Foto: Tomada de Juventud RebeldeFoto: Tomada de Juventud RebeldeCAMAGÜEY.- La historia cubana, esa que marca los convulsos años de la guerra por la independencia, no puede ser solo mostrada a retazos, a simples jirones. O solo cuando se conmemore una fecha de esas que sería olímpicamente reprochable su omisión.

Hace 146 años cayó en San Lorenzo, actual provincia de Granma, en el oriente de la Isla, a quien se llamó con toda justeza el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, y cuya figura requiere obligatoriamente una mayor aproximación en todas sus vertientes.

No es caso buscar respuesta a las razones que movieron su estancia, en solitario, en aquel apartado paraje, sin protección alguna, solo la de un arma inepta para tener capacidad de fuego, y máxime, a sabiendas de su alta investidura en la República en Armas, y ser buscado infatigablemente por las tropas españolas.

Solo estaba, y fue presa de la ventaja numérica de los hispanos, sedientos de castigar a uno de los grandes hombres de esta nación, de quien José Martí dijo el 10 de octubre de 1890:

“Otros llegarán sin temor a la pira donde humean, como citando con la hecatombe, nuestros héroes; yo tiemblo avergonzado: tiemblo de admiración, de pesar y de impaciencia. Me parece que veo cruzar, pasando lista, una sombra colérica y sublime, la sombra de la estrella en el sombrero; y mi deber, mientras me queden pies, el deber de todos nosotros, mientras nos queden pies, es ponernos en pie, y decir: “¡presente!”

Y agregó en otro momento “que resaltaba su ímpetu y el arrebato”, y en forma metafórica lo catalogó como “el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra”.

Es pretexto razonar sobre la importancia que tiene, ahora en especial, recalco, sacar a flote el desprendimiento de aquellos que, incluso, con economía solvente, se entregaron en pos apartar la bota colonial de España.

Algunos especialistas se quejaban con énfatico lenguaje, en que una de las vertientes del trabajo ideológico externo es desvincularnos de las matrices que formaron la nacionalidad, incluso, descontextualizar conceptos de nuestras principales figuras históricas para ajustarlas a intereses mezquinos.

Es horrible cómo manos y mentes retorcidas llenan las redes y medios con criterios sobre el Héroe Nacional José Martí, incluso, de pugnas que él sostuvo con otros inseparables baluartes de las guerras por la independencia como Antonio Maceo y Máximo Gómez.

Pero en esos desdoblajes conceptuales, no son capaces de esgrimir cómo a pesar de la diversidad de enfoques primó la unidad, el deseo máximo de poner sus brazos y sus mejores energías en función del bien común.

No pueden verse como seres alejados de los defectos humanos. Martí fue un hombre que a pesar de sus muchas dolencias físicas, y de sus excesivas limitaciones económicas, amó y rompió corazones, y supo además, aglutinar energías para que el cubano retornara a la manigua en un esfuerzo final contra el yugo español.

¿Defectos? Tuvieron sí, pero por encima de ellas, había el denominador común de que la Patria estaba por encima de sus diferencias de enfoques, ese que requiere ver nuestra historia desde una perspectiva que desborde el acercamiento plano, meramente descriptivo, sin los tonos propios de la naturaleza humana.

Contar la historia desde las distintas aristas, pero contar la historia, es un requisito indispensable, pues las nuevas generaciones deben recibir esa vital inyección de la savia que llevaron a las arterias de este país esos grandes hombres.

Hay que resistirse a las relatorias cronológicas, a la pálida transcripción de los sucesos que tejió durante siglos un país que apenas pudo se resistió a recibir tutelaje ajeno.

Es requisito básico hacerlo, ahora que muchos genuflexos pretenden que retrocedamos a esos tiempos cuando el amo norteamericano marcaba a su antojo los destinos de Cuba.

Es doloroso que entre quienes defienden el modo de vida norteamericano, pretendan hacerlo a costa de bombardear de malsanos fundamentos y en esa orgía digital aparezcan pseudoanalistas manejando historias, inflando realidades propias de la ciencia ficción.

Tenemos excelentes teóricos, tuvimos ejemplares maestros, todos necesarios en estas circunstancias en la que las calamidades sociales se las pretenden endosar al socialismo y, por cierto, no con poco éxito en su menú de trampas y mentiras bien tejidas.

El descrédito de sus valores, entre otros muchos problemas, ya se recuerda, se confabuló para en cuestión de horas desmontar una nación aparentemente sólida en economía y pensamiento: la URSS, que llevó a la eliminación del bloque socialista europeo como efecto dominó.

La experiencia debe constituir una herramienta de trabajo. Enfocarse hacia la visualización de las virtudes, aunque eso no presupone que las carencias sean ocultadas con sábanas oscuras o cortinas de humo.

Las realidades están, pero debemos asumir la critica y el acercamiento a nuestras cotidianidades con la filosofía de que ellas son obra, resultado de las insuficiencias internas, obra del inadecuado acercamiento a los problemas, y que su solución tiene que tener un componente netamente “hecho en casa”.

Reverdecer la historia, repito, no es obra de capricho, ni tampoco “nicho” asignado exclusivamente a los encargados de revisar archivos, indagar, buscar, aproximarse, como si divulgar lo que cocinamos internamente no exija el complemento de todos.

Tratar la historia, no puede ser un acto meramente inconsciente, de alguien que le gusta ese segmento de la vida, o esa asignatura docente. Es también agrandar, ante nuestros ojos, a esos que prefirieron el fuego antes que la rendición, que prefirieron la pobreza antes que la opulencia discriminatoria.