CAMAGÜEY.- El ciclón Flora, en octubre de 1963, y sus consecuencias, fue como un detonante para que jóvenes en Cuba sintieran inclinación por la meteorología y encontraran en esta ciencia, la manera de ayudar al país frente a los devastadores fenómenos climatológicos.

Pedro Martín Betancourt no fue una excepción. Este camagüeyano, con solo 17 años, reaccionó a la convocatoria librada por el investigador y estudioso de la naturaleza Antonio Núñez Jiménez, quien a raíz de los acontecimientos del destructor huracán comprendió e interpretó el pensamiento de Fidel sobre la necesidad de desarrollar este campo del saber.

Las puertas del capitolio nacional, sede entonces de la Academia de Ciencias de Cuba abrieron sus puertas a muchachos dispuestos a enrolarse en este apasionante y nada fácil mundo.

El estudio de la espeleología despertó interés en Martín. A juicio suyo porque esa rama tenía cierta vinculación con la meteorología: medir la temperatura de las cuevas, la humedad y otras cuestiones.

Por medio de la prensa conoció de la creación del Departamento de Meteorología, de la Academia de Ciencias, el cual iba a capacitar a jóvenes, en un curso de preparación, como observadores meteorológicos, con el interés de ramificar estaciones en municipios del país.

Relata que en Camagüey tenían previstas, la radicada en la ciudad cabecera, la de Santa Cruz del Sur, Florida, Esmeralda y Guáimaro y que, al presentarse en La Habana en el cuarto piso de la Academia, con un nivel aprobado de secundaria básica, se entrevistó con el Doctor Mario Rodríguez Ramírez, fundador y creador del Instituto de Meteorología, director y profesor de todos ellos. Lo aceptaron.

“La idea de la creación de la red de estaciones de Fidel y de Núñez Jiménez fue tomar una serie de datos en todos los municipios para los estudios hidrológicos y presión atmosférica. Cuando el ciclón Flora, Fidel estaba con un barómetro en la mano realizando estas mediciones.

“En Cuba no existían estaciones meteorológicas, en Camagüey solo funcionaban dos, una en Nuevitas y la otra en el aeropuerto Ignacio Agramonte. Por eso surgió el departamento de meteorología como prioridad dentro de la Academia de Ciencias”.

De Camagüey en esa época se formaron doce jóvenes. Al regreso a la provincia fueron ubicados en varios municipios y a Martín Betancourt lo situaron en Santa Cruz del Sur como jefe de la estación. Todas las oficinas estuvieron localizadas en instalaciones de secundarias básicas y la suya radicó en la escuela Camilo Cienfuegos, donde le facilitaron un aula y montaron todos los instrumentos.

Otro objetivo de enclavarlas originalmente en esos lugares, era también formar a los estudiantes y darles clases de qué es presión, temperatura, cómo se toma y otros datos, base de la Geografía como asignatura.

Estando en Santa Cruz del Sur, se creó el Instituto de Meteorología, el 12 de octubre de 1965, mediante resolución firmada por Raúl Castro, al unificar el observatorio nacional, que pertenecía al Ministerio de las Fuerzas Armadas, con el departamento de meteorología de la Academia de Ciencias.

La pregunta a Pedro acerca de si cuando inició sus labores los medios de trabajo eran muy rudimentarios explicó: “En aquella etapa recibíamos las clases en la azotea del capitolio con un grupo de profesores muy experimentados dentro del observatorio nacional y con muchos años de conocimiento como Millá y Rodríguez Ramírez.

“Desde el punto de vista de teoría, Rodríguez nos daba las clases y los demás acerca del trabajo de un observador: conocimiento de las nubes, identificar cada nube, cómo tomar la temperaturas, las presiones, cada variable meteorológica, como medir la lluvia y hacer los códigos de transmisión. Cada dato que tomas, tienes que hacerlo en un código y aprenderlo. Fueron cuatro meses y medio”.

Como observador meteorológico en dos ocasiones se desplazó hacia Santa Cruz del Sur y Júcaro, muy cerca de una tormenta que afectó la situación de las costas en ese escenario de Ciego de Ávila para apoyar al personal que allí se hallaba.

Recordó que en la primera etapa de su vida siempre estuvo de jefe de estaciones, después vino para Camagüey al frente de la instalada en el aeropuerto, mientras durante los años 1970 y 1971 fue para La Habana con unos especialistas de la OMM (Organización Meteorológica Mundial).

Cuba, mediante ese organismo internacional, recibió un proyecto de desarrollo que incluyó equipamiento, instructores, entre ellos, un especialista en instrumentación que los formó. “Casi toda mi vida me dediqué a trabajar con instrumentos”.

PENETRAR EN LAS NUBES… ¡EN AVIÓN!

Tuvo la oportunidad de penetrar en las nubes a bordo de dos modelos de avión IL14 y An 26 para el estudio de las lluvias provocadas, de conjunto con soviéticos.

