CAMAGÜEY.- Potrero de Jimaguayú volvió a ser hoy un campamento mambí. A la entrada se preparaba una caldosa mientras los heridos descansaban en las hamacas; en la sastrería de la tropa se esmeraban por la vestimenta de quienes partirían a la batalla y la academia mambisa entrenaba a los jóvenes insurrectos. Era el teatro dotando de magia a un acto solemne.

Luego empezó la música, con ese golpe dulce que provoca en las emociones una canción como El mambí. “Y desde entonces fue más ardiente/ Cuba adorada mi amor por ti” se escuchaba al tiempo que el rocío caía levemente de los árboles. Despertó incluso al muchacho de las ojeras que pasó la noche de acampada en honor a otro joven, a uno que dedicó su pensamiento y pasión a la causa de la libertad e igualdad.

El tabloncillo aún húmedo por la lluvia fue tomado por el Ballet de Camagüey. Con gestos danzarios contaron lo triste de la caída en combate. El arte iluminó la mañana y nadie quedó indiferente a su relato sincero. Se integraron el teatro, la música y el baile para hablar de amor, el de Amalia e Ignacio, el que brilló en las cartas desde la manigua, el que rogaba a través de ella: cuídate, por Cuba, por mí.

El Mayor, esa canción de Silvio que cumple 50 años y siempre parece nueva, terminó de moverlo todo. Cómo no llenarse de Patria, cómo no querer más aún a aquel abogado ilustre, cómo no enamorarse otra vez, cómo mantenerse impasible ante las voces afinadas y el arreglo musical. Cómo no ser agramontino si la coreografía de José Antonio Chávez, Premio Nacional de Danza, te trasladaba a un lugar preciado donde somos la historia que nos custodia y ampara.

Del bohío-camerino salían vestidos de pasado y cubanía. Las Amalias manejaban el mismo talento de la cantante, los Ignacios se mostraban dulces y firmes, justamente como el líder de la caballería camagüeyana. El fango tampoco dejó impune a ningún visitante y menos, a la blancura de las zapatillas de ballet, como para que cada cual se llevara en sus huellas un pedacito de la tierra sagrada.

Este texto pudo comenzar con un lead informativo, su primer párrafo pudo haber hablado de la presencia de Félix Duarte Ortega, Miembro del Secretariado del Comité Central del Partido Comunista de Cuba; Federico Hernández Hernández, primer Secretario de esta organización en la provincia, de las autoridades gubernamentales y políticas que participaron; sobre la centena de jóvenes que recibieron su carné de la Unión de Jóvenes Comunistas. Pero las letras pidieron permiso para privilegiar a la magia del lugar y el momento.

El escrito pudo haber visibilizado primero el reconocimiento a las instituciones que ponen en alto el nombre de El Mayor: la Plaza de la Revolución, el Museo Casa Natal, el Museo Provincial, la Oficina del Historiador y Potrero de Jimaguayú, pero el diamante con alma de beso merecía un espacio de culto.

De pronto dio la orden: el “a degüello” anunció la estampida de la caballería, una vez más comandada por Ignacio. Sin embargo, el final fue distinto; ahora venció como en tantas ocasiones anteriores a esa batalla. Este Agramonte parecía natural encima del caballo, pese a no conocer del todo la técnica, como si el verdadero lo guiara en un camino final, como si la música cubanísima y la emoción de la escena lo hubiera transformado en héroe. Es el riesgo que se corre al vestir de Ignacio, al aprender de él y admirarlo, puede que la vergüenza y la virtud jamás te sean ajenas.