CAMAGÜEY.- Esa mañana de diciembre la vivíamos con el desenfado y la ligereza de unos niños que veían la gloria en la caminata y una jornada menos de clases. Íbamos a donde otros niños. Íbamos por otros niños. Y entonces no entendíamos. Por ingratos. Pues cuando sus años casi ni alcanzaban ya ellos “jugaban” a ponerse pantalones largos, y a pelear “a las verdades”. Les bastaron.

Quizás en esa misma semana que inaugura diciembre hablábamos de Antonio Maceo y de su fiel Panchito Gómez Toro. O Frank País encabezaba el asunto de la clase. De seguro escribíamos todo en la libreta. También en alguna tarde indagábamos en casa sobre la Operación Tributo y a la mañana siguiente debatíamos en el turno de la información política. Nombres e historias de algún vecino o tío compartimos. Cumplíamos con el horario, y con los diez puntos para “puntear” en el escalafón...

Hasta el cementerio local de mi Minas natal llegábamos con la rosa en la fecha que dictaba la recordación. Faltaba la honra profunda, esa que trasciende la caminata y las materias aplazadas. Solo se agradece cuando se conoce, cuando se “juega” a sentir, cuando al salir del panteón te juras que librarás otras batallas, pero sus vidas te guiarán “a las verdades”. Sin embargo, a veces hay que crecer para comprender.

En Colombia, como en otros países de América celebran hoy el día de las velitas, en víspera de la fiesta por la virgen María Inmaculada; en Guatemala dedican la fecha a la tradicional Quema del Diablo y al locutor; además, se conmemora el día internacional de la aviación civil.

En Cuba reservamos la jornada para los cubanos caídos en misiones internacionalistas en países de África. Sí, cubanos, casi niños, que fueron a otro continente a pelear por otra causa, y también la propia: la del amor a los hombres, la del amor de los hombres por la libertad.

“Jóvenes como tú”, me dice mi jefa ampliando la “noticia” que me habían reservado. Jóvenes como yo, como ella, como tantos. Jóvenes, jovencísimos. Jóvenes como lo fue Maceo, o como quedaron Panchito y Frank para siempre sin la oportunidad de envejecer. Joven como mi suegro que fue y volvió, formó una familia y les hizo el cuento luego a sus tres hijos. Joven como tío Pedrito, que fue hasta Etiopía y nos enseñó de niños el punto geográfico exacto y el gusto por los mapas y la defensa de lo justo. Joven como el tío Jorge Luis, ese que me gané con la alianza de compromiso; ese que no regresó de Angola para desposar a la novia, ni tuvo hijos; ese que no corrió con la misma suerte de abuelo “Juan Tarlo”, como lo llama mi Ximena; ese que enlutó a una familia para siempre. Una familia que luego creció, que crece, que hace por él las caminatas y aprende las clases que no concluyó; una familia que decidió sortear el Jorge y el Luis para toda la descendencia de varones.

El tiempo a veces no alcanza, tampoco para vivir. Celebremos hoy la vida de nuestros mártires, que es la de nuestros pálpitos más firmes. Celebremos todos los días, cada día, para que nos alcance la vida, algún día, para agradecer.