CAMAGÜEY.- Cuando meditamos un poco en la superioridad del ejército español, de inmediato nace el impulso de agigantar el valor de nuestros héroes de la Guerra Grande. Y no exageramos, porque si conspirar contra la metrópoli, era peligroso, enfrentarla en el campo de batalla resultaba un sacrificio de altura. Había que reprogramarse en la vida, como lo hizo, Ignacio Agramonte Loynaz, para vestir de militar y encarar a una de las huestes más poderosas del mundo, por aquel entonces.
Al enrolarse en un conflicto bélico, el ser humano se transforma. Frente a casi 20 mil contendientes, en espera de refuerzos, armados con fusiles remington, cañones y suficientes pertrechos de municiones, cada mambí era
“(…) un ente indefinido, dotado de un corazón especial (…)”, como escribió el generalísimo, Máximo Gómez, en el periódico La República, de Nueva York. Por experiencia, sabía que solo se admiraba “(...) la colina y el llano (...)” para hacer de ellos un terreno de operaciones.
El joven Ignacio, graduado en Derecho Civil y Canónico, cambió a lo largo de sus servicios en la campaña. La primera conversión, la más difícil, estaba relacionada con el desapego: debía alejarse con su caballo y dejar atrás al abogado de la calle San Juan, marcada con el número 20, a la familia, a su querida Amalia, al sentido de poseer. Abrazaba un futuro incierto sin vuelta atrás, porque gente como él no se dan segundas oportunidades, simplemente caminan sobre el fuego, y persiguen el bien.
No le llamemos obstinación, Juan José Expósito Casasús, en el libro, Vida de Ignacio Agramonte, define que la “(...) energía y firmeza, (...) son precisamente las cualidades singulares del carácter de aquel hombre, ellas fijan en todo el decursar de su corta existencia la línea de vida de El Mayor. Y esa línea, según afirman los psicólogos contemporáneos, permanece invariable durante la existencia humana”.
El ímpetu, sin embargo, resulta insuficiente si no se equilibra con la astucia. Por eso, el Diamante con Alma de Beso tuvo que adaptar su ingenio a “(...) las tropas y los medios a su alcance muy inferiores a los que disponía el enemigo, condicionado por el medio físico-geográfico y la situación higiénico epidemiológica (…)”, dice el historiador, Ricardo Muñoz Gutiérrez, acerca del arte militar cubano de aquellas fechas.
El especialista, explica que “(...) se empleó guerra irregular como la búsqueda del factor sorpresa, el aprovechamiento de las características del entorno, la utilización de estratagemas, la concentración y desconcentración de las tropas, la retirada oportuna de los mambises. El ejemplo personal, de líderes como Agramonte, fueron influyentes en la moral de los insurrectos, la unidad y en el desarrollo de una contienda favorable”.
LA INSPIRACIÓN DEL GUERRERO
Aunque llevaba consigo un adelanto para la manigua, con el dominio de la esgrima, el jefe militar que se fraguaba debía perfeccionarse a partir de las lecciones universales. Desde Río Seco, en 1969, le hizo una petición, a su idolatrada Amalia “(…) si es de pequeño volumen la Historia de los Estados Unidos, por Quackenbos y se presente persona de toda confianza, que me la traiga (...)”.
En ese ejemplar, el lector encuentra descripciones pormenorizadas, con una apoyatura visual, de la disposición de las milicias y resultados de acontecimientos como la invasión de Canadá, la Batalla de Long Island, de Withe Plains, la victoria decisiva de los norteños sobre el general Santa Ana, en México, que condicionó el tratado Guadalupe-Hidalgo, y la trascendental Guerra de Secesión. En ese último conflicto, la caballería de los dos bandos utilizó el rifle y el revólver, una práctica asumida también, por el Ejército Libertador.
Dicen que el filósofo alemán Hegel, le pareció ver al “espíritu del mundo montado a caballo", luego de quedar impresionado con Napoleón Bonaparte ¿Sería probable, salvando las distancias en las milicias, que el Bayardo de Camagüey, hubiera encontrado en él a uno de los referentes, para el contexto cubano? ¿Podrían adaptarse algunas de las ideas del pequeño corso, en las luchas de nuestras llanuras, si tenemos en cuenta el rol primordial de la caballería dentro las huestes francesas, y la difusión de sus teorías militares por el orbe?
Es conocido que la familia de Ignacio lo envió a estudiar a Barcelona, España, entre 1851 a 1857. La información de su estancia en el país ibérico y de su preparación académica, no es abundante, pero aún fresca en la memoria la invasión de los francos, ocurrida a principios de siglo XIX, es factible que se haya producido un acercamiento a su máximo impulsor, digamos, más ingenuo.
