Todavía siento en el cuerpo esa mezcla de nervios y calma. Estar delante siempre es un desafío: una intenta ordenar el temblor, respirar hondo, hablar con firmeza. Y, sin embargo, cuando miro al público, descubro que también ellos me devuelven el sosiego. Algunos con sonrisas atentas, otros con esa manera de escuchar que sostiene. Entre ellos, la actriz y guionista Virginia Urdiales —Viki—, tan luminosa, tan buena. Su presencia me abrazaba silenciosamente desde la fila.
El taller era breve, un “exprés”, pero lo esencial estaba claro: detenernos antes de encender la máquina, antes de lanzar luces y programar efectos, y preguntarnos qué queremos decir. Porque el mapping no comienza en el software, sino en la emoción. “No proyectamos luz, proyectamos intención”, les dije. Ese fue el hilo conductor de los ejercicios, que invitaban a transformar palabras, imágenes y emociones en semillas de guion visual.
Guié dinámicas sencillas: mirar una imagen y preguntarse qué despierta, compartir una idea con el grupo. Algunos dudaban, otros se lanzaban sin miedo. Y me conmovía la manera en que iban encontrando, en apenas unos minutos, un sentido personal que podía convertirse en luz sobre piedra. Lo más difícil no es proyectar sobre una fachada, sino atreverse a escuchar lo que uno mismo quiere decir. Y ellos lo hicieron.
Aproveché para elogiar a los alumnos del Programa Mentor, que mostraron su trabajo en la torre del Castillo de la Mota. Hace unas semanas comenzaron sin saber muy bien qué era el mapping y lograron un proyecto de cuatro minutos lleno de vida. Ese proceso de descubrimiento, esa valentía de lanzarse, me emociona tanto como cualquier espectáculo terminado.
Todavía me pregunto cómo una periodista termina con las narices cada vez más metidas en el mapping. La respuesta está en que me entusiasma, me reta. Me obliga a pensar con imágenes, a traducir ideas en luz. Y el Festival Mapping Me! ha sido la puerta: un espacio que, del 25 al 30 de agosto, convirtió a Medina del Campo en un laboratorio colectivo donde estudiantes, artistas y vecinos se dieron cita.
Por primera vez, la torre del Castillo de la Mota se convirtió en lienzo para tres mapeos que revelaron la diversidad del festival. Memorias de piedra, de los alumnos del Programa Mentor, relató la historia del edificio, sus capas y transformaciones. Le siguió Juan Camazón, joven de Medina que comenzó como espectador y hoy ha iluminado escenarios principales del festival —la Colegiata de San Antolín, el Ayuntamiento y ahora la Mota—. Y completó la trilogía la canaria Sandra González, quien trajo la fuerza de las tradiciones de La Palma con un mapping sobre la Bajada de la Virgen, celebración que cada cinco años convoca a su isla.
Otra novedad fueron las sesiones donde música y visuales se encontraron en vivo: en el patio del Hospital Simón Ruiz, en la Mota y en la Colegiata, rocanrol y DJs dialogaron con imágenes generadas en tiempo real con NestDrop, Resolume Arena y Touch Designer, incluso explorando IA con Stream Diffusion. Sonido e imagen se perseguían sobre la piedra en un juego hipnótico de improvisación.
De Medina del Campo me llevo mucho más que imágenes y luces: me llevo historias. El Mapping Me! reunió a jóvenes con ganas de experimentar con ilustraciones, criaturas fantásticas, cortos, animaciones, videomapping que cuentan relatos, teatro que explora lo experimental… sueños que ya empiezan a tomar forma. Mientras tanto, la ciudad celebraba San Antolín con encierros, pregones y ambiente festivo. En medio de esa energía popular hubo también sabores —la tostada enorme de la Taberna del Buda, los quesos de Juan, el dulce de la abuela—, misterio en casas encantadas y el histórico Hospital Simón Ruiz, sede del festival, que envuelve todo con memoria y leyenda.
He compartido espacio con los artistas cubanos de Mapping ON, Alberto Santos y Gerard Martínez, coordinadores del Programa Mentor, y con la profesora y productora leonesa Sara Salgado, que nos recuerda que toda proyección empieza en la escritura. Todo bajo la mirada generosa del vallisoletano Rodrigo Tamariz, director artístico del festival, que entiende el mapping como comunidad, aprendizaje y un método vivo. De él aprendemos que el valor está en la mirada y en respetar los puntos de vista. Y nos vamos con la certeza de que la emoción, siempre, es la primera luz.