La muestra permanecerá en la Galería Universal Alejo Carpentier hasta mediados del mes en curso.CAMAGÜEY.- Es difícil entender cuánto de hermoso tiene aquello que habitualmente calificamos como horripilante. Es complejo saberse espectador de una obra artística ensañada en mostrarnos una vertiente distinta, un sentimiento diferente a lo que tildamos de aterrador. La exposición El hombre que ríe, de Louis Arturo Aguirre Rodríguez y Luis Alexander del Rosario, resulta un buen ejemplo para cronicar con realismo y crudeza la mortificación del cuerpo humano, pero ligado al virtuosismo estético de sus creadores.
Una de las claves de la muestra, situada en la Galería de Arte Universal Alejo Carpentier, son los dientes. Aparecen en todo el recorrido visual de los trabajos, que contó con la atinada curaduría del creador Osmar Yero. Y en todos nos cansaremos de buscar la figura risueña que prometía el título de la bipersonal. En cambio, hallaremos una hojarasca de historias donde predominan gente que enseña marcas de dolor, deformaciones físicas o a quienes corrieron con menor suerte y, solo se exhiben como un pedazo de carne inerte. Rotunda ironía.
Las huellas de Louis Arturo, de nuevo se imponen con su temática predilecta: la violencia. Alerta. Aunque por momentos lo parezca, no pretende representar la muerte por la muerte. Quiere que encontremos entre el uso feroz de los tonos rojos y la espeluznante suerte de sus personajes, un resquicio de vida. Un haz de luz que nos recuerda que respiramos, y ese es ya un motivo importante para agradecer.
“Vamos, enseña los dientes”, se escucha cuando hay que fotografiar un momento feliz para el recuerdo. Pero la frase no siempre va de la mano de la alegría. Louis lo tiene claro y pinta bocas abiertas, como si expresaran la desesperación o la resignación de un porvenir de tierra, huesos y silencios. Como si de la sepultura de un ser anónimo explicara el carácter efímero y mundano de cualquier existencia. Y las piezas dentales permanecen allí maltratadas, sin esmalte, incompletas, podridas o enteras… parecen colmillos que pretenden morder, en un último intento por aferrarse a la vida.
En el corazón de su pincel permanece la guía de dos artistas fundamentales. Cree en las miradas simbólicas, metamorfosis corporales y el aliento infernal de los lienzos del irlandés Francis Bacon. En la combinación de matices sombríos que transpiran los retratos del inglés Lucian Freud, nieto del célebre sicoanalista Sigmund. Todo ese bagaje construye el microuniverso donde colabora del Rosario, estomatólogo de profesión.
La compañía de Luis Alexander significa un aporte sustancioso al contexto de la muestra. Sus contribuciones se materializan en dos obras instalativas. La primera consiste en un traje militar, suspendido en el aire, con incisivos, molares y muelas, insertados desde los grados hasta en la visera del gorro. Una luz cenital y su ubicación en un espacio cerrado le confieren a la instalación sobriedad, circunspección, pero también la sospecha de que un espíritu autoritario nos vigila. Por la estampa salvaje de la prenda, lo imaginamos poco amigable. Quizá la enfunden nuestras peores pesadillas.
Como en una suerte de hilo conductor, el recorrido por el salón desemboca en un rincón lúgubre. En un ambiente que desea despertar el miedo: hay un antiguo sillón de dentista vacío. Detrás una lámpara incandescente alumbra con baja intensidad. La iluminación, a su vez, devela una mesita de madera cubierta de modelos de prótesis dentales. Entra por la nariz ese olor de hospitales que remite a gasas, herramientas quirúrgicas y a ese temido zumbido de la pequeña barrena, que hasta a los invencibles les pone los pelos de punta.
Durante la celebración del XXXI Salón Fidelio Ponce de León, el pasado mes, El hombre que ríe fue laureado en la categoría de Proyecto Curatorial. Además de las pinturas y las instalaciones, en la inauguración de la muestra se rodó el material audiovisual Hypochondrium, de la autoría de Louis Arturo, quien alcanzó una mención especial en el certamen. Justo reconocimiento a una obra que emprende vuelo en la poesía del dolor y el sufrimiento, y que no es más que una metáfora de la propia vida.