CAMAGÜEY.- Me provocan a pensar. Dudo. Pido ideas. Algunos las dan. Sigo sin convencerme, por lo de la autenticidad en el decir. Es complejo sí, es complejo hablar del #PensarComoPaís. Pero necesario. Y de las necesidades, ya sabemos, no se puede huir.

Nuestro Presidente lanzó la convocatoria, y con una interrogante el pasado mes de julio en la Asamblea Nacional del Poder Popular nos puso a pensar: “¿Cuál puede ser la cuota de entrega personal para el crecimiento colectivo?”

Para algunos es cosa de solidaridad, de ponerse en el lugar del otro, de aportar soluciones, de hacer lo que toca, es compromiso con el gentilicio, es respeto, es dar todo por todos, según muestra la pestaña del sitio www.presidencia.gob.cu habilitada para que quien quiso escribiera su concepto hasta el pasado 30 de septiembre.

Una certeza se saca de esas lecturas: en este y todos los tiempos es más saludable que la gente haga sin encomendarse a la moda gramatical.

Estoy segura que la directora que decidió no encender los aires acondicionados de sus subordinados hasta la 1:00 p.m. y pasar calor ella todo el día, aunque sus kiloWatts den para refrescar las temperaturas, no anda por ahí jactándose de la heroicidad de su medida. Presumo que el del carro de turismo que recogió cuantos pudo en una parada de Santa Clara, no colgó una foto en las redes sociales por palmaditas en la espalda cuando, especulación mediante, regrese a Miami. Sé que el “plan” de ahorro que un amigo diseñó en su casa no es hoy un post en Facebook. Sin embargo, no me fío del jefe que ahora sí da la botella y nunca antes la “pasó”, dudo de su aptitud para pensar pos-coyuntura. Más simple: reniego de su capacidad como dirigente y como cubano verdadero.

Nos dice en clase un ilustre profesor que el pueblo hace el idioma. De seguro ninguna congregación de lingüistas ha definido la “botella” en su acepción a la cubana. La más conocida aquí es el frenazo y el aventón cordial. Pero significa también socorrer a un desconocido convaleciente y no apagar el motor hasta saber que será atendido; la mano sangraba, el ortopédico en el salón, el carro entonces siguió hasta otro hospital donde sí detuvieron el dolor. Ese pensamiento lo aprendo de mi papá, cuando por casualidad le escucho recitarle las diligencias del día a mi mamá.

Yo —pronombre personal extensivo a cada cubano— estoy pensando con inteligencia si apago la luz innecesaria; si comprendo las medidas y no rezongo de más ante las escaseces; si adelanto la alarma y amanezco antes para acortar distancias y llegar a donde seré útil; si no enfrento los días con desidia sino con optimismo y creatividad, si siento que mi responsabilidad no es solo hacer lo que me toca por lo del beneficio personal, es cumplirla, también, porque mi aporte cuenta en la construcción de nuestro proyecto colectivo. En definitiva, un país se hace a partir del cerebro y el corazón de todos sus hijos. Accedamos con sinceridad y constancia a la invitación fecunda de “Pensar como país”, no a la consigna y los estériles signos de exclamación.

Pensar ancho y largo, desde la punta hasta el cabo del caimán, es un ejercicio tan simple como el cartel que presume de enfermeras con vocación: el anuncio supera el mural, es reiteración perenne en ese servicio que bien sirve a niños. Pensar como país es un concepto moldeable. Hoy, es ajustar el cinto sin que en ese acto se vayan las fuerzas, los oxígenos. Se trata de un re-corte que provoca nervios, sí, pero ese sustantivo es sinónimo, además, de garra, vigor, ímpetu. Quizás en este octubre caminemos con más holgura en los portadores energéticos, pero ya vimos que llevamos mejor paso si encaramos la marcha con sensibilidad. Cierto, son necesarias las guaguas, necesitamos que sobren ellas y no las gentes en las paradas, mas reconforta en igual medida que no nos falte nunca la “botella”. Desde ese envase alimentamos la ternura que debe sostenernos como país. Brindemos pues, por nosotros mismos.