CAMAGÜEY.- La frase que utilizo como título del presente comentario, solía usarla con frecuencia mi suegra Fredesvinda, cuando muebles descolocados y otros objetos atravesados impedían su andar por la casa…

Las aceras, vías supuestamente expeditas para las personas, son espacios públicos iguales que parques, andenes, terminales ferroviarias, de ómnibus y establecimientos comerciales o de servicios para la población, convertidos hoy en nuestra ciudad en emboscadas personales por cierres arbitrarios y obstáculos de alto riesgo que ponen en peligro la vida de peatones obligados a lanzarse a las calles para continuar el zigzagueante tránsito de silenciosas motorinas y escandalosos coches y bicitaxis.

Muy pocas son las aceras libres del atasco: las estrechas, que son bastantes y apenas dan margen para el cruce de dos personas, son interrumpidas por todo tipo de “tranque” que ejecutan personas públicas sin autorización urbanística: Dondequiera arman un aparataje de escaleras, mesas, implementos para pintura y reparan, pintan fachadas privada o estatal, con el correspondiente e ilegal cerco de ese espacio de todos. En las más ancha, los talleres de motorinas, autos, “talleres” de carpintería, chapistería, ebanistería; puntos de ventas de materiales de construcción, pululan sobre todo en La Vigía y la calle San Martín, aunque en las holgadas avenidas de Los Mártires y La Libertad, los portales se han convertidos en mercados y vitrinas frente a las cuales se aglomeran los posibles usuarios devenidos “palo de cañá” para sus homólogos peatones en trayecto.

El encerramiento de puertas de accesos y salidas sobre todo en establecimientos comerciales y gastronómicos, oficinas para trámites y servicios documentales, parece otra nefasta imposición arbitraria y malas mañas en progresión, sobre todo para provocar largas colas al sol o bajo la lluvia de quienes se ven obligados a resolver sus necesidades, mientras en el interior de algunos de esos locales los asientos para los usuarios permanecen vacíos.

En la terminal ferro-ómnibus se da un caso irracional: primero se habilitó una salón de espera con mobiliario agradable y televisores para los pasajeros…(¿Adónde fueron a parar?) en espera del transporte inter-municipal deseado. De pronto, se cerró el espacioso local para los usuarios y actualmente es utilizado para el alquiler de puntos de ventas a cuentapropistas expendedores de alimentos y otros artículos, mientras en los alrededores un enjambre de otros revendedores de todo tipo de cosas capean impunemente, y los posibles viajeros para quienes se readaptó ferro-ónmibus, se apretujan en el andén o tratan de cobijarse en los escasos espacios sobrantes de la terminal para protegerse de las inclemencias del tiempo, a la espera de las desordenadas llamadas para los turnos de viajes.

El espacio púbico se agrede constantemente en las terminales de ómnibus y ferrocarriles de Camagüey, cuyos escasos accesos por las puertas casi siempre cerradas para acompañantes de viajeros o simplemente del ciudadano pasante, menos aquellos habituales que venden golosinas y refrescos que “escasean” en las cafeterías estatales. Y qué decir de algunos parques de estar que enseguida se les inventan una cerca o jardinería espinosa en vez de garantizar los útiles y necesarios guarda-parques para que cuiden luminarias, bancos y áreas verdes sustraídos y dañados por antisociales ante los ojos “ciegos” de muchos de nosotros.

En casi todas las tiendas comerciales, se entroniza últimamente la mala organización de emplear las áreas de tránsito de los clientes como almacenes.

Todo este estancamiento peatonal se agudiza cuando se violan muy frecuentemente la carga y descarga de mercancías fuera del horario establecido (¿?) o suceden las aparatosas recogidas de divisas que prácticamente toman por asalto los diferentes puntos recaudadores y las aceras.

Visitantes, turistas y nacionales, elogian la ciudad de Camagüey por su belleza, armonía arquitectónica, limpieza, cultura de sus habitantes…; sin embargo, los de a pie, los ciudadanos de los barrios, saben que es necesario ahora más que siempre ordenar el tránsito vial y peatonal, hacer cumplir las resoluciones, decretos y leyes urbanísticas a partir de eliminar, enfrentar, las constantes indisciplinas sociales e ilegalidades que van desde ocupar indebidamente un espacio público, hasta cerrar o picar una calle y dejarle abierta la herida, como quedó la de hasta hace poco inmaculada Gonzalo de Quesada, entre Capdevila y Avenida de los Mártires, en La Vigía, de hormigón macizo, ahora con una herida de martillo neumático que reclama ser reparada con la misma premura y eficiencia con que se destruyó.