíamos a los trabajadores, yo era guerrillera, si había una huelga en El Encanto, en que las trabajadoras iban sin pintura y en chancletas para demandar mejoras salariales, las apoyaba. Siempre cobré el sindicato en toda la calle Maceo, eran centavos de acuerdo con los ingresos”.

Luego, por sugerencia del propietario de El Globo, al considerarla que tenía buena prestancia, pasó a trabajar en la tienda La Principal, especializada en calzado, con un estipendio tres veces superior, pero para vender carteras y sujeta a prueba durante un mes; de no “cuadrarle” al dueño tenía que pasar por la oficina a cobrar y cesaba el contrato.

“Me mandaron a buscar, temía que dijeran que no me querían y al final la sopresa; vamos a pagarle 150 pesos porque usted es una gran trabajadora. Estuve allí veintinueve años, haciendo de las mías, vendía bonos del 26 de Julio seguía con mi sindicato, cuando había un problema con una trabajadora en un centro iba a defenderla, éramos un grupo: Rosendo Agüero, Omelio, mi hermano; y Reguero, que hoy es médico”.

María perteneció primero al Directorio 13 de Marzo, relata de la ayuda que dio a dos jóvenes de esa organización estudiantil que fueron golpeados por testaferros de Batista, época en que los jóvenes cogían por la calle Maceo para que comprobaran los abusos de que eran víctimas por los esbirros. Ellos al trasladarse para La Habana a estudiar Medicina le dieron una golpiza e ingresados en el Calixto García le pidieron que los fuera a cuidar, y fue.

“Había un guardia custodiándolos, pero yo nunca le tuve miedo. Cuidé de ellos hasta que les dieron de alta y regresé para Camagüey; luego pasé a ser miembro del Movimiento 26 de Julio, vendía bonos, recogía medicamentos que los buscaba en una farmacia que había en el reparto Agramonte al lado de la tienda La Beatriz.

“El dueño, Mariano Merino Duque Estrada, tremenda persona, revolucionaria, me entregaba medicinas, las guardaba en mi casa, cercana a Maternidad y después , en un transporte las llevábamos hacia San Juan de Dios número 26 para resguardarlas en la casa de una compañera que trabajaba en la tienda La Época, de venta de ropa, hasta el traslado al campamento de los rebeldes en la Sierra de Cubitas, vivienda que habitó hasta no hace mucho el boxeador Julio César La Cruz.

“Los jóvenes del Instituto de Segunda Enseñanza tenían por costumbre realizar protestas, y en una de ellas, en que se organizó una huelga, los muchachos vinieron corriendo para Maceo huyendo de la Policía para que vieran los abusos; entre la soldadesca venía el teniente Hernández. Suárez Gayol estaba al frente del grupo y yo, desde mi departamento en La Principal, observándolo todo, él resbaló y cayó, lo halé, entró, escondiéndolo, en la peletería, que es un local grande.

“Cuando la turba pasó le dije: ‘¡sale!’. Los dueños me querían matar, me dijeron que me iban a botar, inclusive, comenté:‘ hagan lo que ustedes quieran, pero a este joven había que defenderlo porque esos esbirros querían matarlo y yo no lo permití’. Me dijeron: ‘aténgase a las consecuencias’, ‘me atengo a las consecuencias’, pero sigo asumiendo y defendiendo a los jóvenes que los esbirros venían dándole con el blackjack o artefacto metálico empleado para golpear”.

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¿POR QUÉ LA INCORPORACIÓN A LA LUCHA CLANDESTINA?

“Para acabar con los abusos, los atropellos y los bajos salarios que pagaban, a mí me pagaban bien. Me captó para el 26 Cuso Díaz Rodríguez, que tenía dos hermanos trabajando en La Principal; nos reuníamos, incluso me citaron para dar un conversatorio en el Club Gallístico sobre la Revolución y la dictadura, leí el documento, era un riesgo y lo asumí”.

Recordó muchas anécdotas de hechos que pudieron poner en riesgo su vida, citó los dos viajes realizados a Miami, gastos subvencionados por ella en vuelos que tomaba en el aeropuerto de La Habana. Paraba en la casa de Yolanda Grave de Peralta, representante del Gobierno de Batista, pero que su hijo era amigo de ella.

“Ella, quien vivía en Gervasio entre Concordia y Belascoaín, nunca supo mis actividades, esa es la verdad, ¡libré! El hijo sí me acompañaba a algunos lugares. Él estudiaba para sacerdote, siempre me apoyó y me acompañaba”, con cierta ironía dice esta noble mujer: “María iba de vacaciones, porque trabajaba en una tienda y ganaba dinero. Pedí que me pagaran en dólares y me iba. En Miami paraba en casa de una amiga, llamada Magnolia, y allá me juntaba con Macho León, General de División (r), Gregorio Junco, coronel de las FAR, fallecido; y Gaspar Jiménez Escobedo, quien fuera después muy amigo del aborrecible Posada Carriles. Como yo iba con dinero y ellos pasaban mucho trabajo allá, los invitaba a comer, les hacía una ensalada fría, pollo”.

