CAMAGÜEY.- Estas líneas las habría podido escribir el protagonista con su propia nariz. Sí, tal como lee: con la nariz. Roger Ariel Díaz Sánchez tiene 20 años y estudia Periodismo, realidad que nadie visualizó en el futuro de un niño que fue directo del vientre de su mamá a la terapia intensiva, a raíz de una hipoxia provocada por una circular doble del cordón umbilical.

Escribe en su teléfono con la punta de la nariz porque ni la más cuidadosa rehabilitación permitió que usara manos o pies para comunicarse. Su aparato fonético algunas veces funciona mejor que otras, como en la ocasión de esta entrevista, en la que suelta clarito y con disgusto un: “la mayoría no ha leído el Código y no entiende el bien que nos puede hacer que se apruebe”.

A Roger, su padre, el orgullo no le cabe en la mirada cuando lo ve debatir. Todavía están vivos en el recuerdo los días de traslado entre consultas de neurodesarrollo y rehabilitación en centros especializados de Camagüey y La Habana.

“Él fue un bebé muy deseado, y después de saber su condición, ese deseo se transformó en un amor...” y cierra la frase con un gesto, para que entendamos una dimensión que no logra explicar con palabras.

La voluntad del personal médico y la familia no resultó suficiente para ganarle terreno a la parálisis cerebral que le causó una severa cuadriplejia. No obstante, su desarrollo intelectual continuó a tal punto que ingresó a tiempo a la enseñanza especial en la escuela primaria Ignacio Agramonte. Las maestras de apoyo se convirtieron en sus manos y le ayudaron a aprender los contenidos de las clases y alimentar su curiosidad. Su avance fue tal que en el momento de su promoción a quinto grado, los especialistas decidieron que estaba listo para pasar a la enseñanza convencional en el seminternado Julio Sanguily, donde la acogida fue maravillosa, recuerda.

Por aquellos años esta familia camagüeyana tradujo a la perfección lo que consigna el artículo 400 del nuevo Código sobre la tutela de menores en situación de discapacidad, pues realizaron “acciones necesarias que permitan su inclusión escolar, comunitaria y social, así como propiciar el goce pleno de todos sus derechos y libertades...”.

Eso sí, todo gracias a la voluntad política de ministerios, instituciones y personas, no porque las leyes obligaran a ello.

Hasta ese momento Bárbara, su mamá, había dejado de trabajar para encargarse de él, lo que sacrificaba un salario en casa. Al crecer cada vez más, la manipulación de su hijo le costaba mucho, por lo que el padre —que laboraba enfermo—, decidió peritarse y cerrar su carrera militar para atender a tiempo completo a Rogerito. En ese momento, casi todo el peso económico del hogar recayó en Laudelina, la abuela materna, otra figura colosal en esta historia.

Para mayores complicaciones, terminando la Secundaria se quedaron sin maestra de apoyo por falta de personal. “Afortunadamente los compañeros de Educación Especial me hicieron un contrato para cubrir esa plaza. Así empezó una nueva vocación para mí, exigente, pero gratificante porque crecemos juntos estudiando”, reconoce Roger.

“Leí con alegría en el nuevo Código el reconocimiento de la figura de la persona cuidadora familiar, con deberes y derechos muy bien redactados. Si hubiese existido ese respaldo legal, nuestra suerte y la de varias familias que conocimos, hubiese sido diferente para bien. Muchos se cansan de cuidar y estimular a sus familiares en situación de discapacidad cuando no tienen ayuda, se rinden”, agrega.

Sin embargo, en este caso el esfuerzo era recompensado con cada promoción escolar y con la creciente integración social de un adolescente que no se perdía una fiesta y al que le sobraban manos amigas para copiar clases o empujar la silla de ruedas. Por esos años nació Dieguito, el hermano menor que
tanto pedía Rogerito, y con el que hoy tiene una complicidad mágica.

Más adelante llegó el momento de optar por una carrera, algo que ya él tenía decidido. Todavía este redactor recuerda sus palabras en la entrevista de la prueba de aptitud para la carrera de Periodismo: “quiero seguir aprendiendo de la gente y quiero que la gente sepa lo que pienso. Espero ser periodista y si es deportivo, mejor”.

En la Facultad, como en todas las instituciones educacionales por las que pasó, alumnos y profesores adaptan todo para que le sea más fácil la vida.

“Hasta nos cambiaron el aula para el primer piso porque en el cuarto era muy difícil, no para mí, sino para ellos”, señala entre risas a los amigos que lo cargaban todos los días escaleras arriba y abajo. Esos muchachos, como los cientos que lo han conocido en persona o mediante las redes sociales, saben la importancia de brindarles oportunidades a las personas con necesidades especiales.

También lo saben quienes redactaron el Código de las Familias, quienes dedicaron nueve artículos del Capítulo II del Título IX a la protección de las personas en situación de discapacidad en el entorno sociofamiliar. En esos y otros apartados la Ley otorga derechos y plantea deberes al Estado y sus instituciones, a los parientes y a toda la sociedad para eliminar los rezagos de discriminación y potenciar la realización de personas como Rogerito.

Su historia no solo es de superación personal, es la de una familia luchando por sobre los vacíos legales del vigente Código, es el No según Rogerito.