Que científicamente esté demostrado que, como resultado de su excesivo consumo, el alcohol disminuye en más de diez años el promedio de vida de la población, debería ser suficiente para no cejar en el empeño de combatir esta droga, legal pero que constituye en Cuba un problema de salud.

El alcoholismo, de acuerdo con el informe sobre la Situación regional del consumo de alcohol y la salud en las Américas, emitido por las Organizaciones Panamericana y Mundial de la Salud, constituye un desafío creciente para los países del área, si se tiene en cuenta que en la región de las Américas, el consumo de alcohol es, en promedio, más alto que en el resto del mundo.

De acuerdo con el texto, la carga de morbilidad (enfermedades y traumatismos) es significativa, ya que el consumo de alcohol contribuye al desarrollo de 200 enfermedades y lesiones, incluidas las neoplasias, la infección por el VIH/sida y diversos trastornos mentales.

Cuba no está ajena a este problema de sa­lud y las estadísticas no mienten. Más del 45 % de la población mayor de 15 años consume bebidas alcohólicas, fundamentalmente en los rangos de edades comprendidos entre 15 y 44 años de edad; mientras la mayoría de los dependientes alcohólicos tienen edades que oscilan entre 25 y 42 años, según las investigaciones de la Unidad Nacional de Promoción de Salud y Prevención de Enfermedades.

Es clara la tendencia a la iniciación en la ingestión cada vez más precoz, sin establecerse diferencias por sexo, ya que estudios recientes sugieren que las mujeres beben hoy a la par de sus homólogos varones, tendencia que complejiza este escenario, si tenemos en cuen­ta que las féminas, biológica y psicológicamente, son más vulnerables.

Los expertos alertan que una vez que las mujeres se introducen en el campo del consumo son entonces mucho más discriminadas y censuradas. Se alcoholizan más rápido y de­moran más en solicitar ayuda debido a los estigmas con los que carga de padecer este flagelo, en medio de una sociedad eminentemente machista, lo cual retarda el tratamiento y entorpece su rehabilitación.

No obstante, los resultados de la última En­cuesta de Indicadores Múltiples por Con­glo­merados (2014) mostraron que la proporción de hombres que bebe alcohol es superior a la proporción en la mujer. El consumo de alcohol antes de los 15 años es más común en los hombres que en las mujeres (11 % frente al 3 % respectivamente).

Por otra parte, el consumo de alcohol es más común en el área urbana, de igual forma para ambos sexos, mientras que en las mujeres el consumo de alcohol es más común en la capital. El porcentaje de ingesta de bebidas alcohólicas más elevado se identifica en el centro del país con un 53 %. Las mujeres de nivel educativo superior consumen más alcohol (24 %) que las de niveles educativos inferiores. En los hombres, el por ciento más elevado de consumidores se encuentra entre aquellos sin estudio o que solo han llegado al nivel primario, refiere la encuesta.

Es un imperativo para la sociedad cubana saber dónde están las brechas que condicionan esta situación, además de los patrones culturales e imitativos que se repiten al interior de los hogares. No son pocos los espacios que incitan hoy al consumo irresponsable de alcohol, ni es difícil acceder a las bebidas, aunque la ley prohíbe expender a menores de 18 años estos productos, además del tabaco.

Con frecuencia “la botella” acaba en ma­nos del adolescente, en flagrante violación del derecho que este tiene a preservar su salud. Además, paradójicamente y contrario a lo estipulado de forma legal en casi la totalidad de los países, en nuestro entorno es frecuente tran­sitar por espacios públicos botella (lata) en mano, y nadie habla de Ley Seca, sino de consumo responsable que permita evitar conductas de riesgo.

Bien lo advierte el profesor Ricardo Gon­zález Menéndez, reconocido experto en adicciones, en su artículo La atención integral al alcoholismo: experiencia cubana, quien reflexiona sobre cómo “pese a que el alcohol y el alcoholismo se erigen actualmente como la droga y drogadicción de mayor significado socioeconómico y humano, poco se ha avanzado en lo referente a la clásica actitud social mundial de subvalorarlo como problema de salud, al compararlo con otras drogadicciones”.

Sin embargo, la negativa repercusión que tiene en todos los ámbitos de la vida del individuo que consume y de aquellos que lo ro­dean, así como su condición de droga portera, hacen del alcoholismo no solo un problema de salud sino social.


Cuando en el mundo, alrededor del 75 % de los enfermos por drogadicción no reciben ayuda profesional, el sistema de salud cubano ha dispuesto, por otra parte, vías para el enfrentamiento de este mal en todos los niveles de atención médica, a partir de una red integrada de servicios y diversas modalidades asistenciales para el paciente alcohólico, que van desde la atención primaria en la comunidad hasta los servicios hospitalarios especializados en adicciones. Los Centros Co­mu­nitarios de Salud Mental o los equipos de los policlínicos, son eslabones esenciales en la rehabilitación de los pacientes, en esta y otras adicciones.

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