CAMAGÜEY.- Cachita no le temía al peligro. Una tarde montó en una guagua rumbo a los predios de la antigua embotelladora de Coca Cola, a las afueras de la ciudad, rumbo a Oriente. Sobre sus piernas llevaba una caja pequeña bien envuelta que parecía de regalo. Dentro del recipiente llevaba armas cortas, destinada para Alberto Agramonte, revolucionario que pertenecía al grupo clandestino que integraba.
“A mi lado se sentó un policía. Si me pregunta vamos a ver qué me sale decir, pensé, pero no, ni caso me hizo, era una pasajera más en la guagua”. Caridad Balboa Rodríguez, residente en General Gómez y Apodaca, a un lateral de la tienda El Encanto, además de trasladar armas tuvo entre sus misiones la preparación de banderas del 26 de Julio y la vigilancia a los movimientos de los esbirros de Batista.
Viviendo en la calle Industria ofreció cobertura para que Enrique Expósito “Tin” colocara la bandera del 26 de Julio en lo alto del poste. Recibía en su casa a combatientes como Manolo Rodríguez (hermano del mártir Tato Rodríguez Vedo), quien aún alzado venía a la casa de Cachita y daba orientaciones de qué hacer.
“Lleno de tarecos y de granada llegaba. Yo le decía: ‘Moli ¿Cómo tú vienes así? Si me tratan de detener exploto una granada para que no me cojan’, decía”.
Cachita era lavandera junto a su mamá y su hermana. “Cuando triunfa la Revolución nos mudamos para Santayana entre San José y Línea. Empecé a trabajar y le dije a mi madre: usted no lava más ropa, se acabó y tendrá dinero para la casa”.
El primer trabajo con el Estado lo hizo en el comedor escolar de Lugareño y Santa Rita, transitó por otros hasta llegar al internado Enrique Hart de Saratoga.
Estudió mecanografía y de noche completó hasta noveno grado. Luego empezó a trabajar en la Empresa Avícola, en Avellaneda y General Gómez, donde se jubiló.
A pocos días del advenimiento del Primero de Enero pasado, cuando se cumplieron 65 años del triunfo de la Revolución al que hombres y mujeres de la lucha clandestina aportaron su granito de arena, contó:
“Recuerdo que el 30 o el 31 de diciembre de 1958 encima de la cama de mi casa vi una revistaBohemia y en la portada, el rostro de un niño hermoso. Lo miré y me dije: ‘¡Si el año que viene fuera tan lindo como este niño…!, y por la mañana recibí la noticia tremenda: Batista se fue. Aquello fue una fiesta, dice Cachita. Su serio rostro deja ver, por momentos, la alegría de que se haga justicia a su historia, que narra lúcida a sus casi 89 años.
“Una piensa que lo que hizo fue una bobería, pero sí que nos arriesgamos. Guardo recuerdos muy lindos y otros muy tristes”, afirma, sellando la entrevista.