Al regreso de uno de los viajes traía armas, pistolas, revólveres y todo lo que me dieran, yo era osada, lo ponía dentro del blumer o en la cartera y un disco de 45 revoluciones por minutos, con el himno del 26 de julio, que se lo tenía que dar a Elda Plaza, una revolucionaria vecina de la calle General Gómez, fallecida no hace mucho tiempo”.

—¿Qué haces con casi 88 años?

—Defender mi Revolución. Yo le digo a la gente, esto costó sangre de muchos jóvenes. ¿Qué usted quiere? Se los he dicho; ustedes no pueden andar sin camisa exhibiendo los tatuajes. Y ayer, cuando me levanté y fui a buscar el pan dos jóvenes comprando, sin camisa, con un short nada más.

“Les dije: compa, así vulgarmente. ¿Ustedes no escucharon a Díaz-Canel?, no pueden estar semidesnudos en la calle, exhibiéndose como si fuera un mérito, vas a tener que pagar una multa cuando los cojan en la calle así. Igual que decir frases vulgares, tampoco, tenemos que educar a los niños que vienen atrás que no oigan las groserías que dicen ustedes los jóvenes, ustedes no son pepillos, son hombres hechos y derechos ya.

“En la bodega el que se pone a hablar cosas que denigre a la Revolución, le salgo al paso, dicen algunos hay que dejar que la gente hable. ¡No! Ustedes no saben que esto costó mucha sangre y yo vi muchas cosas tristes y muchos jóvenes, amigos míos, que mataron. Eso no se lo perdono yo a nadie. Todo el que intente hacerle daño a la Revolución lo ajusticio yo, si tengo que ajusticiarlo. ¡No tengo miedo a nada!”.

Recordó con tristeza que en el ómnibus que se dirigía hacia La Habana para el primer viaje hacia Miami, delante de ella estaba ubicado un joven que no sobrepasaba los 18 años y que antes de llegar a La Vallita, a mitad de camino hacia la ciudad de Florida, unos guardias de la tiranía le hicieron señal al chofer de que parara, subieron, miraron a todos los pasajeros y a aquel muchacho le dijeron: baja y pidieron al chofer que siguiera la marcha y no habíamos recorrido más de unos metros y se sintieron dos disparos: lo mataron.

Según ella, que es fundadora del Partido Comunista de Cuba, no pierde el espacio televisivo de la Mesa Redonda, “el medio más informativo que hay para uno, te enteras de todo y hay que actuar, y voy a actuar a favor de lo que están diciendo y defender a Díaz-Canel, es un hombre patriota y humano. Tú no sabes por qué no permito que hablen de la Revolución? porque me jugué la vida”.

“Esas fueron las misiones que cumplí y sigo, con la moral tan alta como el Pico Turquino, no ofendo ni maltrato a nadie, soy chistosa, incluso, al tercer día de haber parido a mi segundo hijo Raúl, me vinieron a buscar del sindicato Reguero, Rosendo y Blanco, que se murió, con un nombramiento de Manuel Luzardo, ministro de Comercio Interior, para asumir la responsabilidad de nacionalizar la ferretería La Flor de Cuba, en Independencia y General Gómez, me paré y me fui.

“Reynaldo, quien era mi marido, buscó a su mamá, dejó a Cuqui, el primer hijo, de meses, porque no se llevan ni un año uno del otro. Me fui a los tres días de parir el segundo hijo, con puntos, y al llegar a la tienda el dueño no me quería dejar pasar, pero el miliciano le dijo: déjela entrar”.

“En la tienda había miles y miles de pesos. Ábrame la caja fuerte, el viejo no quería, al fin lo hizo, empecé a echar el dinero en la bolsa, el dueño con la mirada me quería matar, se quedó mudo y al solicitarle que abriera la caja chica, me dijo: ese dinero es español, no lo puede tocar, es de mi hijo Ramonín.

“Cuando fui a coger el dinero, sacó un revólver y dijo: si tocas ese dinero… le dije, esto no es de matar, guárdese esa arma, acercándome a él con mi rodilla lo golpeé en los testículos, tirándolo largo a largo, soltó el revólver y lo recogí. El miliciano vino corriendo y de inmediato se lo llevaron para el hospital”.

En 1992 se jubiló siendo trabajadora de Tropicana Modas. Fue fundadora de las Milicias Nacionales Revolucionarias femeninas, de sayita negra y blusa colorada, tiene grado de teniente y numerosas medallas otorgadas por las FAR, la Chenard Piña, por años de servicios en el sector del Comercio, de Producción y Defensa, también condecoraciones de los CDR y de la Federación de Mujeres Cubanas.

Fue de la jefatura de un regimiento de las MTT, del 494, del frente de Retaguardia, bajo las órdenes del Teniente Coronel Olivera. María, presidenta de su Asociación de Base de los Combatientes de la Revolución Cubana, es una mujer inconfundible, por así decirlo en un sentido figurado: un volcán en ebullición hasta el último día en que su corazón deje de latir.