Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante
CAMAGÜEY.- El cuerpo de Fidel Castro no viviría para siempre, por ley natural, pero resultaba increíble aquella relación de su nombre con la muerte, porque desde joven estaba habitando espacios del imaginario popular donde las líneas de tiempo son imprecisas, donde solo se fallece por olvido o por falta de memoria.
La mayoría de los cubanos que nacieron, crecieron y envejecieron viéndolo en su tránsito del uniforme verde olivo a la ropa cómoda del abuelo, evitaba pensar en lo trágico inminente; sin embargo, tocaba a un grupo desbrozar aquel camino para el torrente de dolor de un pueblo entero.
José Rodríguez Barreras, director de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey (OHCC), recibió la misión un sábado por la noche, delante de Francisco Almeida, entonces Jefe del Departamento Ideológico del Partido en la provincia. El camagüeyano Noel González, funcionario de la esfera ideológica del Comité Central, recorría las provincias y dio 24 horas para definir el lugar.
Foto: Leandro Pérez Pérez/ Adelante
“Siempre pensamos en la Plaza de la Revolución. En la mañana, junto a Yaxelys González acudí a Alexis Souto, proyectista principal de la plaza, con la idea de acondicionar el salón principal. Alexis propuso el parqueo, porque facilitaba la entrada y salida de las personas. A partir de ahí trabajamos con absoluta discreción. Conformamos un equipo de la Oficina del Historiador, encabezado por Yaxelys, con otros especialistas”, cuenta.
El cierre del espacio de estacionamiento generó curiosidad, porque las puertas de cristal impedían husmear al interior donde revistieron muros, colocaron falso techo, climatización e instalación de un medio para apreciar un documental de Orestes G. Casanova, que remite a la conmoción de aquellos días luctuosos.
“El escultor Roberto Estrada hizo los símbolos patrios. Se trató de sembrar la hierba de guinea por aquello del Combate de Jimaguayú, pero nunca se dio. Logramos una variedad resistente a condiciones de aire acondicionado, de falta de sol directo. Se trabajó conscientemente, sin presiones. El sitio se terminó unos seis meses antes del acontecimiento”, añade el director.
—¿Cómo eligieron el nombre para el Salón?
—Propuse Salón Jimaguayú a partir de la empatía de los dos grandes hombres, de lo que la historia nos ha contado, de las alusiones de Fidel a Agramonte. Pensé mucho en el discurso del 11 de mayo de 1973, una pieza de oratoria para estudiar por las alusiones directas a Agramonte, a su caballería, a eso que se puede leer entre líneas, a veces como metáfora de lo que Fidel habló de Agramonte, y de la admiración que a todas luces sentía por él. Entonces, Jimaguayú, el lugar donde había caído el prócer independentista; y luego, el espacio de dos combatientes invictos.
Foto: Rodolfo Blanco Cué/ ACN
—Ustedes normalmente modelan los espacios, pero no es posible imaginar la connotación que tendrán después cuando el ciudadano llega en cuerpo y alma. ¿Qué hicieron bajo presión?
—Lo más complicado vino a la muerte del Comandante. No teníamos información de cómo iban a ser las cosas, tampoco teníamos por qué saberlas. Saliendo el cortejo fúnebre de la Plaza de la Revolución se nos da la encomienda de un pedestal para la urna y una mesa para aquella cúpula de cristal o del material que estuviera hecha. La proyectista y yo, frente al televisor calculamos las dimensiones de la urna por el detalle de la bandera. Nos equivocamos en 10 centímetros. De la mesa sí nos dieron datos. El artesano artista Juan Carlos Cabalé hizo ambos, no cobró nada. Nos encargaron azul la parte superior de la mesa, y acudimos al grupo de creación McPherson para forrarla con un tejido de ese color.
Foto: Cortesía de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey
—¿Cómo explica la sobriedad de ese trabajador aunque desde el punto de vista emotivo se sintiera desplomado?
—Lo que pasa es que tienes que crecerte por tu responsabilidad social. Yo te añadiría que aquí se acostumbra a trabajar apasionadamente. No digo que las cosas nos salgan siempre bien, pero la mayoría de la gente sabe que somos servidores públicos. Eso le da el sabor que se disfruta después. No estamos entre personas insensibles, sino apasionadas, profesionales.
Foto: Cortesía de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey
Rodríguez Barreras fue de los pocos civiles con el privilegio de presenciar cuando las cenizas tuvieron descanso en el Salón Jimaguayú. No olvida el ensayo de ceremonia de los militares a pesar de su cansancio. Conserva una muestra de la ofrenda de flores traídas de Ecuador.
“Estas cosas pequeñas son las que hacen las cosas grandes. La institución tuvo la posibilidad de vivir ese momento, de aportar al tributo. Quienes participamos ese día, nos seguimos encontrando. Hablo de personas anónimas como el chofer”, insiste.
—Pensando en eso y en cómo algo se redimensiona desde el punto de vista espiritual, ¿a qué atribuye la principal cualidad de espacio sobrecogedor?
—El escenario del salón es muy sencillo. La carga emocional supera a lo formal. El simbolismo lo dieron los dos acontecimientos, primero el tributo y después, la vigilia. No en todos los lugares del país los restos estuvieron toda la noche. El audiovisual refuerza esos sentimientos de apropiación.
—El jueves 25, el Salón Jimaguayú reabrió sus puertas, ¿permanecerán abiertas?
—No. La plaza está cerrada desde julio del año pasado por problemas constructivos. Ya se está terminando. Quedan problemas de impermeabilización, que hay cómo resolver con un mínimo de recursos. El sistema eléctrico había colapsado, estará en mejores condiciones, aunque las personas solo noten la restauración de los frisos. Quisiéramos entregarla para el 23 de diciembre, aniversario 180 del natalicio de Agramonte.
En el país del gran estadista que veía el futuro y volvía para contarnos, era esencial la previsión desde la escala mínima de los detalles asociados a la pérdida física. No había hora exacta ni día señalado. Solo la muerte sabía cuándo. Para ese momento, estaría dispuesto con sencillez un sitio en Camagüey; y ese nuevo sitio sagrado de la Patria es el Salón Jimaguayú.