CAMAGÜEY.- Pedro era taxista y llegó al Hogar de Niños sin amparo familiar alquilado por la familia sustituta de una niña que allí estaba. Eran tres hermanas y Noris, la del medio, con entonces 10 años, preguntó: “¿Tío Vicente, él va a ser mi papá, y dónde está mi mamá?”.

“Aquello me llegó al alma, yo tenía cinco hijos, pero mi esposa no podía tener uno”, recuerda Pedro y no puede ocultar su estremecimiento, 36 años después de aquel hecho que lo llevaría a tomar una decisión: “Llegué a casa, le conté a María y le pregunté qué quería hacer”.

A María del Carmen le sucedería algo parecido. Cuando la niña la vio, le preguntó: “¿Usted va a ser mi mamá?”.

“Sí, mi niña, yo voy a ser tu mamá, le dije. Y no me arrepiento. Allí empezamos un proceso largo y muy complejo hasta que el tribunal tomó la decisión.
Mientras duró, yo trabajaba en la Avenida de los Mártires, pero iba todos los días a verla al Hogar en la Plaza de La Habana.

“Un día, durante el proceso, sin saber el resultado final, se enfermó y le pedí a una de las seños del hogar que me acompañara al hospital, pero la llevé yo. En el hogar me tenían ya como una tía más, me tomaba el atrevimiento hasta de preguntar por si se habían llenado con la comida”.

Pedro Ortega Reyes y María del Carmen Estrada Lezcano tuvieron detractores de su decisión y tanto ayer como hoy su respuesta es una: “fue lo mejor que hicimos”.

A él le tocó hablar con los cinco hijos, hechos y derechos que tenía y lo asumieron bien, “ sin embargo, entre nuestros amigos hubo quien nos llamó locos. ‘¿Adoptar? Y si te sale mala’, nos decían, pero realmente estábamos convencidos de que debíamos hacerlo”.

Su respuesta a los que dudaban fue suficiente: “no les interesa, no se tienen que meter y se van...”, rememoró Pedro. Ellos tuvieron que permutar el apartamento por su casa actual, a la que le faltaba terminación, pero era más grande, porque durante el proceso les señalaban la falta de espacio de la
vivienda que tenían.

Realmente la vida les demostró que no es como la gente dice por ahí. La forma de ser de Noris es muy parecida a la de sus padres y sus hermanos aunque no tengan la misma sangre.

“Es buenísima, no la quiero mejor, todos los muchachos dan dolores de cabeza como niños al fin, nada más”, dijo María; pero Pedro no se queda atrás en el orgullo y apunta “siempre hemos tenido una excelente comunicación, mejor que con el resto de mis hijos, la vida de ella soy yo”, y asegura que parte de esa vivienda que adquirieron para poderla adoptar pertenece ya a ella.

“Durante la fase final del proceso, luego de las comprobaciones, le preguntan al menor. Su criterio es el más importante”, cuentan Pedro y María. Para ellos
uno de los momentos más felices de su vida fue cuando se abrieron las puertas del sitio donde estaban entrevistando a la pequeña y sin más palabras Noris dijo: “Papa,ya, soy tu hija”.

Esta familia es muestra de que los afectos unen tanto como la sangre y por eso instan a quienes deseen hacerlo a no dejarse llevar por las creencias y prejuicios: “no se arrepentirán”.

Más de 30 años de vida al lado de su hija Noraida Ortega Estrada, la avalan para decir que el amor y los afectos, independientemente del tipo de familia, son lo más importante cuando de adopción se trata.

Una familia para cada niño