CAMAGÜEY.- El Ballet de Camagüey se presenta en el Teatro Principal con un programa concierto que incluye obras de diversos estilos y coreógrafos. Sin embargo, la función de anoche puso en evidencia las dificultades que enfrenta la compañía, no solo por la emigración de bailarines, sino por la desacertada programación que la ha expuesto en un momento poco favorable.

Un teatro prácticamente vacío contrastó con la reciente presentación del Ballet Nacional de Cuba, que llenó la sala e incluso requirió asientos adicionales. La situación pone en evidencia las diferencias de proyección y promoción entre ambas compañías, así como el reto que implica para una agrupación regional mantener su posición y convocatoria en el panorama cultural actual. No se trata de comparaciones injustas, sino de la necesidad de reconocer las condiciones en las que el Ballet de Camagüey debe desempeñarse y la urgencia de fortalecer su respaldo institucional y comunitario.

 El estado anímico de los bailarines era evidente. En algunos momentos, la inexpresividad se apoderó del escenario, como si la falta de energía del público afectara directamente la interpretación. Y es comprensible. La compañía ha sufrido una pérdida considerable de talento, ha quedado en manos de bailarines veteranos que siguen sosteniendo el legado con esfuerzo y jóvenes que, aunque prometedores, aún no cuentan con la madurez artística necesaria.

El programa presentado muestra una inclinación hacia lo contemporáneo, una apuesta acertada en un mundo donde el ballet clásico, aunque imprescindible, ya no es la única carta de presentación. Obras como Sherezada, interpretada por Iradiel Rodríguez e Idalenis Martínez, lograron momentos de gran dramatismo. Vals, con Gretel Martínez y Yanni García, destacó por su elegancia, mientras que Cantus Perpetuus, de Gonzalo Galguera, permitió a Rodríguez, Martínez y Daniela Pisonero demostrar su capacidad interpretativa. Muñecos, de Alberto Méndez, con Yuniet Herrera y Sheila Patricia, aportó dinamismo, y Efímero, de Osvaldo Beiro, con Yanni García, mostró sensibilidad y técnica. Ad Liber, con solistas y el cuerpo de baile, cerró la noche bajo la dirección de la maitre Regina María Balaguer.

 Más allá de la calidad interpretativa, la pregunta es: ¿por qué el Ballet de Camagüey fue programado en estas condiciones? La promoción fue pálida, casi inexistente, y la falta de electricidad en la ciudad en semanas anteriores impidió que la compañía se presentara antes. Es una falta de respeto a quienes, a pesar de todo, continúan sosteniendo sobre sus hombros un legado enorme. Más alarmante aún es la ausencia de funcionarios de instituciones culturales en la sala, quienes deberían ser los primeros en respaldar y acompañar a una compañía que forma parte esencial de la identidad cultural de Camagüey.

No se trata de una simple crítica. Es un llamado de atención. La historia y tradición del Ballet de Camagüey merecen algo más que un teatro casi vacío y un elenco que lucha contra la indiferencia. El problema no es la compañía, sino el contexto en el que se la está obligando a sobrevivir.