El Lugarteniente General Antonio Maceo pasaba revista a sus tropas después de librar el encarnizado Combate de Río Hondo, el 7 de febrero de 1896, muy cerca de la ciudad de San Cristóbal en Pinar del Río, y al contemplar los cadáveres de jóvenes reclutas pinareños y conocer la historia de cómo se inmolaron, señaló:
"Yo nunca había visto eso; gente novicia que ataca inerme a los españoles; con el vaso de beber agua por todo utensilio. ¡Y yo le daba el nombre de impedimenta".
Después de culminar la invasión de Oriente a Occidente en Guane el 22 de enero de 1896, el Titán de Bronce inició una nueva campaña en la región y entre otras victorias asedió a Candelaria el 6 de febrero y se trasladó a Río Hondo para enfrentar una columna hispana de 600 hombres que intentaban abrirse paso hacia San Cristóbal.
Las fuerzas colonialistas en Pinar del Río controlaban los pueblos y ciudades y solo se aventuraban a operar en formación de grandes columnas que también eran emboscadas con regularidad.
En Río Hondo, alrededor de su vía de acceso, se organizaron los cuadros de las tropas peninsulares erizadas de bayonetas de los fusiles máuser que hacían numerosas bajas a los atacantes, pero no pudieron impedir que la caballería cubana con Maceo al frente lograra penetrar el centro, mientras otras fuerzas insurrectas atacaron por los flancos y se generalizó un combate en el cual el machete mambí logró imponerse a la resistencia del enemigo.
La carga fue encabezada personalmente por Maceo, quien fue herido en una pierna al dirigir las acciones del centro, pero continúo cabalgando hasta el final de las acciones.
Precisamente en ese momento, al escuchar las notas de la corneta mambisa de toque a degüello ordenada por el jefe insurrecto, los heroicos reclutas pinareños al mando del teniente coronel Pedro Delgado sin más armas que sus cantimploras y jarros de hojalata se lanzaron a la carga contra un muro de bayonetas españolas con la esperanza de arrebatarles los fusiles con las manos, pero la mayoría cayó en el intento.
Al final del enfrentamiento los cubanos tuvieron 85 bajas, según versiones de la época, y 17 muertos las tropas ibéricas que no obstante su superioridad en armas y municiones tuvieron que retirarse derrotados.
Con esa victoria el Titán de Bronce volvió a imponer su estrategia de combate al dominar el campo y las serranías pinareñas, sus caminos y zonas intrincadas de La Habana, mientras los colonialistas perdieron la capacidad ofensiva.
En la actualidad, un sencillo monumento en el paraje de Río Hondo recuerda aquel combate que más allá de la importancia militar que significó para las armas cubanas es un ejemplo imperecedero del valor sin límites que patentizaron aquellos jóvenes que supieron inmolarse por la independencia de la Patria.
Muchos años después, también Fidel Castro como Maceo, les rendiría honores al citar el hecho en su defensa ante los sucesos del Cuartel Moncada, como ejemplo de cómo los mambises enfrentaron a los españoles con los puños, ejemplo de la decisión de los pueblos que cuando quieren conquistar su libertad "les tiran piedras a los aviones y viran los tanques boca arriba", destacó el líder revolucionario.