En Madrid, he probado por primera vez el kiwi. Una fruta nueva para mi paladar cubano, acostumbrado a los jugos densos del caimito, a la carne harinosa del canistel, a la dulzura vegetal del anón. Al mirar su piel áspera pensé en el níspero. Y al probarlo, me sorprendió su acidez juguetona, su frescor eléctrico, y una textura que provocaba en la lengua un cosquilleo casi familiar.