CAMAGÜEY.- El virus y el aislamiento nos ha impuesto modas. Unas modas de las que dos meses atrás hubiéramos renegado con escandalosa burla. Tal como suele pasar en la industria del vestuario, lo que un día es vergüenza al siguiente amanecer puede estar en portadas de revistas y en los desvelos de millones; millones de gentes y de dineros. Y en otros contextos, invirtiendo el ingenio, aunque en ese talento ya seamos millonarios.

Es que este 2020 es en sí mismo una moda. Los titulares, las prácticas, los esmeros, los anhelos, la vida. Todo se volvió, de una mañana a otra, en un mismo “grito” de asombro, de rendición. Tuvimos que ceder. Como coronavirus, se presentó.

La humanidad, la especie, a veces tonta, a veces sabia. Con recelo primero, con confianza, nos refugiamos en el “estaré a salvo”. “Está lejos; no nos tocará”, pensamos. Cuando miramos bien, y entendimos, no hubo manera de contradecir. Acatamos la moda del aislamiento, la del cariño con sospecha (ahora el más auténtico de los cariños), la de la higiene extrema, la de los controles misteriosos, la del aplauso unánime, la del miedo prematuro.

Con la moda del miedo nos llegó la moda del encubrimiento. Mejor no probar ni oler; mejor tapar esas ganas, esas necesidades. Mejor lucir menos, o más. Porque lucir mascarillas ahora está en onda.

Al inicio mi hermana adolescente reía grande, con vergüenza. Las escasas veces en que ha ido adonde Karla, su mejor amiga, a actualizar su memoria flash o las dudas de los contenidos, el nasobuco la ha virado al revés de tanta gracia y “pena”. “Ay tata mija, qué pena”…

Pero como la vida es tan dinámica y frágil como la moda, hace unos días sueña con la reciente tendencia de Shein. Por ella también conocí de la popularidad de esta plataforma internacional entre los “cazadores” de lo chic. “Todo el mundo tiene derecho a disfrutar de la belleza de la moda”, es el lema con que surgió ese negocio en 2008 y que hoy los sigue moviendo por “más de 220 países y regiones alrededor del mundo”. Mi hermana adolescente ahora quedó fascinada con una de sus últimas publicaciones. Muchachas refinadas y “chic” promueven mascarillas que son una bomba “viral”.

En Pinterest, red social seguidísima, los diseños de los cubrebocas son tan atractivos que te quedas justo así: cubriéndote la boca ante el pasmo de la maravilla. Eso logra la moda.

Abuela, aunque una es una ducha tremenda en Facebook, no llega a Pinterest ni a Shein. Mi hermana aun no le cuenta de su último antojo. Por eso me cubro yo de alegría cuando me entero de su nueva serie al pedal. Tía le llevó un modelo nuevo que anda dando más clase entre los que deben seguir saliendo, y ya el primero le quedó de pasarela. Tía, un mediodía reciente vino a almorzar, y de regreso fue dejando a su paso asombro y codicia, me cuenta. Tía anda con lo último en nasobuco. Pero abuela seguirá implantando líneas: incrustará flores, pegará encajes.

 

El primer comentario de ese post (en la republicación que me llegó) me ajusta más este texto. “Precioso y muy funcional.Las abuelas siempre pensando en los nietos. La mascarilla pasó a formar parte de nuestra vestimenta y será por mucho tiempo”, escribe Vilma, una desconocida que al parecer, desde la escritura y el análisis, le motiva igual el tema.

Nosotros, a 35 km, ya esperamos la cuota que abuela ha de mandarnos. “El de Ximena me quedó bello con encajitos y todo. Se lo tengo lavadito y planchadito”.

Unos nos dolemos por la nostalgia de una vida más física, y a la vez vamos asumiendo, con militancia (de) modelo, la moda del enmascaramiento. Otros, otros crecerán en la nueva moda de diseñarles un ritual que les “quede”, que no hunda, tras la tela, la alegría de una boca, de la vida. Abuela es una “tirana” de esa industria vil que es la moda; mi niña es un peón que cae rendida, una dichosa tremenda. La que vivimos, la que vendrá, será una sobrevida viral de moda, y “de madre”. O más bien de abuela.