No fue el 1ro., pero sí el 5. El pueblo festejó su Día Internacional de los Trabajadores, porque hay sobradas razones para la conmemoración, para el recuento y el compromiso.

A quienes alientan, desde afuera y desde adentro, a quienes apuestan por una abrupta interrupción del diseño político y social erigido entre todos y por mayoría en Cuba, esta celebración es suficiente para recordarles que, en nuestro país, no hay una Revolución de papel.

El desfile fue, es, prueba que testifica la grandeza de un pueblo enfrentado, en desigual batalla, contra un bloqueo imperial recrudecido, obsesionado en buscar la asfixia total por todas las vías posibles.

Tenemos manos y corazón, las de millones, que siguen apostando por un país de justicia, imperfecto, pero con inagotables fuentes de inspiración en las ideas, en el ejemplo, de los que trazaron las líneas estructurales de dignidad y soberanías propias.

Nos golpean, quizá como pocas veces antes, las drásticas limitaciones materiales para sostener vitales condiciones de vida para el pueblo. Alimentos, medicamentos, combustibles, materias primas en general, y otros muchos recursos elementales, han elevado drásticamente sus precios en el mercado internacional, y, en consecuencia, escasean y se encarecen en el interno.

Mas, este 5 que disfrutamos como el mismísimo 1ro., recordó a los adversos a la Revolución, que las experimentadas y las nuevas generaciones tienen un compromiso: ser continuidad, que va más allá de una consigna de ocasión. Esa continuidad implica hoy resistencia, inspira heroísmos, significa creatividad.

Pueblo y Mayo, en Cuba, viven y laten, simbolizan una de las virtudes intrínsecas de nuestro hacer: la unidad obrera.