CAMAGÜEY.- El tiempo se va volando, decimos mucho en Cuba, y es verdad, lo agitado de la vida hace que nos parezca que los días y los meses pasan más rápido. Este jueves hizo dos años de un hecho que nos ha cambiado la vida, la llegada de la COVID-19 a Camagüey. A partir de allí nada volvió a ser como antes.

Llegaron el distanciamiento, los aislamientos, zonas rojas, horarios restringidos para la movilidad, cursos escolares detenidos al punto de que nuestros niños retrasaron un año su pase de grado o su ingreso a la escuela, adaptarnos a dar menos besos y abrazos, cosas que jamás se habían vivido y que marcan generaciones completas.

Ojalá la pandemia ya fuera historia. Yo también quisiera quitarme el nasobuco y andar en la calle como antes de marzo de 2020, pero no lo hago para cuidar a los míos, porque la COVID-19 sigue allí, enfermando y dejando secuelas que todavía están por estudiarse.

Puede que para algunos ya la enfermedad no represente ningún temor, bien sea por confianza en las vacunas o por cansancio, pero ¿valdrá la pena arriesgarse ahora que la situación está mejor, después de que libramos en las primeras olas? ¿Tendrá sentido correr el riesgo de terminar en una terapia, en el mejor de los casos, ahora que que las curvas van disminuyendo?

Aunque las variantes que predominan ya no son tan agresivas y nuestras vacunas han demostrado eficacia, no solo con las cepas originales, también contra las nuevas, sigue siendo mayormente responsabilidad de cada uno de nosotros no enfermar y no propagar más la enfermedad.

La COVID-19 sigue preocupando a buena parte de la comunidad científica internacional y a personas de todo el mundo.

Tenemos que ser consecuentes, pues han sido dos años de derroches... sí, derroche de talento, de hidalguía, de pasión, de amor por el otro, también ha habido miedos, fracasos y muertes, esas que nos duelen y nos queda entonces el aquello del “y si no se hubiera enfermado”.

En abril de 2020, parecía un sueño que a menos de un mes de la llegada de la pandemia ya se empezara a pensar en tener una vacuna propia. Dos años después la historia recoge que los cubanos hicimos la primera vacuna en América Latina. Abdala sorprendió al mundo con un 92,28 % de eficacia luego de los ensayos clínicos, después vendría Soberana con un 91,2 %. Ambas, junto a Mambisa y Soberana Plus lograron un complot perfecto contra la muerte. Muchos ya llevamos en nuestros hombros hasta una dosis de refuerzo.

Fuimos también de los primeros en el mundo en vacunar a nuestros niños, y casi 600 camagüeyanitos pusieron su brazo para que Abdala se probara como segura y eficaz.

 

Altruismo ha sido otra palabra que hemos tenido que usar mucho en los últimos dos calendarios. Solo cinco días después del 11 de marzo, cuando todavía no se conocía bien la enfermedad, llegó a nuestras aguas el crucero Breamar con confirmados al virus y al que nadie en la región había querido recibir.

La solidaridad de este Archipiélago no quedó allí, compartimos con el mundo nuestros médicos y apenas el 22 de marzo salía para Lombardía una brigada médica, la primera de muchas que saldrían después, a enfrentar lo que era en ese entonces el epicentro mundial de los contagios.

Solo 49 casos tuvimos en Camagüey durante ese primer brote. Después el escenario traería números de enfermos, graves, críticos y muertos que bien vale tener presentes para que no se repitan. Pocos son los camagüeyanos a los que la COVID-19 no les ha pasado cerca, pocas son las familias que no han tenido que sufrir la muerte de seres queridos o la desesperación de tener a alguien grave.

No conjugo los verbos en pretérito porque este es asunto de presente. Tenga en cuenta que más allá de los 20 casos diarios que reporta la provincia pueden haber cientos de asintomáticos propagando la enfermedad en la calle.

A estos escenarios nos llevaron malas decisiones, medidas inefectivas, pero sobre todas las cosas la irresponsabilidad, tanto individual como colectiva, y si bien estamos más protegidos hay que seguir cuidándose.

Puede que ya la mayoría pase el virus como un catarro común, sin embargo a nuestro alrededor hay personas con padecimientos y vulnerabilidades que pudieran terminar en situaciones más complejas e incluso hasta morir.

También pensemos a largo plazo, el SARS-CoV-2 sigue siendo nuevo. Sus efectos en 10 o 20 años son incógnitas, desconocemos totalmente como será el futuro de los niños que enfermaron o las embarazadas que lo adquirieron, por eso la mejor opción siempre será no enfermar.

Nos quedan batallas por contar, hitos que marcar, gente valiente que resaltar, esta es una enfermedad que le ha movido el piso a todo el mundo, pero aquí, gracias a tanta gente, al personal de la Salud, a un sistema que pone en el centro la vida, a un gobierno que pelea a brazo torcido por los cubanos, a la visión de los líderes de la Revolución y sobre todo a esa Cuba que nos ha enseñado a empinarnos cuando el empeño parece difícil, podemos sentir un inmenso orgullo le hemos plantado cara a un virus que mata.