CAMAGÜEY.- El día amaneció con cielo nublado y viento gris, como si el clima mismo se atreviera a evocar la tragedia de hace 65 años. Desde entonces, los niños de Cuba llevan flores a Camilo Cienfuegos, un revolucionario desaparecido en el misterio de un vuelo sin regreso.

No son ramos suntuosos ni la ceremonia se envuelve en grandes discursos; son, en cambio, flores humildes que los pioneros ofrecen, como sus padres y sus abuelos hicieron antes que ellos, en gestos de recordación, en silencio.

Me aseguré de que mi hija llevara las flores. Su abuelo, mi padre, salió al amanecer en busca de un ramo. Por ochenta pesos, volvió a casa con una modesta ofrenda: un príncipe negro de pétalos rojos a medio abrir y una Manita de la Reina.

En su pequeño ramo, entre el rojo profundo y el terciopelo, iba algo más que el simple costo del dinero; iba el recuerdo de los años, de los sacrificios hechos en cada generación para que los niños puedan honrar al hombre del sombrero alón, el hombre querido del pueblo.

Mi hija me contaría luego que en la escuela depositaron sus flores sobre una mesa. Había casi como un tapiz de la isla misma: Manitas de la Reina, ramilletes de Ixora en rojo vivo, amapolas conocidas como marpacíficos, tal vez pidiendo paz para ese hombre perdido en las aguas.

También vio flores blancas, aunque no pudo darme más detalles. ¿Serían gardenias? ¿Hortensias? Quizás algún clavel. Era una imagen sencilla, y sin embargo, hermosa: cada flor como homenaje en sí misma, un color, un aroma.

Pienso que el amor y la devoción que los cubanos le ofrecen a Camilo tienen que ver con algo más que su lugar en la historia. Su risa franca, su coraje y esa forma de conectar con el pueblo como uno más, le ganaron un lugar que las generaciones no han querido olvidar.

Recordamos las historias, el café compartido en un jarro con leche condensada antes de un combate, los chistes con sus compañeros, sus gestos de amigo y de hermano. A Camilo lo han intentado devolver al olvido, pero hay algo más fuerte que el tiempo y las especulaciones: el cariño de su gente.

Este día, en el rincón de una mesa, los niños ofrecen sus flores con humildad. Son flores para una memoria que se cuida con el afecto con el que un abuelo madruga y busca un ramo, con el que una madre asegura que su hija participe en un ritual de amor.

Camilo se pierde en los secretos de un 28 de octubre, sí; pero en cada gesto, en cada flor modesta, está esa promesa de que los días oscuros no le han arrebatado al pueblo el apego y el recuerdo de quien una vez fue suyo.