CAMAGÜEY.- El recital ofrecido por niños y adolescentes de México y Venezuela, como parte del intercambio con maestros e integrantes de la Orquesta Sinfónica de Camagüey, fue una experiencia profundamente conmovedora.
El 24 de mayo en la Sala de Conciertos José Marín Varona, doce solistas interpretaron obras del repertorio barroco y clásico —de compositores como Vivaldi, Bach, Telemann, Mozart, Boccherini y otros— con un compromiso y una sensibilidad que asombraron tanto por su entrega como por su nivel técnico.
Desde el dominio del violín, la viola, el cello, el contrabajo, hasta un cierre extraordinario con trompeta, cada interpretación dejó ver el fruto del esfuerzo y la pasión. En especial, la dulzura con la que el venezolano Diego Reyes abordó el Concert Piece de Brant fue simplemente inolvidable.
Conversando con Sandra Cejas, pianista acompañante y profesora con larga trayectoria en la enseñanza artística, emergió una reflexión poderosa: muchos sin formación académica formal, han logrado en una semana intensiva lo que en otros contextos toma años. Y no se trata de milagros, sino de voluntad, disciplina y una guía pedagógica comprometida. Ver a una niña de nueve años interpretar a Vivaldi con solvencia comparable a la de estudiantes de escuelas cubanas de arte es prueba de que hay otros caminos posibles para llegar a la música.
La integración a los ensayos y al escenario junto a músicos profesionales de la Sinfónica, en un gesto de humildad y generosidad, ha sido una oportunidad única de aprendizaje. Más allá del nivel, es una vivencia formativa que marcará sus trayectorias, y es apoyada por el gobierno del estado de Hidalgo, representado aquí por Alondra Barquera Martínez, coordinadora del Proyecto Orquestas Unidas por la Paz y representante de la Dirección de Cultura de Tecozautla.
El concierto del próximo miércoles 28 de mayo, donde compartirán escenario en obras desafiantes como 1812 de Tchaikovsky y el estreno de La musa de Huasca, del compositor mexicano Roberto Arellano, promete ser un reto, sí, pero también un triunfo del entusiasmo colectivo y la fe en el talento emergente.
MÁS DE UN CAMINO A LA MÚSICA
Las voces de quienes participan en el Proyecto Orquestas Unidas por la Paz —desde los niños intérpretes hasta sus familias, maestros y fundadores— revelan una experiencia que trasciende el simple aprendizaje de un instrumento. Más allá de la técnica y las partituras, este encuentro cultural y educativo se convierte en un espacio de crecimiento personal, fortalecimiento comunitario y construcción de valores como la disciplina, la solidaridad y el compromiso.
Mónica Janette Autrique Benassini, fundadora del Centro Escolar Praderas y acompañante de la delegación, comparte el compromiso y las dificultades que implicó crear una orquesta escolar accesible para los niños de su comunidad. Al principio, trabajó con otra maestra que cobraba por alumno, pero esa modalidad resultaba muy costosa. Por ello decidió asumir el costo de los maestros y directores, para que los niños pudieran estudiar sin pagar, siempre y cuando cumplieran con la disciplina de ensayar diariamente de tres a cinco de la tarde.
Con la llegada del director venezolano Gerardo Reyes Velázquez, radicado en Tepeji del Río, se ha consolidado la orquesta, aunque Mónica enfatiza que el éxito del proyecto depende del compromiso de los alumnos: “Los niños necesitan estudiar en casa, comprar su instrumento.” Inicialmente, ella misma los compraba, pero al notar que se dañaban o que algunos padres no valoraban ese esfuerzo, optó por que ellos los adquieran. De este modo, también logra el apoyo familiar necesario, pues el papá se involucra más y les recuerda a sus niños que deben seguir adelante.
Este enfoque busca no solo formar músicos, sino también crear responsabilidad y compromiso tanto en los niños como en sus familias, y también para asegurar que la música sea un proyecto serio y duradero en sus vidas.
Por la parte cubana, Lourdes Cepero y Sandra Cejas, dos de las tres pianistas acompañantes, destacan la pasión, la humildad y el compromiso detrás de este proyecto.
