CAMAGÜEY.- La vida profesional de Aymé Alomá Cruz está marcada desde que en marzo de 2020 empezara, como enfermera intensivista, la atención a pacientes graves y críticos de la COVID-19.
Ella integra uno de los equipos de la sala de terapia intensiva del hospital clínico-quirúrgico Amalia Simoni, de la ciudad de Camagüey, que hace ya más de un año atienden a los enfermos que más complicación presentan.
Sus palabras son certeras y precisas, y no escatima al manifestar el orgullo experimentado por quienes tienen la encomienda de salvar a una persona que lucha entre la vida y la muerte en una cama de la unidad de cuidados intensivos.
El dinamismo y la agilidad que exige actuar en el instante oportuno ante situaciones de tal magnitud inclinaron a la camagüeyana a especializar sus conocimientos de Enfermería en esa rama.
Luego de graduada y de culminar el periodo de servicio social, laboró durante cinco años en la sala de terapia intermedia, posteriormente cumplió misión internacionalista en Venezuela y a su regreso comienza a laborar en la de intensiva del citado centro hospitalario.
Varias rotaciones en la Zona Roja desde que comenzaron a recepcionar los primeros pacientes, no mellan hoy la voluntad de Aymé de seguir aportando al enfrentamiento a la pandemia, una cruenta batalla que en Cuba, como en el resto del mundo, resume el valor de los profesionales del sector de la Salud.
“El miedo, confesó, continúa latente a más de un año de batalla, en vez de quitarse con el tiempo cuando poseemos un mayor dominio de la enfermedad pues, al contrario, vemos cómo las personas se contagian ahora más fácilmente y la gravedad que presentan algunas al entrar a la sala.
“Por ello, la colaboración entre todos los integrantes del grupo de trabajo es fundamental, en medio del temor que llega a sentirse por el nivel de exposición y el riesgo de desempeñarse en un servicio donde reciben los cuidados intensivos pacientes confirmados con el padecimiento”, afirmó mientras en una ráfaga de emociones narraba sus vivencias en ese complejo escenario.
“Unos a otros nos cercioramos de colocarnos de manera correcta cada uno de los medios de protección, los médicos están pendientes de las necesidades del personal de Enfermería y nos ayudan en nuestras tareas.
“Al principio no soportábamos las máscaras y con los nasobucos no podíamos respirar, yo pensé que no aguantaba porque me ahogaba, y me sentí mejor gracias a las palabras de mis colegas: ‘Tranquila, solo es cuestión de adaptarse’.
“Somos un equipo en todos los aspectos, hasta nos brindamos apoyo psicológico. De igual modo, especialistas del hospital universitario Manuel Ascunce Domenech han laborado junto a nosotros, y se han acoplado a nuestro método de trabajo”.
Aymé asume con beneplácito la recuperación de los enfermos, teniendo en cuenta las condiciones en las cuales estos llegan a las salas de terapia intensiva, y la mejoría mostrada al retornar a sus hogares.
Sin embargo, el adjetivo “dolorosas” encaja muy bien para describir cada una de las circunstancias vividas a lo largo de un año de incidencia de la pandemia.
“Tengo experiencias muy fuertes, pues se nos han muerto pacientes, muchos ocultan los síntomas y la gran mayoría acuden muy tarde al área de salud, sobre todo personas de más de 60 años con comorbilidades asociadas, refirió.
“Cuando el rebrote de la provincia Ciego de Ávila, asistimos casos graves, pero no con la complejidad de los que llegan ahora de Camagüey, por lo cual esta ha sido la etapa más letal de la enfermedad, se propaga más fácil y no te da margen a estar mejor.
“Escuchar las súplicas de ‘sálvame, sálvame’ de los enfermos también es impactante. Además, por muchos años que acumules como enfermera la muerte es algo que nunca vas a aceptar; dolerá siempre, es una vida humana que se pierde y nuestro deber es salvarla”.
Empero, no falta su mensaje sobre el cuidado y la protección a mantener por las familias, en especial por los más jóvenes del hogar, con el fin de impedir el contagio de los adultos mayores, enfatizó al mencionar que debido a esas conductas irresponsables han atendido a ancianos con un desenlace fatal.
Y es que el accionar, la dedicación y el humanismo de los trabajadores sanitarios de Cuba sigue siendo indispensable en estos tiempos, pero aun cuando igualmente se disponga de la garantía de los recursos materiales para el tratamiento de los pacientes, el éxito siempre lo definirá una alta percepción del riesgo por la población.
Historias como las de la enfermera camagüeyana Aymé Alomá Cruz hablan de lo imperioso de cumplir las disposiciones dictadas por las autoridades sanitarias, además de mostrar, sin dudas, el esfuerzo, el sacrificio y el empeño de aquellos que día tras día arriesgan su propia vida por curar y preservar la del resto.