CAMAGÜEY.- De su natal Senado, en Minas, Ricardo Rodríguez González pensó salir a estudiar Relaciones Internacionales. Cuestiones personales y el hecho de que ese año no se realizaran las pruebas de aptitud para la carrera, le hicieron descubrir, como repite a cada rato, el camino humano de la Medicina.

Hoy cursa el segundo año en la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay, y como la mayoría de sus compañeros, Ricardo tuvo que probarse antes de lo que imaginó. Lo hizo en marzo de 2020 cuando las primeras pesquisas y lo hace hoy por segunda ocasión en Zona Roja.

Foto: Alejandro Rodríguez Leiva/ AdelanteFoto: Alejandro Rodríguez Leiva/ Adelante

“Fui parte del grupo que inauguró el centro de aislamiento ubicado en la facultad Octavio de la Concepción y la Pedraja. Allí vivimos momentos tensos porque no fue sencillo convertir albergues estudiantiles en espacios seguros y con todas las condiciones sanitarias que se requerían. No obstante, el sacrificio me sirvió de aprendizaje y comencé a valorar mucho más mi futura profesión.

“Algunos no comprenden por qué la decisión de los jóvenes de tomar riesgos por esfuerzos que no se remuneran. Eso lo he tratado de explicar, pero el que no vive la recuperación de un anciano o la sonrisa de una niña cuando te comenta que de grande quiere ser médico como tú, no lo entenderá. Esta es mi forma de ponerle corazón a Cuba, digo la mía pero es la de muchos más”.

Ricardo ha estado más de 14 días sin ver a su familia. Ante el cambio de protocolos de atención en centros de aislamiento, cumplió sus diez guardias de 24 horas con 72 de descanso. Y aunque lograr que el pequeño traje verde quepa en su cuerpo de casi dos metros todavía requiera de todo su ingenio, sus preocupaciones van más allá.

“Acá dentro es muy fácil sentir miedo. Lo tienes cuando de madrugada te llaman para subir algún botellón de oxígeno porque una falta de aire se volvió severa o cuando se complica algún paciente. Lo tuve también aquel domingo en el que unos alteraban la calma de nuestras calles y nosotros tratábamos de brindarla. En el país no estamos acostumbrados a ese tipo de manifestaciones y me generó un sentimiento de temor pero a la vez de ganas de demostrar que no nos sentíamos identificados con las acciones violentas del 11 de julio. Esa noche terminé la guardia pero no dormí.

“Al amanecer del lunes nos fuimos a pie para la Plaza de los Trabajadores con banderas, pancartas y una carga emocional tremenda. Sabíamos lo que queríamos y salimos a defenderlo. En ese momento, al lado del pueblo, el miedo se esfumó”.

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EL PRIVILEGIO DE IRSIS

También en segundo año, pero en la carrera de Derecho de la Universidad de Camagüey (UC) Ignacio Agramonte Loynaz se encuentra Irsis Sánchez Ortiz. Al igual que otros jóvenes de la misma enseñanza, esta alegre muchacha juega un papel importante en la intervención sanitaria que tiene lugar en el municipio con la vacuna Abdala. Por sus manos pasa una buena parte de los datos procedentes del policlínico integral Rodolfo Ramírez Esquivel.

“Hace unos meses desde Ciencias Médicas se nos pidió colaboración para apoyar las pesquisas y seleccionar a los estudiantes que pudieran dedicarse a la tarea. A mí me llaman para coordinar esos estudios en el policlínico conocido como PIRRE (Rodolfo Ramírez Esquivel) y estuve allí varias semanas hasta que comenzó el proceso. Luego no me quise perder la oportunidad de seguir ayudando y me incorporé a la digitalización.

“Trabajamos todos los días, casi siempre pasado el mediodía, aunque el horario depende en sí del número de datos que tengamos que incluir. Se han diseñado rotaciones para descansar, pero yo no he querido salir. Me siento bien acompañada porque se nos ha unido una gran cantidad de alumnos y profesores.

“Cuando colaboro por el bien de los demás me siento útil. Estoy segura de que existe quien no le da relevancia a nuestra labor, pero me sé parte de un proceso histórico y único. Hacer lo que nos toca en cada pedacito y hacerlo bien es la única vía de tener un país mejor y de ayudarlo como en verdad se debe. No creo que tirando piedras se consiga lo mismo”.

Aunque el tiempo casi no le dé y la pandemia le haya transformado los días, Irsis no renuncia a compartir con los amigos, los mismos que saben que su “enana” es de las indispensables. A sus bailes cuando está sola frente al espejo de casa le sumó estudio a distancia y digitalización de datos. En todos se destaca. Quizás la pasión por ayudar la sacó de su mamá, quien prefirió dejar a un lado las vacaciones porque debía colaborar en la UC o de su papá, que se le sienta cerca en el laboratorio de informática a procesar datos.

Estas son solo dos de las muchas historias que pudiéramos contar. Dos historias que hablan de sacrificios, de cansancio, de miedos, pero también de enseñanza, de esfuerzos por construir una Cuba mejor, de humanidad. Por qué no tener como Irsis y Ricardo el privilegio de sentirse útiles, de convertirse a diario en los verdaderos jóvenes del cambio.