Lourdes, líder del peculiar Dúo A Piecere, de piano y contrabajo, establece una evidente comunicación a través de la mirada, hace dialogar entre instrumentos y llegar con autenticidad: “Es algo impalpable, pero yo insisto en eso con todos mis alumnos, con estos que han sido de muy poco tiempo, con los que tengo en la Universidad de las Artes ISA y en el Conservatorio de Música José White. La comunicación entre los instrumentistas engrandece la música, ayuda a que nos sintamos apoyados en el otro, a disfrutar juntos y eso trasciende al público”.
Sandra se asombra del talento y la disciplina de niños que, partiendo de cero, logran tocar repertorio propio de varios años de estudio en solo una semana intensiva: “Les he felicitado a todos”. Subraya que el camino hacia la música no es único y que la voluntad y la guía pedagógica son claves.
“Tengo experiencia con personas que se han propuesto aprender un instrumento sin haber ido a una escuela de arte, y eso tiene que ver mucho con la disposición personal, con el esfuerzo, con el deseo de aprender, de llegar a ser un músico. Hay excepciones. Por supuesto, se necesita de un pedagogo con buena técnica. La música demanda disciplina, rigor, y eso es útil para toda la vida. Esperamos que muchos de ellos lleguen a ser grandes músicos”, destacó Sandra.
LA EXPERIENCIA SEGÚN LOS NIÑOS
Las siguientes declaraciones nos ofrecen una mirada profunda sobre el impacto humano y social que la música puede generar en los niños y sus entornos.
Isabella López, cellista, abrió el concierto con una serenidad admirable, a pesar de enterarse minutos antes: “es solo hacer lo que sabes hacer y ya”. Tocó sin partitura, con una seguridad que va más allá de la técnica: la música, dice, es su forma de mostrarse al mundo, de expresar emociones sin palabras. En Camagüey encontró afecto inesperado y una hospitalidad que desafía prejuicios: “me gusta muchísimo”. Su espontaneidad —abrazar a quien le inspira confianza— y su claridad artística revelan una adolescente que entiende la música no como espectáculo, sino como verdad compartida.
Grecia Ramírez, con apenas diez años, sorprende por su madurez musical y emocional. Tras seis meses de estudio, abordó con sensibilidad una obra exigente para viola, y destacó la importancia del vínculo con Lourdes Cepero, su pianista acompañante: “necesitamos estar conectadas”. Su entrada al taller fue un acto de curiosidad transformado en vocación. La viola le transmite “paz y armonía”, y su presencia en Camagüey ha sido también un descubrimiento cultural: “se siente bien”, dice, mientras sonríe al sentirse reconocida como parte de un grupo artístico que cruza fronteras.
Edgar Gutiérrez, con cinco años de estudio musical a sus espaldas, asumió el reto de Mozart con disciplina y entusiasmo. La semana previa al concierto fue “intensa” pero formativa, donde la guía técnica de sus maestras dejó huella. Destaca la comunicación con el piano como un verdadero diálogo: “eso es lo que trata de expresar el compositor”. Consciente de su talento, se imagina un futuro profesional en la música. La experiencia aquí ha ampliado no solo su repertorio, sino su visión del arte como posibilidad de vida.
Sofía Villeda, quien comenzó su camino musical a los cuatro años, enfrentó su interpretación de Vivaldi con temple y honestidad. Aunque confesó nervios ante una parte difícil, logró superarla en escena, demostrando madurez emocional. Acompañada por Sandra Cejas, la experiencia de tocar con piano en vivo, por primera vez, marcó un hito: “se sintió bien”, dijo, contrastando con sus ensayos habituales con pistas grabadas. Valora el entorno del concierto, “muy bonita la iglesia”, y el calor de un público que la hizo sentirse acogida. Sueña con volver.