“No es fácil ese trabajo. El IL para mí era un avión de mucha potencia, de las mejores naves soviéticas en esa etapa, sin embargo, era una palomita que penetraba en las nubes, se veían las corrientes ascendentes y descendentes, no era fácil trabajar en ese momento, había que tener mucha valentía, las mediciones no eran fáciles”.

--¿Sintió miedo?

--Cuando uno no está habituado a ese tipo de trabajo el miedo es normal, pero después uno se aclimata al trabajo y va tomando más experiencia.

La conversación enrumba hacia la calibración de radares. Desde un helicóptero tenían que soltar una bola de metal para establecer los parámetros de medición.

“No es fácil esa experiencia tampoco. El helicóptero tenía que estar en una posición estática. Dentro del piso de la nave había un orificio y de ahí por un compartimiento, con una soga de metal, descendía la bola a cierta altura. Pasé muchos sustos y supe que los helicópteros son más peligrosos que el avión”.

El año pasado Pedro se acogió a la jubilación, no obstante se mantuvo laborando hasta febrero del 2020. Problemas de salud le impidieron seguir.

“Con la jubilación dejé de hacer muchas cosas que hubiera querido realizar. Primero, realicé una labor de recuperación de instrumentos metrológicos, de equipos que cuestan muy caro en el extranjero y renovarlos constantemente reporta gastos excesivos. Se sostuvieron trabajando por largo tiempo equipos con innovaciones, como los Dine, equipo inglés que mide la fuerza y la dirección del viento, es un gran equipo en el mundo para velocidades de viento muy alta y una resistencia capaz de soportar cualquier situación ciclónica”.

En cada provincia, el Instituto de Meteorología tiene una persona especializada en instrumento para darles mantenimiento a todos los equipos, apreciar el estado de calibración, instruir al personal en el manejo de estos. Aquí no dejaron atrás la fabricación de piezas de repuesto y realizar cualquier tipo de invento. Incluso, se las arreglaron para lograr las tintas que se le echan a los gráficos para las plumillas, gracias a lo cual la serie histórica no se perdió. Es de elogiar que en Cuba hay instrumentos como los barógrafos funcionando desde el año 1948 en diferentes provincias.

En las últimas etapas de su vida Martín Betancourt se dedicó a este trabajo, aunque desempeñó otras funciones, desde jefe de la oficina de Metrología en Camagüey, de la red de estaciones y presidente de la comisión nacional de instrumentos para la recuperación, mantenimiento y la política de calibración y desarrollo.

Al aval de este modesto hombre hay que sumarle las nuevas inversiones de modernización de las estaciones de Florida, Esmeralda, Santa Cruz del Sur y Palo Seco con locales para funcionar como estación, y abarcar no solo los estudios desde el punto de vista sinóptico, sino la agrometeorología, las mediciones en el campo, de las variables para los cultivos, combatir las plagas y la contaminación.

Elogió el rol de Rodríguez Ramírez en la formación de meteorólogos puros en la universidad, porque la especialidad se nutría de otras profesiones. Hoy ello se ha ampliado a Camagüey, lo cual ayuda a la investigación.

Este fundador del Instituto de Meteorología, institución que este 12 de octubre cumple 55 años de su creación, sostiene que Camagüey desarrolló los radares meteorológicos a planos estelares, fruto de un sólido equipo de trabajo.

No pierde la costumbre de llamar al centro, aunque tiene la suerte de que todavía muchos colegas del gremio de otras provincias se comunican con él para consultarle determinadas precisiones técnicas. Con cierta nostalgia comenta que le quedaron algunas cosas por hacer. Siente la utilidad de la presencia de los jóvenes, no solo del Centro Nacional de Radares, también los de las áreas de climatología, agrometeorología y en las estaciones.

“Eso significa un desarrollo. La meteorología todo el mundo la mira a la hora del pronóstico. Ya aquí se han logrado técnicas no solo de estudios sinópticos sino climáticos, que permiten una serie de variables para deducir estudios de todo tipo. Lo estamos demostrando con las tormentas locales severas, en los radares se divisan bien las bandas, cómo se forman las lluvias y se precipitan.

“Es un desarrollo técnico muy alto. Por el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba los compañeros no tienen acceso directo a más técnicas modernas. Lo puedo decir: el primer radar automatizado lo hicieron con cablecitos, soldándolos, una forma artesanal pero que están a la altura de cualquier radar, lo vemos en las propias pantallas, comparándolos con las imágenes del radar de Cayo Hueso, de Estados Unidos, vemos la calidad y la nitidez de las imágenes nuestras.

“Si volviera a nacer, quisiera comenzar de nuevo en el trabajo de la meteorología, me dediqué en cuerpo y alma y nunca me quise ir, a pesar de que me propusieron otros cargos, es verdad que la trabajé con amor”.