CAMAGÜEY.- “Mi yunta la hice yo mismo”- dice orgulloso Anastasio, un guajiro que no tiene pocas palabras. Se le da muy bien la conversación, la disfruta, sin importar que de por medio haya una grabadora intrusa.
“Nunca me había entendido con reses, no sé ni siquiera enrejar a un ternero, pero los golpes de la vida y la necesidad obligan a uno a hacer cosas impensables. Antes era mensajero de pan, me quedé sin trabajo y pedí entonces un pedazo de tierra. Pasaba tanto trabajo para prepararla y sembrar, que un buen día- cansado de caerles atrás a los tractores- me dije: ‘esto se resuelve con bueyes’.
“Mi cuñado me regaló un animal y compré el otro, eran añojitos. Los fui enyuntando poco a poco. Este es un trabajo que lleva mucha paciencia. Les puse Parrandero y Bailador porque me gustaban las fiestas y para cuanto ‘motivito’ se inventara nos llevaban en la carreta. ¿Si los cuido?, más que a la mujer mía para que sepa-bromea. Ellos son los que me lo han dado todo”- dice mientras acaricia la cabeza de dos animales que lucen en su cuerpo la dedicación de su dueño. Los dedos robustos y callosos, curtidos por el trabajo duro del campo, no parecen tener solo 41 años.
“En el surco nos entendemos como si fuéramos tres de la misma especie. Les paso la mano, les camino cerquita y nunca me han fajado. Trabajan al paso que yo quiero, y me entienden. Cuando hacen por dejar el rumbo, les indico- entra- y lo hacen. Si digo ‘tao’ doblan a la izquierda, ‘iet’ lo hacen a la derecha, ‘teza’ dan marcha atrás y ‘sifff’ es para empezar a trabajar”.
“No me siento solo mientras trabajo, les converso, les doy ánimo y les aviso cuando estamos terminando. No uso nunca el aguijón, ni los apuro; les respeto su paso y cuando estoy cansado me acuesto en la carreta en una guardarraya y van solos para la casa. El animal no razona pero con el cariño y las atenciones es otra cosa. Segurito que si los maltratara y les diera palo, cuando estuviera cerca me huían. Es igual que una flor, si no la cuidas se marchita. Ellos son parte de mi familia, junto a mis tres hijas y mi esposa”.
“En la finquita (que lleva por nombre Yamilka y pertenece a la cooperativa de créditos y servicios Niceto Pérez de Vertientes) me ayudan a romper la tierra, surcar y cultivar. Tengo muchos implementos hechos por mí: guataca, peineta y una triple-pala. Todo lo hago con disco de picadora viejos y los preparo en dependencia de la labor que quiera hacer. Además me sirve como medio de transporte”.
Gracias a Parrandero y a Bailador, Anastasio Domínguez González, conocido por todos por El Gringo (sobrenombre que adquirió por un personaje de aventuras cuando era niño) mantiene sembraditas las dos hectáreas de tierra. Ahora está plantando tomate, frijol y maíz. Con lo que produce garantiza la comida de los suyos y aporta para la alimentación del pueblo.
“Trabajar con los bueyes tiene muchas ventajas: Si cae un chubasco el tractor no puede entrar porque aprieta la tierra y hace ‘patiñero’, puede hasta estropear el cultivo, pero el buey no, además no usa petróleo ni gasolina, solo un pedazo de soga y comida. Eso sí mucha atención”, asegura El Gringo mientras acomoda con mucho cuidado el yugo (artefacto de madera que los une). “Yo les pongo calzos con chancletas viejas para que les quede cómodo, es como uno que con una piedra en el zapato no puede caminar”, dice mientras los cachetea cariñosamente, como se le hace a los amigos íntimos, a los “yunta”.