CAMAGÜEY.- Despierto con la noticia de la muerte de Anaisys Rodríguez Bermúdez, la joven actriz de Teatro del Viento, fundadora del grupo, conocida en escena como Ana Rodbers. Afrontaba una de esas batallas que se libran en silencio, lejos del aplauso, y que no siempre se ganan. Alcanzó a llegar al 3 de diciembre, a su cumpleaños, pero no logró salir de este duro 2025.
La vi por última vez sobre el escenario hace justo un año, en Moira Criolla. Ya entonces su cuerpo comenzaba a traicionarla, aunque en escena persistía otra cosa: una energía contenida, una entrega sin alardes, una presencia que no pedía explicaciones. Después, la enfermedad fue degradando su salud, y el teatro —como tantas veces— quedó esperando.
Hoy me doy cuenta de algo que también duele: nunca la entrevisté. Conversé muchas veces con Freddys Núñez, director de Teatro del Viento, pero no dediqué ese momento imprescindible a escuchar a sus actores, a quienes sostienen el hecho teatral desde la carne, el riesgo y la permanencia. Ana fue una de esas columnas.
Por suerte, Teatro del Viento ha sabido documentarse a sí mismo. No solo programas de mano o carteles: también voces, cuerpos, procesos. Freddys ha conservado archivos audiovisuales donde se escucha a cada actor hablar desde su experiencia, desde ese tránsito vital que ha sido el grupo a lo largo de 26 años. Gracias a ese gesto —ético y amoroso— hoy podemos entender mejor lo que fue, lo que es y lo que seguirá siendo Teatro del Viento.
“El Viento está en todas partes”, dice su eslogan. Y ahora sabemos que también está en la tierra y en el cielo. En la familia que se sostuvo durante más de un cuarto de siglo, fragmentada luego, dispersa por el mundo, pero unida por una misma poética. En los que se fueron y en los que ermanecen. En los que siguen y en los que ya descansan.
Detengámonos ahora en el elenco. Es necesario destacar la presencia de la actriz Ana Rodbers, la única que permanecía de los fundadores en el grupo junto a Freddys. Su experiencia nutrió al colectivo y al director, quien se apoyó en ella para fortalecer la cohesión y la visión artística de Teatro del Viento. Su maestría actoral y su vida dedicada al teatro fueron una fuente constante de aprendizaje.
No se puede contar la historia del grupo sin sus personajes, ha insistido Freddys: la Oruga, Cristina María, Luisa, Yezenia, la Madre de Julieta… incontables presencias que permanecen en la memoria del público. Ana estaba ahí, sosteniendo el escenario incluso cuando el cuerpo comenzaba a ceder.
En su perfil de Facebook, acompañando una galería de personajes, ella dejó una suerte de testamento poético que hoy ilumina su paso por el teatro:
“No lo elegí, fue un acuerdo con el Universo. Justo cinco segundos antes de entrar a escena me pregunto por qué actriz, si me duele el estómago y reseca la garganta. Y cinco segundos después mi cuerpo vibra en una energía que no es mía; mi ego y mi personalidad se desvanecen y una tormenta estalla en mi pecho”.
Ahí está la actriz. No como oficio, sino como trance. No como elección racional, sino como pacto.
“No es un camino que hice sola —escribió—. Mucho amor y comprensión he recibido de actores hermanos y de mi eterno director Freddys Núñez Estenoz. Gracias al público, por sus aplausos. Gracias a los que están y a los que ya no están. Gracias, Universo. Hasta que cumplamos ese acuerdo”.
Aun en su condición frágil, soñaba con regresar a escena. En la felicitación de cumpleaños, Freddys escribió que estarían a su lado celebrando la vida y la posibilidad del abrazo. Y cerró con una imagen inmensa: “Te queremos del tamaño del Océano Atlántico”.
Hoy, en su despedida, vuelve esa imagen del océano y del viento: “Descansa en paz, muchacha hermosa… Vuela. Yo te alcanzaré un día. Llegaré en el viento, en nuestro viento”.
Moira Criolla hablaba del destino, y el teatro cubano vuelve a recordarnos que el destino no es una abstracción: tiene nombres, cuerpos, fechas. El de Ana Rodbers quedó ligado para siempre a un grupo que ha hecho del rigor y la poesía una forma de resistencia. Su paso no fue breve ni ligero.
El teatro no salva de la muerte, pero sí del olvido. Mientras existan esos archivos, esas palabras, esos personajes que aún caminan en la memoria del espectador, Ana Rodbers seguirá cumpliendo su acuerdo con el Universo.
Llegará en el viento. En el viento que está en todas partes.
