CAMAGÜEY.- En el planeta, más de un franja de tierra huele a Cuba. Hay sitios a merced del sufrimiento que han recibido el auxilio de este archipiélago pequeño de ideales elevados. Lugares de África, Latinoamérica y el Caribe han sido tocados por el espíritu libertador de nuestros internacionalistas, dispuestos a lavar las injusticias en las naciones desamparadas. Pero a la heroicidad siempre la acompaña el riesgo de perder la vida. Y para quienes cayeron con decoro en las naciones hermanas, se dedicó la Operación Tributo.
Entre la sangre derramada de los combatientes en Etiopía, Nicaragua y el Congo, está la de los camagüeyanos. En tierra angolana la cifra fue de unos 166 mártires. Exploradores, zapadores, tanquistas, ambulancieros, la infantería… pasaron a la historia al enfrentar la injerencia militar del gobierno sudafricano y a las tropas de la Unita, respaldados por la administración norteamericana. La muerte, siempre infame, siempre desoladora, sorprendió en una acción bélica, en un río, en un accidente o, simplemente, por la inexperiencia. No importa, el hecho de estar los hace héroes.
PRELUDIO
Mayor de las FAR (R) Juan Palacio Beltrán. Foto: Leandro Pérez Pérez/AdelanteDos días antes del 7 de diciembre de 1989, fecha en que se rendiría el merecido tributo a los revolucionarios, despegó de La Habana un avión de fabricación soviética que transportó sus restos hasta las provincias orientales. En la tierra de El Mayor, el pueblo compartía el dolor de los familiares. Se anegaban los ojos, se crispaban las manos, se recogían las almas, consumidas. La angustia era un golpe en el pecho que había nacido desde cada noticia de un fallecimiento.
El entonces Mayor de las FAR, Juan Palacio Beltrán tuvo a su cargo la difícil misión de llegar a los hogares a comunicar lo que nadie quería oír. “Junto a un equipo integrado por un miembro de Salud Pública, del órgano de Gobierno provincial y otros factores de la localidad nos dirigíamos a las casas, con mucho cuidado para dar la triste información. Antes, averiguábamos sobre el estado de salud de los miembros de cada núcleo.
“La labor resultaba muy compleja porque aunque los familiares nos conocían y manteníamos una relación cercana con muchos de ellos, jamás se estaría preparado para tal situación. Hablamos de jóvenes que tomaron las armas para defender a un país, varios de ellos tenían hijos, esposas, un trabajo estable… una vida. Por eso, llegó el momento en que solo de verme, las personas imaginaban lo peor”.
Lorgia Rodríguez Montoya. Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ AdelanteEntre las madres que recibieron el duro golpe está Lorgia Rodríguez Montoya. El mayor de sus diez muchachos, Tomás Ávila Rodríguez, había acudido a salvaguardar la patria de Agostinho Neto hacía un año y medio. Le faltaba poco para su regreso. Pero Lorgia, mujer de fortísimo carácter, sincera, puntal de su amplia familia y luchadora contra la tiranía de Batista, al alzarse en San Miguel del Junco, tuvo el presentimiento de que el retorno no sería posible.
Ella comenzó diferente aquella mañana. Una premonición la instó a limpiar los alrededores de su vivienda, a pintarla y a acomodar lo preciso en su interior. “Mi corazón me decía que algo le había pasado”, expresa la octogenaria llevándose la mano al pecho. En la noche, después que le tocaran a la puerta, confirmó su mal presagio.
“Lo mantengo vivo en mí como el buen hijo que fue, y me siento orgullosa de la crianza que les di a él y a sus hermanos”
Confiesa aliviada esta mujer humilde y de mirada profunda, como la de las Marianas que deben sobreponerse a la irremediable amargura y continuar insuflándoles voluntades a sus hijos, 17 nietos, seis biznietos y tres tataranietos.
LÁGRIMAS DE PUEBLO
Con la firma de la Resolución 435, a finales de los años ‘80, se cumplió, entre otros acuerdos, la retirada de los reclutas cubanos en Angola. A partir de ese instante comienza en Cuba todo un proceso de preparación y adecuación de los panteones de los cementerios donde se depositarían los restos. Luego se crearon comisiones por cada provincia para esta empresa nombrada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, Operación Tributo.
Cuenta Palacio Beltrán que al aterrizar el avión con los caídos, en el aeropuerto internacional Ignacio Agramonte la multitud ya se agolpaba por doquier. No olvida cómo un cordón humano, ubicado a ambos lados de las calles, aprisionó el sentimiento de la pérdida al paso de la caravana mortuoria. Preserva en la mente el callado adiós a los mártires de los diferentes municipios, conducidos hasta sus pueblos. En el caso de la ciudad cabecera, el velorio se realizaría en el Museo Provincial.
Uno de los subalternos de Palacio, Oscar Guerra Pérez, se desempeñaba como funcionario de atención en el territorio e intervino de manera directa en la logística de la Operación Tributo. Los familiares, narra, fueron recibidos en la escuela Ana Josefa, a las 5:00 p.m., ubicada en la acera opuesta al inmueble seleccionado para la despedida. Desde allí se les explicó cómo se desarrollarían las honras fúnebres.
