CAMAGÜEY.- Hoy nos convoca la luz. Con esas palabras se abrió el panel de homenaje a Nazario Salazar, una de las figuras más queridas de la cultura camagüeyana. La frase, más que un inicio protocolar, fue una declaración de sentido: la luz como símbolo de su legado, de su enseñanza, de la belleza que ha sembrado durante más de ocho décadas.

La mañana fue una fiesta serena en la sede pedagógica de la Universidad de Camagüey —antiguo Instituto Superior Pedagógico José Martí—, el mismo lugar donde Nazario se formó como maestro de Artes Plásticas. Allí regresó ahora, no como alumno, sino como ejemplo de lo que significa enseñar con amor, crear con fe y vivir con entrega.

El panel, impulsado por el Proyecto eJo dentro de la Jornada de la Cultura Cubana, reunió a colegas y amigos que han acompañado su trayectoria. Participaron el profesor de historia del cine Armando Pérez Padrón, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en Camagüey; y la arquitecta y profesora Adela García Yero.

El actor Grabiel Castillo, subdirector de eJo, destacó la trascendencia de su labor pedagógica más allá del aula. “Cuando buscamos a un verdadero pedagogo —dijo— no debemos mirar solo dentro del recinto escolar. Nazario lo ha sido también en la comunidad, con proyectos como El barro de mi barrio y Colibrí, donde enseña que el arte puede transformar”.

La jornada comenzó con un instante de pureza: Nicdiel Lezcano Quintero, alumno de segundo año de Educación Artística, interpretó al saxofón una pieza que llenó el espacio de emoción contenida. Más tarde, ese detalle se convertiría en uno de los momentos más memorables, cuando el propio Nazario, visiblemente conmovido, lo mencionó en su intervención final:

“Veía a un joven haciendo un esfuerzo tremendo... Un año y ya es capaz de presentarse y hacerlo bien hecho. Eso es lo que debemos lograr en nuestros educandos”, dijo, con la voz entrecortada. El público lo aplaudió, y él, humilde como siempre, pidió perdón por la emoción.

En su intervención, Nazario habló con la misma naturalidad con que ha modelado el barro o guiado pinceles. “Nada de lo que yo he hecho —confesó— ha sido esperando homenajes. Lo he hecho porque he tenido la necesidad de hacerlo. Mucho de lo que he podido expresar nació aquí, en estas aulas, durante cinco años. Aquí aprendí lo que es la parte científica de enseñar”.

Sus palabras confirmaron lo que todos en ese espacio sabían: que enseñar, para él, ha sido siempre un acto de fe. “Si no tenemos la profundidad y la certeza de lo que nos toca hacer en relación con los demás —dijo—, entonces dónde queda el resultado de lo que asumimos”.

El homenaje cerró con otro símbolo: la interpretación de Danay Fernández, quien cantó Préstame tu color, como si la voz quisiera prolongar la metáfora de la luz, el arte y la vida compartida.

Nazario Salazar recibió reconocimientos de la Universidad de Camagüey y de la Asociación de Pedagogos de Cuba en el territorio. Pero más allá de diplomas o aplausos, lo que se celebró esa mañana fue algo más hondo: la claridad que deja quien ha sabido enseñar con la vida. Porque hay artistas que alumbran con su obra, y hay otros, como Nazario, que lo hacen también con su ejemplo.