Votamos este domingo por un nuevo Código de las Familias para Cuba, una norma jurídica de libertades y derechos que nos situará entre los países más avanzados en dicha materia, y el primero en América Latina en llevar este tipo de texto a referendo popular. Anoten por allí ese “detalle” quienes dudan del carácter democrático del 25 de septiembre.
Algunos ya han dicho que votarán No. Aunque entienden los progresos y la humanidad de la propuesta, no logran desprenderse de concepciones filosóficas y morales, genuinas y respetables. Les asiste el derecho y hemos aprendido que construimos una nación diversa por consenso y no por unanimidades innecesarias. Se trata de personas honestas y casi ninguna anda vociferando su decisión en las redes sociales digitales.
En cambio allí, en ese otro mundo que habitamos, pululan otros No, los de la ignorancia y los del odio; los de quienes ni se han tomado el trabajo de leer la normativa y los de aquellos que, habiéndolo hecho, se empeñan en manipular, y en dividir.
Los primeros y los segundos opinan deliberadamente de temas sensibles, pero fáciles de tergiversar, unos por polémicos y otros por novedosos. En ocasiones hasta asustan las mentiras y los currículos de algunos que las repiten.
La autonomía progresiva, por ejemplo, no permitirá a nuestra descendencia hacerse intervenciones quirúrgicas de riesgo sin consentimiento de los padres, mucho menos cambios de sexo, ahora ni siquiera podrán casarse antes de los 18.
Veinte incisos tiene el Artículo 38, Contenido de la responsabilidad parental, y ninguno quita ni un ápice de autoridad a los adultos; muy por el contrario, al ampliar el ámbito de responsabilidades aumenta la influencia filial para la crianza, eso sí, desde el ejemplo positivo, el respeto y sin violencia.
Los cambios en materia de adopción no se refieren a la orientación sexual de los adoptantes —en el Código actual tampoco, por lo que ahora mismo, una persona homosexual puede hacerlo— sino que ofrece más variantes para que cada niño tenga familia y hogar.
El primer artículo respecto a la gestación solidaria (Sección Cuarta, Capítulo IV, De la filiación asistida) espanta los temores razonables y las insinuaciones malintencionadas. Deja claro que solo tendrá lugar entre personas unidas por vínculos familiares o afectivamente cercanas, prohíbe cualquier tipo de remuneración o beneficio, y estipula para todos los casos una autorización judicial, con dos artículos y nueve incisos de requerimientos.
Pero casi nada de eso lo saben, porque no quieren, los que, ignorantes o no, desbordan desconocimiento lo mismo en Internet que en la cola de la
bodega.
Los otros, los de la maquinaria de mala fe bien organizada y pagada contra Cuba, apelan además a los problemas reales que nos angustian en estos días difíciles. Hablan de “castigar” al Gobierno por el desabastecimiento de las tiendas o por los apagones.
A los que conminan al odio poco les importa si habrá más derechos para más personas sin quitárselos a nadie, ni quiénes podrán o no casarse, ni la felicidad llamada hijo que podrán alcanzar más parejas y familias gracias a la gestación solidaria o la adopción. En el fondo, tampoco les duelen las vicisitudes cotidianas de este Archipiélago.
A los que lideran los ataques al Código les interesa dividirnos, como siempre buscan dividirnos porque saben que la unidad nos ha traído hasta aquí, de tormenta en tormenta. Les preocupa que el apoyo mayoritario de la ciudadanía sea visto también como respaldo a la Revolución, cuando en realidad no estaremos votando por el sistema político.
Si el nuevo Código es más justo y más humano, por supuesto que apunta a más socialismo, pero eso no está a debate hoy; el carácter socialista irrevocable se votó en 2002 y se refrendó en 2019, con la Constitución de avanzada que abrió puertas a los 474 artículos que ahora muchos no han querido leer.
¿Y qué sucederá si no aprobamos el Código?, me han preguntado. Pues nada, que seguiremos viviendo en familias diversas en pleno 2022 con normativas de 1975, como si 47 años no significaran nada. Por cierto, para hablar de sexualidad o de equidad entre géneros andan citando por ahí al Martí hombre del siglo XIX, olvidando su época y descontextualizando sus frases, ofendiendo a quien, frente a un desafío como este, hubiera llamado a la unidad por la Patria.
Si no aprobamos el Código, pasará que las abuelas y abuelos privados de ver a sus nietos por rencillas de exparejas seguirán sufriendo; que niños nuestros serán violentados sin que familias, vecinos ni educadores estén obligados a denunciarlo; que nuevos ancianos se verán despojados de sus derechos y hasta de sus bienes.
La derrota del Sí no nos resolvería los problemas reales de todos los cubanos, ni los provocados por una economía subdesarrollada y asediada, ni los agravados por ineficiencias o insensibilidades. La victoria del Sí, en cambio, sí resolvería problemas reales de cientos o de miles de cubanos, les quitaría obstáculos que les impiden realizarse y ser felices, tanto o más que alguna carencia o el próximo apagón; eliminaría dificultades que sufren ahora mismo o que pudiéramos enfrentar en el futuro cualquiera de nosotros, incluso esos que no respaldan el Código.