“La sala de Biología del Museo se escogió para ese acontecimiento. Y a las 6:30 p.m. el público entró. Por la emoción y la solemnidad que se vivía, no olvidaré nunca cómo estaba arreglado ese espacio: dos filas entraban por la Avenida de los Mártires y al trasponer el umbral, a la derecha, se encontraban los ocho osarios grandes, le seguían 33, más pequeños y, al final, el retrato del joven desaparecido. Unos se persignaban, otros se secaban las lágrimas con los pañuelos y hubo quien rezó en voz baja. Enfrente, sus seres queridos. La extensa fila desembocaba en la salida de la edificación, por la arteria Ignacio Sánchez”.
Entre los rostros conmocionados estaba el de Rafael Barreiro Sifuentes, uno de los reclutas que había servido a la Patria en Luanda, y quien desempeñó, más tarde, el cargo de jefe del grupo de atención a los combatientes del municipio. Todavía hoy su voz se quiebra cuando revive el pasado: “No existió el tiempo para los que deseábamos que todo saliera según se había planificado. El contexto era imponente y solo había espacio para las lágrimas. El silencio, impresionante. Yo perdí a un buen compañero llamado Roberto Suárez en un accidente y la verdad, aún recuerdo a ese hermano con el mismo cariño de siempre“. Confiesa, Rafael y hace una larga pausa.
Foto: Archivo de Adelante
CAMINO A LA INMORTALIDAD
Durante 18 horas se mantuvieron activos los servicios necesarios, como el del personal médico, para que ni los dolientes cercanos, ni la población estuvieran desprotegidas en aquel ambiente de consternación. Al regresar la caravana se enrumbó por República, avanzó por Ignacio Agramonte, Cisneros, dobló por Cristo, hasta el Panteón de los Caídos en Defensa de la Patria, en la necrópolis de la ciudad. Y siempre, escoltando desde las dos aceras, los camagüeyanos, los buenos cubanos.
Pero camino al camposanto, uno de los carros fúnebres falló. “Cuando llega a la intersección de Cristo y Bembeta, ocurre el desperfecto en el vehículo. Se le estaban pegando las bandas del freno”, revela Oscar. A esas instancias, en medio del pesar que se experimentaba, una rotura, un imprevisto, agravaría el mal momento. “Sin embargo, para evitarlo, actuamos con rapidez y lo cambiamos por uno que teníamos listo por si surgían problemas. Casi nadie lo supo”, dijo, como si de las pequeñas obras dependiera el curso de la historia. Y así era.
Según Palacio Beltrán la misión se materializó de una manera detallada para no dar márgenes a los errores. “Teníamos la responsabilidad de cumplirla lo mejor posible porque significaba, también, nuestra forma de agradecerles a los internacionalistas por su coraje. Hombres y mujeres no descansaron hasta garantizarles el merecido respeto”.
Desde cualquier parte, los efectos del duelo se percibían bajo la piel. En Minas, el actual presidente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en Camagüey, Julio Cheong Blanco, tenía bajo su mando la Unidad 28-11, pero a la vez permanecía distante. Cerraba los ojos y viajaba hasta el municipio cabecera para entregarles su gratitud, a sus compañeros de armas.
“Ellos son un símbolo para Cuba y el mundo. Aunque los detractores intentan a menudo tergiversar los acontecimientos, desde la ayuda militar a las naciones oprimidas hasta la propia Operación Tributo, hablar de estos pasajes es contar una epopeya escrita con letras mayúsculas. Es lo mismo que referirnos a un factor importante en la descolonización de África, al corazón sin fronteras de un país, a la determinación de impulsar la libertad a otros continentes, no de exportar revoluciones; a reconocer en nuestros hijos fallecidos a los verdaderos protagonistas de las victorias”.
Ernesto Lima Ebo, estudiante angolano de cuarto año de la carrera de Ingeniería Química de la Universidad de Camagüey Ignacio Agramonte Loynaz, asegura que sin el apoyo de los mártires cubanos su gente hubiera regresado a los años de explotación y servilismo a las grandes potencias. “Y Cuba no solo auxilió a mi nación a alcanzar la independencia por aquellas fechas, sino que hoy nos apoya en la construcción de una República próspera y soberana al contribuir con profesores, médicos, ingenieros, constructores… y darnos la posibilidad de estudiar aquí”.
Mientras tecleo un cierre para este trabajo, entiendo que ningún renglón, cuartilla o libro, serán suficientes para abarcar no solo el dolor, sino también la veneración por esos soldados dignos. Transcurren ya las tres décadas de la Operación Tributo y, además, los 123 de la caída en combate de otro altruista: Antonio Maceo. Aún entre sollozos y lágrimas del pueblo, una luz de admiración nos ciega cuando se piensa en la abnegación de esos titanes y en su fe desinteresada, porque creyeron en el mejoramiento humano y porque jamás los quemará el olvido.