María Regina Gamero impresionó al interpretar a Mozart de memoria, no por obligación sino por amor genuino a la pieza: “sin querer me lo aprendí”. La conexión humana con su pianista fue clave: “me cayó muy bien y eso me ayudó”. El salto de los solos a la orquesta profesional la confrontó con una exigencia nueva: “se siente esa presión, pero te ayuda a crecer”. Aunque su orquesta de origen es más pequeña, esta experiencia ha ampliado sus horizontes. Piensa en un futuro donde la música conviva con otra carrera, como quien sabe que su instrumento no es un límite, sino una herramienta de expansión.
Giovanna Gómez, violista y primera músico de su familia, dedicó su interpretación de Telemann a su abuelo y su madre, pilares afectivos y logísticos de su formación: “mi esfuerzo es gracias a ellos”. Más que oyentes, su familia se ha convertido en aliada crítica: la escuchan, opinan, aprenden con ella. La gira a Camagüey ha sido, para Giovanna, una vivencia de crecimiento colectivo, donde el proceso compartido con sus compañeros es tan valioso como el resultado.
Diego Reyes, trompetista venezolano recién llegado a México, lleva en la boca el legado de su padre y en las manos la disciplina de años formativos en el conservatorio Guiseppe Maiolino Conte, cuna del sistema orquestal venezolano. Aunque la trompeta fue una imposición inicial, hoy es pasión: “uno le agarra cariño a la música”. Su interpretación de Brandt mostró no solo técnica, sino comprensión profunda del estilo y carácter de la obra. En Camagüey, agradecido y emocionado, encontró en los cubanos “personas muy sociables, muy buenas”, reflejo de la conexión que la música forja más allá de fronteras.
LA VISIÓN DE LA FAMILIA
La madre de Sofía, Fran Ríos Cruz, de la comunidad de Cañada de Madero, relata cómo el interés temprano de su hija por el violín se nutrió en casa y se consolidó con la escuela de música, pese a que en su familia nadie había seguido la música de concierto. El compromiso familiar es intenso: “dos horas diarias de ensayo” que implican sacrificios, pero que consideran valen la pena.
La experiencia acá, lejos de su lugar de confort, les ha brindado seguridad y tranquilidad: “caminas sobre sus calles y no te sientes insegura, algo que se valora mucho hoy en día”. Este intercambio cultural ha marcado a su hija y a la familia, y valora especialmente la oportunidad que el proyecto ofrece a los niños pequeños, haciéndolos sentir “muy muy grandes” en el mundo de la cultura.
Mientras, Geraldine Góngora, madre de Leonardo, violonchelista de 12 años de Tepeji del Río, ofrece una visión profunda sobre el impacto que la música y la orquesta han tenido en su hijo y en la comunidad. Proveniente de un ambiente musical y teatral, destaca cómo, aunque en casa predominaban géneros como el rock y el pop, siempre hubo un gusto por la música clásica.
Para ella, la orquesta escolar es un lugar donde se fomenta la disciplina y el desarrollo emocional: “Los instrumentos son muy celosos, hay que dedicarles tiempo, la música también es muy celosa.” Resalta también la labor del director venezolano Gerardo Reyes Velázquez, quien apoya a los niños emocionalmente y con disciplina, y así refuerza su crecimiento.
Sobre la experiencia de salir fuera de México, valora la calidez de Camagüey y la calidad artística que ha visto en los músicos locales, lo que ha hecho que los niños se sientan “importantes, reconocidos” y motivados para continuar.
Finalmente, Geraldine señala que la práctica musical ha moldeado el carácter de los niños, al fomentar autonomía, seguridad y confianza. Como psicóloga, afirma que la música genera beneficios neurológicos que mejoran el aprendizaje, la atención y la concentración, además de ser una vía para alejar a los jóvenes de influencias negativas y contribuir a comunidades más saludables.
A POCAS HORAS DEL GRAN CONCIERTO
Los niños del Proyecto Orquestas Unidas por la Paz estarán mezclados entre los miembros de la Orquesta Sinfónica de Camagüey en un concierto que dirigirá Gerardo Reyes. Se anuncia a partir de las 5:00 p.m. en la sede de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Además de las dos obras mencionadas, incluye un danzón de Arturo Márquez, una sinfonía de Mozart y un mambo de Pérez Prado, este último guiado por Eduardo Campos, director titular de la Sinfónica de Camagüey.