CAMAGÜEY.- Esta mañana, el aire de Camagüey llevaba consigo el eco de una historia que, aunque dolorosa, aún resuena en el presente. A un costado del parque Agramonte, junto a una tarja que recuerda la brutal ejecución de ocho líderes negros el 29 de enero de 1812, tuvo lugar la ceremonia inaugural del encuentro José Antonio Aponte in Memoriam y del Coloquio Nacional sobre Haitianidad Emilio Bárcenas Pier.
Aquellos líderes, que conspiraron por la libertad, encontraron en su lugar la horca y la decapitación. Más de dos siglos después, sus nombres siguen vivos, pero las heridas de la discriminación que buscaron combatir, aún no se han cerrado del todo.
Representantes de asociaciones de descendientes de haitianos de Guantánamo y Santiago de Cuba colocaron una ofrenda en la tarja, como si con el gesto de honrar a los caídos, también plantaran una semilla de resistencia y memoria. En ese acto, tan sencillo, se alzó la voz de aquellos que siglos atrás fueron silenciados.
Sin embargo, el reducido grupo que asistió refleja una verdad incómoda: la desconexión entre el discurso sobre la discriminación racial y la respuesta pública. Aunque la ofrenda simbólica estaba cargada de significados profundos, el número de participantes era insuficiente, casi insignificante en comparación con la magnitud de las problemáticas que se abordan. La reflexión sobre las prácticas discriminatorias necesita un espacio de mayor resonancia social, más allá de un reducido círculo de académicos y activistas.
Dentro de ese marco de silencio y ausencia, cuatro músicos de la Asociación Yoruba de Camagüey, del grupo Awe Ará Ilu —cuyo nombre significa “el güiro que salvó la tierra y el pueblo”—, interpretaron cantos congos. El cantante José Luis Castillo Ramírez compartió la historia detrás del nombre. “Oggún, con el Añá, tambor de fundamento, robó el pueblo de Yemayá con su música. Pero Yemayá, en su tristeza, creó el agüé —el chequeré—, y con ese instrumento logró recuperar a su gente”.
Esta narración mítica refleja no solo la fortaleza de la cultura afrodescendiente para superar la adversidad, sino también la desconexión que, en muchos casos, parece existir entre las raíces de esa cultura y la sociedad contemporánea que debería abrazarla y aprender de ella. Aunque los participantes representan con orgullo esa tradición, la falta de participación es el reflejo de una apatía que impide que estas luchas históricas se integren realmente en la conciencia social.
La vibración de los instrumentos de percusión y las voces se mezclaba, como si el eco de esos ritmos ancestrales tuviera el poder de convocar a los espíritus de aquellos líderes caídos. En cada golpe se podía sentir el latido de una historia que, a pesar de los intentos de borrarla, persiste en la memoria colectiva. Como enfatizó Castillo Ramírez, los cantos congos no solo evocan la resistencia, sino también la esperanza de un renacimiento continuo; simbolizan la capacidad de la cultura afrodescendiente de recuperar lo que le ha sido arrebatado, de girar y transformarse para volver a ser.
Después de la ceremonia en el parque, el programa continuó en la sede del Centro Provincial de Patrimonio Cultural, donde el coro vocal Desandann, integrado por descendientes haitianos, ofreció dos canciones en creole. Este coro, reconocido por su labor en la defensa del patrimonio cultural haitiano, celebraba sus 30 años de existencia, un testimonio vivo de cómo la cultura sobrevive y se renueva a través de generaciones. Los aplausos y reconocimientos no fueron solo para ellos como agrupación, sino para lo que representan: la voz de un pueblo que no ha dejado que las cicatrices del colonialismo y la esclavitud lo apaguen. Su canto es una reafirmación de identidad, un eco de resiliencia que atraviesa el tiempo.