Al volver a Cuba, ingresa en la Universidad de La Habana, y allí, se sitúa en un nicho oportuno para generar debates del pasado, como las hazañas y revoluciones que removieron al Viejo Continente. Por su conducta y manera de proceder debió ser un ente activo entre sus iguales, salpicados “(…) por la influencia de los grandes cambios producidos en el mundo a partir de la gran conmoción europea y mundial de 1848, apunta Ramiro Guerra, en el ejemplar Guerra de los Diez Años. Una influencia, condicionada, en parte, por la decadencia del Imperio de Francia.
De la Grande Armée o Gran Ejército Imperial Francés, pudiera suponerse, aprendería un tanto de la organización de la tropa y de la capacidad de mando de su principal artífice. Claro, el mambí rehuía a las ínfulas del conquistador, la vanidad y la sublimación del ego. En ese espacio íntimo, como son las cartas a Amalia, se percibe el anhelo de hacer una sencilla vida hogareña una vez materializada la independencia. Pero la República esperaba más de su intrepidez, de una dirección que formara guerreros que pelearan bajo un mismo objetivo.
Muñoz Gutiérrez, cataloga de fundamental “la disciplina alcanzada por sus subordinados. Así se evidencia en los reglamentos, órdenes de los campamentos, cuidado del armamento, ahorro de municiones, atención al caballo, a pesar de las gestiones, por diferentes vías de la alimentación del campamento”.
Por esa misma cuerda, una anécdota del patriota Ramón Roa ilustra cómo un general español, de apellido Mella, criticó los aportes de Ignacio a una ley marcial dictada por la República, en 1872. “Hay que guardar este documento (...) Ni lo presto, ni lo doy, ni lo vendo (...) Es una prueba de que los mambises no son tontos y de que a ratos podríamos imitarlos (…)” expresó.
EN EL TEATRO DE LA GUERRA
Sabía Ignacio que la carencia de su gente había que compensarla. Según Manuel Sanguily, “era común y tan profunda en los jefes y oficiales, como en la tropa; Agramonte usaba un pantalón que solo le bajaba seis dedos de la rodilla (…) Compañías enteras andaban del mismo modo”. Ropas raídas, inferioridad numérica, un arsenal menguado… la táctica y la estrategia, establecían el balance.
“Si no te conoces a ti mismo, ni a tu oponente, en cada batalla serás derrotado”, afirmó el reconocido general chino, Sun Tzu, quien vivió alrededor del siglo V, A.C. Por tal motivo había que hurgar en las memorias del propio enemigo, en las guerras de guerrillas, utilizada por los propios españoles, 60 años atrás, cuando superaron a las columnas napoleónicas, con pocos efectivos. No en vano, Casasús, denominó a su biografiado como un hombre “(…) ducho en la historia de la nación colonizadora (…)”.
El tres de mayo de 1869, Juan José cuenta el desenlace del bautizo de fuego de El Mayor: “(…) Regresaba el General Lesca, con su columna, fuerte de las tres armas, de cerca de tres mil hombres, cuando le sale al encuentro, en la Ceja de Altagracia, el Páez de Camagüey, empeñándose un combate que duró tres cuartos de hora y que terminó al oscurecer (…)” Enfatiza el investigador que, en el altercado, Agramonte se consagró al asestarle un golpe contundente a un rival diez veces superior.
Para el 1871, al reasumir el mando de la División de Camagüey, Muñoz Gutiérrez asegura que “perfeccionó día, tras día, las emboscadas, el rápido movimiento para agredir tropas menores, la aparente retirada como cebo para la persecución y el posicionamiento de fuerzas para rechazar y contraatacar”.
El despliegue exitoso de esas estrategias en la región, coronaron de gloria a “(…) El Mayor, (…), el 17 de noviembre de 1871, destrozando a las fuerzas del Tigre, o en el Cocal del Olimpo derrotando a la columna de Abril. Esta táctica de caballería fue seguida por Viriato contra los romanos, en Tríbola por Muza Ben Nozair, a orillas del Tajo; contra los godos, en el sitio de Mérida y por el General Gómez en Palo Seco y las Guásimas de Machado entre otras (…)” aporta Casasús.
La pericia de Agramonte lo hizo leyenda. Lo convirtió en un símbolo del amplio servicio a su Patria, la ética militar reflejada en los talleres de guerra, las circulares, el trato afable y severo con los soldados… en la constancia, del estudio constante de los diferentes oficios del arte de la guerra, aunque no estuvieran en campaña, como refiriera el coronel del Ejército Libertador, Enrique Loret de Mola. Motivos tenía porque “(…) un pueblo amigo de la libertad y decidido a (...) todo para tenerla, alcanza siempre el laurel inmarchitable de la victoria (…)”, a decir de ese ser de luz.