CAMAGÜEY.- La tablilla se veía atractiva, armada con buen gusto, toques muy modernos, y colores brillantes, nada chocantes visualmente. Pero su otro lado, su lado fuerte, se alzaba a la diestra, en tonos bien negros, y con arrogante prepotencia: “los precios”.
Y de eso se trata, porque no hay esquina que escape a la profusa presencia de timbiriches, como acotara en una de sus canciones un trovador cubano. Y entre mypimes, secuelas de mypimes, y otros “actores” económicos, lo cierto es que esa puja comercial poco favorece a que la “hipertensión” de los precios logre hallar una cosa llamada sensatez.
“Chorros de tinta”, dijo un colega, se han gastado en ofrecer distintas versiones sobre un fenómeno que parece galopar sobre terreno fértil en un país, donde las finanzas estatales se aproximan a la precariedad, y estas válvulas de escape, surgidas de la impronta, no parecen contribuir a espantar las grises sombras de lo que se conoce como estanflación.
“La lucha”, es un término muy asociado a esos que culpan a la carestía del dólar, como el motivo principal para que cualquier inversión doméstica en artículos de la canasta hogareña, sea un verdadero desafío a los ingresos familiares.
Entonces surge una pregunta que parece devenir asidero para quienes poseen bajos ingresos: ¿cómo el Estado va a resolver esto? Y otros también disparan sus lanzas, como si resolver la madeja sin punta de la economía actual se despejara desde una oficina con un simple “plumazo”.
Lo real es que ni con decretos ni resoluciones, podremos ventilar, oxigenar, si detrás no tenemos algo que es lo mínimo indispensable: ofertas, muchas ofertas, abundantes ofertas estatales, que inunden el mercado e impidan, desde el acaparamiento, hasta las crisis artificiales de productos.
El rol regulador en este momento, es un ejercicio imposible de asumir. Son muchas las iniciativas, proyectos, ideas, pero no acaban de aparecer las respuestas a los diversos incentivos que se generan constantemente, en aras de revolucionar la industria y la agricultura.
Un ejemplo aparece “ipso facto”: ni con mejores precios, la leche, vital alimento, llega en las cantidades necesarias a la fábricas, y no pocas veces se ha puesto en aprietos su entrega diaria a los niños de siete meses a seis años, pues sigue siendo una quimera ampliar el rango de beneficiados.
No son pocos los productores que, ahora mismo, no han entregado ni un litro de este producto lácteo, y eso es algo que pone en tela de juicio a quienes, pese a tener esa responsabilidad, se burlan de ese noble propósito, porque una razón sobreviene: por la “izquierda” hay superior "generosidad" financiera, y el dinero al contado cae sin dilación en la mano.
Y otra variante muy común, es convertir en queso esa leche dejada de enviar para su procesamiento. ¿Cuánto vale una libra en el mercado informal?
Nadie niega que hay urgencias humanas que cumplir, vestir, comer, y todo “anda por las nubes”, dirían muchos sin ser pilotos o cosmonautas. Pero es una olímpica irrespetuosidad no entregar nada. Absolutamente nada.
Es algo incomprensible. Las regulaciones vigentes permiten al productor, vencido el plan de acopio, vender en otros destinos su producto, a precio diferenciado. Sin embargo, hay quienes se hacen los desentendidos, y eso es también una cuestión que las empresas y los directivos de las bases productivas deben alertar con las consiguientes medidas que cada caso requiere.
La bancarización no puede ser la manzana de la discordia. Y la reticencia de algunos a acogerse a sus directrices, mueve a que el destino de las producciones no siempre tome la senda adecuada. La justificación, que florece como mala hierba, es que cuando se va al banco, no pueden entregar las cifras solicitadas por falta de efectivo.
Sobre el tema hay indicaciones claras. ¿Qué toca entonces? Pues cumplir las disposiciones, unificar criterios, establecer mecanismos de entendimiento, buscar opciones para que las formas productivas tengan acceso expedito a las cantidades físicas de dinero que cada una de sus acciones implican. Es lógico, ingresan, pero también erogan, porque hay procesos que demandan moneda líquida para el pago de ciertos deberes contractuales.
Llevar comida a la mesa, reclama ingentes esfuerzos de muchos, desde los Comités de Contratación, hasta de una agricultura más eficiente, menos complacida con las hectáreas sembradas, y más exigente con las cosechas y sus destinos.
Ya sea por descuido, quizá, o por despreocupación, no todo lo que se produce es seguido atentamente por quienes tienen ese deber y obligación. Es la causa de por qué proliferan puntos bien surtidos, y carretillas atestadas.
Esos mercaderes ocasionales, que pagan a cualquier precio, porque venden a cualquier precio, se nutren de esas fracturas en la custodia de los bienes cuya finalidad son las de atender las demandas de salud, educación… y del pueblo.
El autoabastecimiento territorial exige, que se le preste toda la atención pertinente, y eso implica que no haya tierras ociosas, que los productores tengan sus pagos a tiempo, y sin pérdidas, montar fichas de costo bien aterrizadas, y aplicar las tarifas menos sofocantes, en aras de su accesibilidad para todos.
Se quiere, y se pide, pensar como los mosqueteros de Alejandro Dumas. Pero eso significa virarse para el surco, aun cuando falten los combustibles y lubricantes, aunar esmero, consagración, y hacer parir a la tierra. Hay que aumentar los cultivos, usar la ciencia y la técnica, la agroecología, y cuidar las cosechas con el desvelo a flor de piel.
Hay propósitos que toman cuerpo, como la extensión de la siembra de arroz en municipios sin tradición, pero recuperarlo en otros, tal es el caso de Sierra de Cubitas, que de aplicarse pudiera cubrir sin dificultades la canasta familiar mensual del territorio.
Retomar los autoconsumos de empresas y organismos, es otro espaldarazo al aumento sostenido de los alimentos, y ya hay experiencias avanzadas en empresas como la Cárnica de Camagüey, y la de Productos Lácteos, por ejemplo, que pudieran nutrirse de varios renglones agrícolas para sus comedores y la venta a trabajadores.
Tenemos el recurso principal, la tierra, ahora queda volcarse a ella, dada la prioridad que tiene la producción de alimentos, un asunto de seguridad nacional, y una vía para descompresionar el precio en los mercados, esos que ahora mismo resultan invalidantes para quienes acuden a ellos en busca del plato diario.
Los precios tienen hoy, ahora mismo, un altísimo costo social. Muchos abortan la idea de llevar a su mesa productos cárnicos, pescados o huevos, sencillamente porque, junto con el producto, aparece un regulador implacable, capaz de disuadir cualquier bolsillo obrero: los precios.
La fórmula para llevar esa palabrita, precios, a rangos más asequibles, descansa en un verbo al que debemos recurrir bajo cualquier circunstancia: “producir”, pero con un adverbio adjunto: “más”.
Solo en esa conjunción de palabras, producir más, descansa la llave de los truenos, o si prefiere, el famoso ábrete sésamo.
Si bien puede que no obre “milagros” pero, al menos, traerá cierto alivio a quienes pensamos no regresar casi siempre con la bolsa vacía de un mercado sustentado en ganar a toda costa y a todo costo... y ello entraña adicionalmente, el esquilmar, por si fuera poco, hasta los clientes de escasos recursos.
No cabe, entonces, ninguna maniobra dilatoria, porque de lo contrario, nos seguirá oprimiendo el cuello… el costo de los precios.