El discurso académico, que siguió con la conferencia virtual de Josefina Castro Alegret sobre la Revolución Haitiana de 1791 a 1804, ofreció una mirada profunda sobre las implicaciones de aquel movimiento revolucionario de esclavos que logró cambiar el curso de la historia. Castro destacó cómo, a pesar de las limitaciones geográficas, la Revolución Haitiana impactó el mundo. Sin embargo, incluso con la riqueza de estos debates, las sillas vacías en la sala recordaban que, fuera del recinto, esta conversación no ha alcanzado a tantos como debería. Las problemáticas que surgieron hace siglos —el racismo, la opresión y la lucha por la igualdad— siguen siendo temas de profunda relevancia, pero la falta de participación indica que aún queda mucho por hacer para movilizar a la sociedad en torno a ellos.
En una conversación anterior, Castillo Ramírez fue claro al señalar cómo la discriminación sigue afectando a las agrupaciones folclóricas. “Yo lo he sufrido por más de 20 años. Como cantante principal del Ballet Folklórico de Camagüey, siempre hemos sido los últimos en recibir reconocimiento. Es una lástima, porque le hemos dado todo a esta ciudad”. Expresó con desilusión cómo, aunque estén los esfuerzos, la desigualdad sigue permeando, incluso dentro de un espacio cultural que debería ser de unión.
A medida que avance el programa científico, con las ponencias de participantes de diversas provincias como La Habana, Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas, Santiago de Cuba y Guantánamo, seguirá en pie la invitación a cuestionar las estructuras de poder que aún perpetúan la exclusión y el racismo. Hasta el 14 de septiembre, el encuentro Aponte y el coloquio de haitianidad deben tocar profundamente la historia y el presente de la afrodescendencia en Cuba.
Es evidente que, para que estas problemáticas dejen de ser solamente objeto de debate académico, debe haber un esfuerzo más activo y concertado para que la sociedad en general se involucre. No se trata solo de celebrar el legado cultural, sino de reconocer las malas prácticas, prejuicios y discriminaciones que persisten. Solo así, con una mayor participación y conciencia colectiva, se podrá honrar verdaderamente la memoria de aquellos que lucharon por la libertad y por la igualdad, y se hará justicia al legado de los afrodescendientes en Cuba.
El acto de recordar a los ocho líderes negros ejecutados en 1812 es más que un tributo: es una denuncia. Cada vez que alguien revive su historia, se desafía la lógica de aquellos hombres que, con justificaciones raciales, perpetraron actos de horror inenarrable. La decapitación y el ahorcamiento de estos líderes no fueron solo un intento de sofocar una revuelta, sino un intento de exterminar una identidad que, a los ojos de los opresores, debía ser erradicada. Sin embargo, la historia nos enseña que las ideas no mueren con los cuerpos.
Hoy, más de dos siglos después, las voces de los afrodescendientes siguen elevándose por encima del silencio impuesto por el racismo y la discriminación. Las ofrendas, los cantos yorubas, el creole del coro Desandann, son más que manifestaciones culturales: son actos de resistencia, piezas de un legado que ha logrado transformar el dolor en una fuerza unificadora. La cultura de los afrodescendientes, marcada por siglos de vejaciones, ha sobrevivido como una chispa inextinguible que sigue iluminando el camino hacia una sociedad más justa.
Así, en Camagüey, la memoria se transforma en un terreno fértil donde el pasado y el presente se encuentran, donde el dolor de la esclavitud se reconfigura en la música, en los ritos, en la palabra. Cada acto de este evento es una afirmación de que la cultura afrodescendiente no sólo ha sobrevivido a la opresión, sino que ha florecido, transmitiéndose de generación en generación.
Ambos eventos, tanto en su acto inaugural como en las ponencias y presentaciones que le siguen, hacen el recordatorio de que la lucha aún continúa. A través de la música, de los cantos, de los ritos, el pueblo afrodescendiente ha sabido resistir, ha sabido girar, como Yemayá, y recuperar lo que siempre ha sido suyo, pero su legado vivo ha de seguir cuestionando las bases de una sociedad que, aunque ha cambiado, todavía tiene cuentas pendientes con su historia.